El día 25 de septiembre de 1934 salía “El
Socialista” con un gran anuncio en la primera página (de cuatro) donde se
decía: “100 ediciones destruidas, 200.000 pesetas en pérdidas. ¡Ayúdanos
obrero!”. Era la respuesta al tiempo que el periódico socialista había estado
cerrado por orden del gobierno conservador de Lerroux poco antes de que se
incorporasen a él algunos ministros de la CEDA.
En la izquierda en general, y en el Partido
Socialista en particular, se había empezado ya una radicalización hacia posiciones
extremas desde el año 1933, incluso unos meses antes de que ganase las
elecciones la derecha. La lentitud en la aplicación de las leyes reformistas,
particularmente en el campo social, y las desavenencias entre socialistas y
republicanos, fueron el origen de aquella radicalización, por lo que, cuando
llegamos al año 1934, las cosas se encuentran ya en una deriva que no parará
hasta la guerra civil.
Un discurso del Presidente de la República, Alcalá
Zamora, titulado “La moral ajena y el deber nuestro”, que es un ejemplo de lo
que debe de hacer un Jefe del Estado en momentos críticos, fue interpretado en
las páginas de “El Socialista” negativamente, incluso de forma despectiva,
considerando que lo habían aplaudido desde Gordón Ordás hasta Gil Robles. La
consideración actual de que el PSOE fue un partido republicano (no fue un
partido monárquico, claro) es equivocada: la idea que se tenía de los partidos
republicanos, incluso de los de izquierdas, era sectaria, intentando siempre
marcar distancias con ellos ya desde la época de Pablo Iglesias. No hay que
olvidar que no se había abandonado la idea de una revolución social que llevase
a España a un régimen en manos de los trabajadores. Y en este sentido un
artículo en el periódico socialista hablaba del “marxismo y el socialismo
español”, aunque no muchos dirigentes supiesen gran cosa sobre la compleja obra
de Marx. Es más, los que más la conocían eran los que menos alarde hacían de
ello.
Estaba en pleno debate el caso de la
contrarreforma agraria llevada a cabo por el ministro Cirilo del Río, personaje
afecto al Presidente de la
República y que retrasó, pero no del todo, las medidas que
Largo Caballero había conseguido se aprobasen en Consejo de Ministros. Si el
primer bienio republicano no colmó las aspiraciones de los trabajadores
organizados, sobre todo en el campo, el bienio conservador ahondó el
descontento, lo que explica (no digo que justifica) la radicalización de la que
hablamos, que por otra parte no fue seguida por todos los dirigentes del PSOE,
uno de cuyos ejemplos fue Besteiro. Esa relativa distancia con respecto a los
republicanos se trasluce con claridad en el artículo del número de comentamos
aquí “Unas palabras a los republicanos”, teniendo en cuenta que por estos se
entendía a los conservadores y demagogos de Lerroux pero también a los
izquierdistas de Azaña.
Se hace una salutación a los socialistas que se
encontraban en la cárcel como consecuencia de varias acciones reivindicativas
(tras la insurrección de octubre de ese año muchos más irían a prisión, incluso
Largo Caballero, teniendo que celebrarse las reuniones de Comisión Ejecutiva en
las dependencias carcelarias). Luego se da cuenta de la marcha de una huelga
en el valle de La Orotava
(Tenerife), la de carroceros y las consecuencias de algunos despidos que se
habían producido en los ferrocarriles. En La Granja (Segovia) se había producido una huelga
que impidió, entre otras cosas, la celebración de una misa, con lo que el
fenómeno anticlerical surgía de nuevo en aquella España que no fue sino crisol
de grandes problemas no resueltos durante un siglo. También se dio cuenta del
término de una huelga en el sector textil.
El clima político y social –sufriendo España
las consecuencias de la crisis de 1929 y la vuelta de varios millones de
inmigrantes que no hacían nada en países empobrecidos- se había hecho muy
difícil, e iría agravándose hasta las elecciones de febrero de 1936, a partir de las
cuales se dio, como se sabe, una situación de doble poder, sobre todo a partir
de mayo, donde una cosa eran las instituciones republicanas y otra la acción de
las organizaciones sindicales, muchas de cuyas medidas fueron luego
legalizadas, sobre todo cuando, ya la guerra en marcha, formó gobierno en
septiembre de ese año Largo Caballero. Las llamadas “contra el fascismo” eran
frecuentes: se entendía por fascista a todo aquel que no estaba claramente
alineado en la izquierda, se tenía por fascistas a muchos militares, a la
jerarquía eclesiástica, a los dirigentes y juventudes de la CEDA, a algunos republicanos,
a los partidos fascistas que habían nacido hacía poco y se declaraban ellos
mismos fascistas… al propio Calvo Sotelo, que se tildó de tal.
En el lado contrario se consideraba que todo el
que no estuviese con la propiedad, con el “orden”, con el respeto a la Iglesia, con la España tradicional, era un
marxista, un bolchevique, a lo que contribuyó el mito –porque no fue otra cosa-
de considerar a Largo Caballero como “el Lenin español”. Un conjunto de
despropósitos que no auguraban nada bueno, pero en la época se tenía otra
visión de las cosas. Hoy vivimos un mundo que casi nada tiene que ver con
aquel, salvo que sigue habiendo desigualdad, injusticia y miseria. Pero todo
esto se encuentra controlado, y firmemente, por unas cuantas familias en el mundo.
L. de Guereñu Polán.
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