Un país atado a sus fantasmas,
como el asno a la noria. Que se agosta en lánguida decadencia. Ramoneando en círculos que lo devuelven a las
huellas de una historia ya vivida, sin aprender de ella, camino del ostracismo interior
y la decepción. Balada afligida, desnuda de canto de victoria. Envejecido como
su demografía, agarrotado, arrastrándose por las escarpas de la indignación viendo
cómo le arrebatan a puñados lo logrado con el sudor de la frente. Irritación
que se evapora gaseosa, en actos escasamente eficaces. País de paisanaje entretenido
en falaces juegos de proyectos nuevos nacidos viejunos. Que se mimetizan con celo en modelos rancios,
apolillados por la melancolía de una historia que se abortó en la inercia y en el
oro de los ladrillos, a manos de becerros encorbatados.
Estancado en marismas putrefactas
que licuan la tempestad salvífica que pudiera depurar sus miserias y despejar su
horizonte haciendo brotar limpias las palabras y las promesas en las encrucijadas
de piedra. Redimiendo de la oscuridad la palabra. Retomando el gozo de la
decencia. Construyendo una España a semejanza de su necesidad. Comprometida con
la justicia social. Poniendo fin a jornadas cenicientas en las que enanos se
presumen gigantes, los ladrones estrategas, los petimetres filósofos y los vates
reconocidos por su ruina moral apenas llegan a “bates” que golpean con la
miseria de su bilis.
Macilentos anónimos tragan lágrimas
de humillada impotencia. Esclavos de unos pocos que hacen de este mundo su
reino para escarnio del Creador – si existir existiere- en una orgia de delincuentes
absueltos, financieros proxenetas y
políticos lacayos. Entre los escombros en
que expiran las llamas de esperanza, fenece la solidaridad, víctima de
la especulación más extrema. Se extingue la esperanza en sueño acunado por la
dolida canción de un país tan moralmente empobrecido y colonizado que incluso
perdió su musicalidad en la disonía bárbara llegada del gigante de Wall Street,
que hasta en eso impone su melodía de imperio zafio, sin apenas letras.
Un país que hoy se hace extraño,
alcanzado por el rayo deletéreo del miedo al miedo, el pánico ante la idea, que sofoca la decencia
y declina la ética. Incapaz de reconocerse en la democracia digna y la
complicidad fraternal. Alguien hurtó el proceso ilusionado que amagó quebrar la
lóbrega noche de espadones, pasando una mano siniestra por el lomo de la vida
colectiva. Tirando del ronzal con estudiada insidia hacia otro paisaje, cruel,
ajeno y desconocido. Un país donde las camisas azules se volvieron blancas y
las guerreras blancas se tornaron ternos azules en un atrezo gatopardista donde
el mucho cambio formal, es coartada para que nada cambie…
Entre el sueño y la nada, entre cielos
negros de tormenta, de soles y lunas huidos, donde en el naufragio de la
mesocracia, los burgueses se vuelven mendigos y los proletarios se tornan
esclavos. La opulencia que especula obscena con mano foránea, desgrana una
historia servil, de coronas, mitras, advenedizos enriquecidos, infames “okupas”
de las instituciones que debieran ser feudo de la ciudadanía, desenfreno de banderas
flameando a ritmo de chunda chunda y pasodoble casposo. Añoranzas de Pemán, y por
todo progresismo, el tardío, empalagoso y poético de Dionisio Ridruejo… Un país
que vuelve a escribir su crónica en las columnas de “Pueblo”, bajo el imperio
de Emilio Romero… El túnel del tiempo es autopista de regreso, amordazado por
ley, trocando la iniciativa social del viejo fascista de Fuengirola, Girón de
Velasco en pasto para buitres logreros a los que privatizar la Sanidad Publica,
es sueño de lucro.
D. Pio Cabanillas diría no sin
acierto, con ironía escéptica y mordaz, contestando a una periodista sobre el
resultado de un proceso electoral, “Ganaremos, señorita. No se quienes, pero
ganaremos”… Un pio premonitorio de aquel pontevedrés corto de talla y largo de
mente… Siguen ganando y vuelven a ganar, -no se quienes- pero los de siempre. Mientras,
el país se desangra y desespera, y quizás se desintegra…
La mirada se despliega atónita ante el vértigo de un mundo que malvive con
la testa baja, sumiso a ruines que se creen señores, aurigas sobre cuadrigas de
corceles apocalípticos que pacen en sus establos, distritos financieros,
“downtowns” de hielo, apiñados en racimos de falos que arañando el cielo proclaman desde sus alturas con arrogancia, su
conciencia yerma.
Bajo las columnas rotas de la
igualdad y la fraternidad se despedaza la libertad. En
sus despojos asoma un mundo no nuevo…Es el mundo viejo, vencido en la Bastilla
y en el Palacio de Invierno, que tanto sangre costó moldearlo más humano y
habitable… Resurge como venenosa hidra, asesina del progreso de la humanidad, que
barre tóxico el sacrifico de generaciones.
“Paren el mundo que yo me bajo”
gritaría Groucho Marx…”Paren el mundo que yo me bajo” clama Mafalda con su
imagen traviesa… Curros Enríquez, poeta inmortal e irredento, de potente voz, recoge lo que espanta al mismo Dios:
“SI EU FIXEN TAL MUNDO
QUE O DEMO ME LEVE"
*Antonio Campos Romay ha sido
diputado del Parlamento de Galicia
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