En abril de 1916 “La Unión Obrera”, órgano
de expresión de la UGT
entonces, daba cuenta de las propuestas presentadas por las diversas
organizaciones de trabajadores para que fueran aprobadas en dicho congreso, así
como el Comité Nacional (entonces no había Comisión Ejecutiva) exponía una
“memoria” de su trabajo desde el anterior congreso, celebrado en 1914.
El de 1916, mientras Europa se desangraba en la Gran Guerra, era el
XII y tuvo algunas características que lo hacen especialmente importante. La
sociedad de mineros subterráneos de Bilbao hizo una propuesta para que se
aprobase como arma legal el sabotaje, de la misma forma que habían hecho los
trabajadores de las minas de Riotinto (Huelva). No he tenido ocasión de
comprobar si dicha propuesta se aprobó o no, pero la asociación de los mineros
de Riotinto estaba, en esos momentos, enfrentada a la dirección de la UGT porque esta no aprobaba
ciertas actuaciones de aquella. En todo caso la propuesta pone de manifiesto el
grado de hostilidad entre trabajo y capital que se vivía en aquella época.
La sociedad de trabajadores en piedra y mármoles,
de Vizcaya, propuso que, en vista de la infinidad (es su expresión) de
sociedades obreras no adheridas a la
UGT, que se les permitiese participar en el congreso como una
forma de atraerlas al interior de la organización, y otra propuesta consistió
en que se incluyese a los trabajadores del servicio doméstico en la Ley de Accidentes de Trabajo,
de forma que si no se conseguía respuesta positiva por parte del Gobierno, la
representación obrera debía retirarse del Instituto de Reformas Sociales.
Sabiendo que hoy no tienen derecho al paro obrero los miembros de este
colectivo, aquella propuesta fue una verdadera adelantada a su tiempo.
Se propuso que se organizase una campaña para
conseguir una legislación de accidentes del trabajo parecida a la de Noruega y
Finlandia (así se decía), que contemplara incluir a los pescadores. Los de
Asturias y Galicia, que se citan en el congreso, ya habían empezado sus
reivindicaciones en este sentido. El congreso decidió aprobar una reclamación
al Gobierno para que se estableciese una reglamentación del trabajo de los
alpargateros en las cárceles, que incluía iguales precios que en la industria
libre (la propuesta fue hecha por la sociedad de “constructores” de suelas de
Elche).
Como el incumplimiento de la Ley de Protección en el
trabajo era una constante (más aún que hoy) se propuso que la UGT debía por todos los medios
conseguir defender, ante todo, a las mujeres y a los niños, que los patronos de
la época veían más vulnerables que a los hombres. La sociedad de constructores
de calzado y dependientes de las zapaterías de Madrid propuso, por su parte,
que se incorporasen obreras en las Inspecciones de Trabajo como medio de que
dichas inspecciones fuesen más eficaces.
Otra propuesta se refirió a la reglamentación del
trabajo en la marina mercante y de pesca, haciendo hincapié en la necesidad de
exigir higiene en los alimentos y dormitorios de la tripulación. ¿Qué
condiciones eran las de los trabajadores de la mar, lejos de la oficina o Casa
del Pueblo donde poder exponer sus quejas? Y en relación a estos mismos
colectivos se propuso que los juicios que hubieran de tener lugar no fuesen
ante tribunales militares, más duros y con una legislación antisocial, sino
ante jueces civiles.
Se pidió representación obrera entre los
inspectores de las minas, pero que no fuesen “capataces o vigilantes”, sabido
que estos solían actuar al dictado de los patronos sin más miramientos…
El Comité Nacional leyó la “memoria” de sus
actuaciones desde el congreso de 1914 (29 de junio), donde se había aprobado
una propuesta contra la guerra de Marruecos, a donde eran enviados como tropa
hijos de trabajadores, pero no los de familias pudientes, que tenían la
posibilidad de pagar para no hacerlo. Como aquel congreso había aprobado una
huelga para conseguir dicho objetivo (no estaban lejos los sucesos de la
“semana trágica” de Barcelona), el Comité Nacional explicó que no fue posible
convocarla por el comienzo de la guerra de 1914. Ya se sufría, a la altura de
1916, la crisis de subsistencias que penalizaba gravemente a los trabajadores,
pues los exportadores desabastecían al mercado nacional para hacer pingües
negocios con los países en guerra, y fue una delegación de ugetistas de Ourense
la que propuso reavivar la huelga contra dicha situación.
El Comité Nacional expuso la petición de la Confederación General
de Francia para celebrar un congreso internacional con unos objetivos muy
precisos que luego se tuvieron en cuenta en la fundación de la Sociedad de Naciones:
supresión de tratados diplomáticos secretos, lo que era costumbre en la
preguerra; respeto a las nacionalidades, en alusión clarísima a las
balcánicas y del Imperio austro-húngaro; limitación de armamentos y arbitraje
obligatorio en todo conflicto internacional. El congreso de la UGT dio su conformidad a la
celebración de esa cumbre internacional que se proponía desde Francia y atendió
una petición del Partido Socialista Americano para celebrar una magna reunión
obrera, en Europa o América, con el fin de aunar esfuerzos (es de notar que los
gastos correrían a cargo de dicho partido).
En otro orden de cosas el congreso ugetista
decidió enviar 1.000 pesetas para socorrer a los trabajadores belgas que
sufrían deportación por la guerra y se aprobó una propuesta para que los
vocales obreros en el Instituto de Reformas Sociales tratasen de involucrar a
este y al Gobierno español para ayudas del mismo tipo. Por último se dio cuenta
de los preparativos para el muy próximo primero de mayo de aquel año 1916, que
tuvo una repercusión en todo el mundo extraordinaria y que fue la antesala de
aquella huelga general, al año siguiente en España, primera muestra de un
movimiento obrero maduro, capaz de exigir reivindicaciones de todo tipo.
Asombra el esfuerzo y solidaridad de aquellas
mujeres y hombres, que con escasísimos medios, con transportes que en nada se
parecen a los de hoy, salvando distancias, acopiando fondos, vivían los
problemas del mundo, que eran los suyos, con verdadera pasión y empeño.
L. de Guereñu Polán.
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