Aunque no todas las organizaciones de extrema
derecha en Europa se corresponden con un mismo perfil, lo cierto es que, en
conjunto, obedecen a unas características generales que ponen en peligro lo
hasta ahora conseguido por la ciudadanía, guiada por el movimiento socialista y
socialcristiano.
Los europeos de extrema derecha no quieren oír
hablar de inmigrantes si no es para rechazarlos; no quieren aceptar que la
soberanía de los estados ya no puede ser la de hace cincuenta años: se quejan
de que las decisiones sobre Francia, Reino Unido, Austria, etc. se toman en
Bruselas, en Washington o en centros ajenos al propio. Los ciudadanos de
extrema derecha no quieren oír hablar de globalización de la economía, aunque
esta se ha impuesto para bien y para mal (no entro en este asunto aquí y
ahora).
No pocos de los votos que van a la extrema
derecha europea, antes eran de socialistas y comunistas, pero estos han
decepcionado a sus electores por varios motivos: porque los partidos de estas
ideologías se han burocratizado, porque sus dirigentes y cuadros no han sido
capaces de adaptarse y dar respuesta a problemas nuevos y viejos y, sobre todo,
porque no han dicho nunca con claridad a la población, “compatriotas, no
tenemos el futuro en nuestras manos, no podemos prometeros esto o lo otro, nos
encontramos con un muro hoy por hoy infranqueable, este muro es el gran
capitalismo internacional, los grandes financieros, los grandes industriales y
dueños de la tecnología”. Es cierto: el movimiento socialista en general no habla
claro a la gente para que esta comprenda que no será posible atender a sus
demandas sociales con una economía totalmente en manos de unos pocos, con un
reparto de la riqueza totalmente desigual tanto persona a persona como
continente a continente. Por ahí creo yo habría que empezar.
La extrema derecha europea, que en parte se
inspira en su odio a la democracia participativa, en los antiguos fascismos
habidos en Europa, ha recogido los frutos de todo ese desencanto, de toda esa
frustración que han sufrido los antiguos votantes del movimiento socialista. El
sector secundario, antes muy combativo, ha ido empequeñeciéndose con el
crecimiento del sector terciario, más acomodaticio y alejado de a dureza de las
fábricas; pero también los sectores marginados de la sociedad en Europa han ido
a parar, en parte, a la extrema derecha con su discurso fulgurante, demagógico
y fantástico (en sentido original de la palabra). Es la huida hacia adelante:
si nos defraudan los nuestros, entreguémonos al antiguo enemigo; al menos
demuestra arrojo y crece en varios países de Europa.
Así lo vemos en Inglaterra, en Francia, en
Italia, en Austria, en Polonia, en Hungría… La extrema derecha puede que no
pase nunca del 30% de los votos, pero es una fuerza en alza porque las condiciones
objetivas le favorecen (globalización económica) y las subjetivas también
(decepción del movimiento socialista y democrático en general).
¿Alguien piensa que se van a poder garantizar
las pensiones en las sociedades envejecidas sin allegar recursos de allí donde
están, que es en las transacciones internacionales y en las grandes
corporaciones financieras e industriales? ¿Alguien piensa que se va a poder
mantener el enorme coste de la sanidad pública, de la enseñanza pública, de las
atenciones a los ancianos e impedidos, de los que tienen rentas bajas, de los que
viven en la miseria y forman el “cuarto mundo” si no es cambiando por completo
de modelo económico?
La izquierda no ha dicho nunca en sus campañas
electorales algo que parece obvio: la Unión
Europea es el resultado de un pacto consistente en que la
derecha conservadora y liberal garantice el control (no siempre afortunado) de
una economía pudiente, a cambio de que la izquierda no discuta el modelo
neocapitalista instalado en el mundo. Porque si se dijese, ya un sector de la
población europea comprendería que la
UE cumple un papel muy importante, pero insuficiente para
frenar la desigualdad, la xenofobia, el populismo, el nacionalismo creciente en
países como España, Polonia, Escocia, Hungría, Austria, etc.
La extrema derecha europea –como el antiguo
fascismo- habla mal de la política y de los políticos (estos se lo merecen en
parte aunque por otras razones), pero en realidad lo que quiere es acaparar
toda la política y ser ella –la extrema derecha- la que nutra de políticos el
mapa europeo. La extrema derecha quiere una política económica intervencionista
aunque esta sea imposible en un mundo globalizado, quiere exacerbar el
nacionalismo diciéndole a los nacidos en el país aunque de origen colonial: “os
consideramos nuestros compatriotas, pero no queremos que sigan viniendo desde
Europa del este, desde África, desde América latina…”.
¿Alguien cree que la izquierda se va a
recuperar en Europa con políticos como Hollande, Renzi o Blair? Uno ha
catapultado al actual Presidente de la República francesa, el otro ha traicionado a su
correligionario Letta con la política del “quítate tú que me pongo yo… “ (para
cosechar el resultado que está a la vista). El otro ha dado un pésimo ejemplo
al mundo violando el derecho internacional en una invasión ilegal, prohibida
por la ONU y
mediante mentiras de lesa humanidad…
Tengo para mí que es en el ámbito regional y
local donde los demócratas, los socialistas, tienen mucho que demostrar y
conseguir, porque las políticas nacionales y continentales están en manos de
otros que no salen a la palestra pública, pero actúan como fantasmas terribles
en una incesante rapiña.
L. de Guereñu Polán.
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