CLARA CAMPOAMOR, EDRIS RICE-RAY, SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, tres mujeres entre muchas otras cuyas
biografías muestran como en épocas distintas, circunstancias y realidades diferentes,
el feminismo es un fenómeno común. Una tarea interminable que representa la dinámica liberadora encaminada a erradicar una
página negra de la sociedad y el prolongado e inicuo sometimiento de la mujer.
Aunque el concepto de género se
acuña en el siglo XX, en la década de los setenta, el feminismo no es sino la constante lucha de la mujer, que conduce al descubrimiento de que el género es una
construcción cultural que revela la nítida desigualdad social entre hombres y
mujeres. Con todas las complejidades que entraña, el feminismo responde tanto a
actitudes intelectuales como históricas. Es difícil hallar una dominación más
larga y cruel y en la que la marca de la naturaleza haya grabado esa impronta
que afecta a las mujeres. El discurso de
la inferioridad de lo femenino alcanza con visión retrospectiva, al menos hasta
la filosofía griega, aunque los picos de mayor virulencia se asocian con la
teología, cuya vocación es hacer de la mujer un ser anónimo. Algo que auspicia
que el empoderamiento femenino se incardina con una necesaria desconexión de la
tradición y de la religión, eliminando prejuicios y abriendo puertas a una
realidad distinta.
A lo largo de siglos el
género fragmenta la sociedad en dos
partes asimétricas. Una marcada por la subordinación y otra por la dominación. En una confluye una suma de derechos y en la otra un déficit significativo de los mismos. La
propuesta feminista pone al descubierto todo el armazón ideológico que discrimina
o excluye a las mujeres de los diferentes ámbitos de la sociedad. Si el marxismo señala la existencia de clases
sociales con intereses opuestos e identifica analíticamente los mecanismos
sociales e institucionales inherentes al capitalismo, el feminismo es la mirada
crítica y política sobre las dimensiones de una realidad intolerable y
degradante que se manifiesta en violencia de género, acoso sexual, desigualdad
de acceso a los derechos colectivos, brecha salarial, etc. Lo que
tradicionalmente acontece, -aunque las circunstancias estén variando
sustancialmente-, es la existencia de una disposición social en la que los
varones ocupan una posición hegemónica en todos los ámbitos de la sociedad.
Uno de los pilares de la teoría
feminista, es la radiografía sociológica que pone al descubierto los elementos
de subordinación e injusticia social que usurpan recursos y conculcan derechos en
la vida de las mujeres. Pese a todas las limitaciones impuestas, la realidad
final la recoge en una frase de Virginia
Wolf, “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que se pueda imponer a la libertad
de la mente”. Habría que formular la salvedad de las escasas y lamentables
anécdotas, referidas a mujeres que con desdoro utilizan la sensibilidad social
existente para difamar, chantajear o retorcer en pro de mezquinos intereses
personales la dignidad de un proceso, mancillando la lucha noble, dura,
comprometida de las auténticas activistas depositarias del legado liberador. O,
lo que es peor, menoscabando de forma grosera con su comportamiento a las verdaderas
víctimas en su drama vital y su dolor.
La labor del movimiento
feminista, de sus actoras y actores, no
termina en la teoría analítica o
en el diagnóstico crítico de la realidad. Requiere de la acción política, como
vehículo en el que desembocar la praxis. Huyendo de interlocutores que encantados
de haberse descubierto como machos alfa,
con todo cinismo se apuntan a cualquier fuego de artificio demagógico, contaminando
la política. La lucha por la equiparación y los derechos de la mujer es algo demasiado
serio, demasiado riguroso, demasiado dramático, como para dejarlo en manos de políticos oportunistas,
plumas de pavo real, sin nueces tras el
ruido. O en los que, con extrema procacidad no dudan en manifestar, “no nos metamos ahora en eso...”
Señala con razón Dña. Celia Amorós, brillante teórica
del feminismo, y del llamado “feminismo de la igualdad”, catedrática y miembro
del Departamento de Filosofía Moral y
Política de la UNED, “en feminismo, conceptualizar, es politizar”. Sostiene que
la globalización ha tenido un efecto nocivo para la mujer, y reclama “que se
vuelvan a rearmar movimientos antiglobalización en los que las mujeres tengan
su lugar transversal”.
Llegados a este umbral de
compromiso, cada vez brillan con más fuerza los ejemplos de integridad moral de mujeres, que como
en su día la diputada Dña. Clara Campoamor, ayer y hoy, abanderan la lucha de
la emancipación femenina.
*Antonio Campos Romay ha sido
diputado en el Parlamento de Galicia.
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