jueves, 7 de diciembre de 2017

Trabajo y miseria

Muchos hablan de que la técica, que se ha venido generalizando en los últimos veinte o treinta años, tiene efectos sobre las condiciones de trabajo, por lo que la readaptación de los trabajadores a trabajos distintos, aunque más o menos relacionados, es una necesidad imperiosa, así como tener una formación más versátil para poder encontrar empleo de mayor calidad. Pero ¿que hacen los estados para facilitar esto? Se encuentran muy por detrás de las necesidades actuales.

Por ejemplo, el mercado laboral español, según los especialistas, no está preparado para combatir el desempleo estructural, es decir, aquel que no depende de una coyuntura determinada. La segmentación es otro de los problemas, que está en relación con lo dicho en el primer párrafo, lo que impide el aumento de los salarios reales: es bien sabido que en una economía de mercado (que no tiene por que ser considerada la mejor) la abundancia de mano de obra en un determinado sector abarata los salarios, mientras que los estados no están actuando para proteger el empleo, para incentivar la contratación indefinida. Por si ello fuese poco la negociación colectiva en España, por ejemplo, ha sido herida de muerte tras las reformas hechas durante la época de mayoría absoluta del Partido Popular, y ahora que está en minoría, la izquierda se encuentra entretenida en otras cosas.

Otro asunto es la indecencia de muchos trabajos que se realizan hoy en el mundo –más aún en el desarrollado- habiendo sido abandonado el concepto tradicional de trabajo, al tiempo que todavía no hay estudios suficientes sobre los efectos de la creciente robotización del trabajo. Particular sufrimiento espera –cuando no se da ya- a las mujeres, más aún las discapacitadas, que tienen derecho a participar en el mercado laboral (aunque hay partidos y colectivos que lo nieguen de “facto”). Estas mujeres tienen mayores dificultades para conservar sus trabajos y son objeto de una doble discriminación, pues en casos concretos realizan trabajos que, inicialmente, no estaban destinados a ellas.

En España, recurrentemente, se insiste en la necesidad de una mayor inversión en I más D en relación con el impacto de la digitalización de la producción sobre las instituciones del Derecho del Trabajo (Carolina San Martín), pero ya hay estudios sobre la transición a un economía digital, siendo necesaria la formación de los trabajadores para evitar la segregación que ahora sufren muchos colectivos. Se habla de los “crowdworking” donde los trabajadores, por cuenta ajena o autónomos, puedan compartir sus experiencias digitales para ayudarse mutuamente, pero las instituciones públicas en España, particularmente en Galicia, ni idea tienen de esto.

La digitalización en España se encuentra menos desarrollada que en otros países (a no ser para perder el tiempo con estupideces) lo que constituye una barrera para la creación de empleo (a partir de los beneficios que aporta), pero esa digitalización no será posible en el mercado laboral mientras la precarización del empleo sea tan abusiva como en España. Es mentira que en nuestro país se crea empleo, lo que se crean son puestos de trabajo para unas semanas, de escasa o nula cualificación para un mercado laboral no cualificado… salvo el que sale fuera del país o reducidos colectivos que escapan a la norma general. Un ministerio de Trabajo nulo en el estudio y conocimiento de estas cuestiones agrava la situación (no hay más que entrar en la página en Internet del ministerio citado).

Puede parecer que me ensaño (inútilmente) con un Gobierno conservador y egoísta, atento solo a resultados engañosos elaborados por sus agentes estadísticos, pero el empoderamiento de los trabajadores, en España está, también, muy por detrás que en otros países europeos. Una vez más son las mujeres las más perjudicadas porque no se ha hecho el esfuerzo suficiente para conciliar la vida familiar y laboral (no pensemos en las funcionarias o ejecutivas, sino en las empleadas de supermercados, las limpiadoras de hotel y otros colectivos por el estilo). Hay una brecha salarial entre mujeres y hombres que está fuera de toda lógica, de toda justicia y de toda legalidad, mientras que el Gobierno mantiene a un cuerpo de Inspectores de Trabajo bajo mínimos de sus potencialidades.

Hay especialistas que, para entender el momento actual del trabajo, parten del contexto histórico y del de las relaciones de género. Si el trabajo no es regulado, si es dejado al libre albedrío del empresariado, si el trabajo no es protegido por el Estado, y no lo es en muchos países, la debilidad actual del movimiento sindical no será capaz de sacar a los trabajadores del círculo vicioso en que se encuentran. No lo han pedido ellos, se le ha impuesto, tanto por razones objetivas (tecnología) como subjetivas: egoísmo y avidez de unos pocos controladores de los grandes centros de la economía.

Esto del libre comercio, digámoslo claro, sin regular por parte de poderosas instituciones estatales, es un factor de emprobrecimiento para la inmensa mayoría y para la acumulación incesante de la riqueza en unas pocas familias, que a su vez tienen a otras subsidiarias de ellas. Y ¿que hace la OIT? Pues se ve superada por el poder de las grandes corporaciones, por las decisiones de mandatarios como Trump y por la inercia del mercado globalizado. O los partidos socialistas trabajan en el plano internacional para reformar la OIT en el sentido de sus orígenes, adaptada a las necesidades actuales, o este organismo quedará obsoleto.

La necesidad de producir contaminando menos –empleo verde- hace necesario que los estados intervengan, no pueden dejar este asunto a la iniciativa privada, que tiene un objetivo primordial, su cuenta de resultados. Los nuevos procesos productivos que son necesarios para ese empleo verde, exigen también una preparación diferente y más cualificada de los trabajadores… otra vez el Estado como protagonista o como aliado de la inercia del mercado.

No quiero extenderme más, pero han ido apareciendo nuevas formas de trabajo que significan neoexplotaciones inmisericordes: sin contratos, sin cotizaciones, sin seguros de desempleo por tanto, “trabajo colaborativo” se le llama eufemísticamente, pero es una miseria más de la humanidad por parte de los explotadores de siempre. Salarios bajos, inseguros, sin garantías para el futuro. Si no se cotiza a los veinte o treinta años –al Estado o a un fondo de pensiones- ¿que jubilación cabe esperar? ¿que futuro se está construyendo desde despachos lejanos pero bien conocidos?


L. de Guereñu Polán. 

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