domingo, 25 de febrero de 2018

La memoria histórica


La guerra civil española de 1936 fue, posiblemente, la ocasión para que se desatasen todos los odios que se habían ido incubando desde hacía mucho tiempo y otros durante la II República española. La enorme cantidad de monstruisidades que se cometieron por parte de los seguidores del general Franco (con él a la cabeza) no hacen buenas las cometidas por los republicanos, siempre muchas menos según han investigado cientos de historiadores de toda condición. Fue también ocasión para que no pocos delincuentes comunes se sumasen a uno y otro bando en busca de lo suyo.

Violaciones sin número de mujeres, asesinatos a sangre fría, grandes matanzas, bombardeos a la población civil, torturas, humillaciones, detenciones ilegales, condiciones infrahumanas en las cárceles y en los campos de trabajo, etc. Pero hay algunos casos de los estudiados que son particularmente singulares por las circunstancias que se dieron. Uno de ellos fue la construcción del canal del bajo Guadalquvir, durante veinte años. Según P. Preston se hizo a favor de los latifundistas que apoyaron al general Franco durante la guerra, empezando a construirse en 1940 con 5.000 presos trabajando por nada o casi nada, lo que constituye un abuso que debiera repararse.

Pero el ejemplo más extremo de la explotación de presos republicanos (según el autor citado) “fue el capricho personal de Franco, la gigantesca basílica y la imponente cruz del Valle de los Caídos. Trabajaron hasta 20.000 presos –varios murieron, muchos padecieron heridas de gravedad- en la construcción…”. En palabras del dictador “que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido”. Los prisioneros fueron tratados como esclavos pues pagaron los costes de su propio encarcelamiento.

Durante el frío invierno de 1940-41 muchos prisioneros murieron de hambre y frío en las celdas… y todo ello para mayor gloria de un criminal cruel que no tuvo inconveniente en prolongar el sufrimiento de miles de personas aún después de terminada la guerra. Cuando en el año 1975 falleció, fue enterrado en la basílica con toda pompa, sin que se tuviese en cuenta el dolor causado a miles de españoles. Por ello, de acuerdo con la legislación española de la memoria histórica (el propio Franco dijo que la obra debía desafiar al tiempo y al olvido) los retos del dictador no pueden seguir en monumento simbólico de tanta crueldad.

No ignoro las dificultades de toda índole para que se repare –aunque sea simbólicamente- tanta injusticia y tanto odio allí acumulados, pero el traslado de esos restos a otro lugar común, como cualquier otro cadáver, es un imperativo moral. ¿Cómo admitir que se encuentre allí enterrado el que infligió tanto sufrimiento a millones de personas durante tanto tiempo? ¿A que generación le cabrá el honor de llevar a cabo la reparación de la que hablo aquí y ya se ha formulado hace tiempo? ¿Qué gobierno tendrá la virtud, la destreza, de concitar el acuerdo para que el monumento grandioso y símbolo de tanto dolor no albergue a quien encarnó la dictadura más cruel que sufrió España?

La ley de memoria histórica podría parecer inocua si no se aplicase, como no se está aplicando por la oposición irresponsable e irrespetuosa de alcaldes conservadores y simpatizantes con el franquismo, pero no lo será si se excavan las tumbas donde fueron enterrados sin consideración alguna víctimas inocentes, y entre esas víctimas están las que entregaron su vida en la construcción de un mausoleo para un verdudo de mayor cuantía.

L. de Guereñu Polán.


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