Ya podemos suponer que en lo que queda de
legislatura, no va a haber reforma de la Constitución alguna.
Ni el principal partido de la oposición la quiere ni existen puntos de contacto
entre los demás partidos, pues los hay que incluso no participarían en los
debates (ciertos nacionalistas catalanes). Cuando una nueva legislatura eche a
andar será también difícil, si las condiciones no cambian sustancialmente, que
exista el mínimo acuerdo para dicha reforma, sobre todo teniendo en cuenta que
hay que acercar al Partido Popular, a los nacionalistas vascos y catalanes y al
resto de la izquierda (digo resto porque el principal adalid de la reforma es
el PSOE). Incluso se podría dar el caso de que, iniciados los debates, se
avistara que el resultado podría ser peor de lo que ahora existe, por lo que
habría que abandonar el intento y exclamar: “madrecita de mi vida que me quede
como estoy”.
Es, por tanto, el momento de defender la Constitución del 78
con todas las fuerzas que los partidos puedan. Hay precedentes históricos que
demuestran la visión que tuvieron algunos dirigentes políticos para comprender
que, tras un paréntesis sin Constitución (no es el caso actual de España) no
sería ya posible volver al régimen anterior a dicho paréntesis, sino crear unas
condiciones institucionales nuevas: cuando la dictadura de Primo de Rivera se
agotaba, fueron F. Cambó y S. Alba (este menos afecto al rey que aquel) los que
aconsejaron que no era ya posible restaurar la Constitución de 1876
sin más, sino que la sociedad demandaba, entonces, otra cosa. Ambos líderes
querían evitar una revolución (lo que representó la
II República) y salvar la monarquía
haciéndola democrática, lo que no había sido ni era.
En el exilio francés, Largo Caballero, y no fue
el único, poco antes de su muerte en 1946, explicó que no era ya posible la
restauración de la II República,
y no solo porque el franquismo no tardaría en consolidarse, sino porque
aquellos mimbres ya no se daban en una Europa de postguerra. Era necesario
llegar a acuerdos aceptando incluso un plebiscito (conseguido el apoyo
internacional para derribar a Franco) para saber si los españoles querían
monarquía o república.
España no se encuentra en una situación que se
parezca ni a la de 1929 ni a la de 1946, pero algunas voces se han alzado para
decir que el régimen del 78 debe darse por muerto y pasar a un nuevo período
constituyente. Me parece la mayor barbaridad en la que se podría caer. No le
faltan a España constituciones y no por ello se ha destacado por ser uno de los
países más prósperos y estables de Europa: todo lo contrario. En occidente, los
estados ibéricos se parecen más a los casos de la Europa del este que al
resto. La Constitución
de 1978 se ha demostrado muy útil aunque, obviamente, no contenta a casi nadie
en plenitud. Y precisamente por eso es buena, porque no es la de ningún partido
o ideología, sino el resultado de un acuerdo difícil e inteligente, con muchas
renuncias por parte de unos y otros. Los unos deseaban llegar a acuerdos para
lavar su empecinada colaboración con el franquismo, y los otros sabían que no
podían ser maximalistas porque había poderes vigilantes que no permitirían ir
más lejos. Viene entonces a cuento que no será posible querer reeditar un
espíritu consensual como el que se dio entre 1976 y 1978. Es necesario otro, y
ese otro, hoy por hoy, no existe. ¿Cómo va a existir si no se trata de salir de
una dictadura?
Incluso dudo de que el impulso para la reforma
de la Constitución
pueda venir de las presiones del independentismo catalán, entre otras cosas
porque, hoy por hoy, ese independentismo no quiere ni oír hablar de la Constitución
española. Cabe pensar, sin embargo, que la capacidad de movilización de los
independentistas baje en los próximos meses y años, en cuyo caso se podría
abrir alguna grieta. Por parte del nacionalismo vasco, que no está en
independentismo de ningún tipo, sí está en defender lo que queda de los fueros
decimonónicos, lo que algunos partidos, con razón, quieren revisar. Otro
problema añadido. Y si la reforma de la Constitución no sirve para dar solución a los
problemas territoriales e institucionales que tiene España ¿para que sirve? Es
cierto que está el papel del Senado, que desde mi punto de vista debiera ser
elegido por el mismo sistema que el Congreso, el artículo 16.3 sobre la Iglesia católica,
anacrónico hoy y otros aspectos que no enuncio porque serían importantes para
unos y no para otros.
La federalización de España será difícil: en
primer lugar porque ya vivimos en un Estado altamente descentralizado (aunque
en mi opinión mal), en segundo lugar porque hay partidos en la derecha que lo
de federalismo les suena a chino y en tercer lugar porque al independentismo
catalán, hoy por hoy, no le llega con federalismo. Está en su ensoñación
particular y no ha dado muestras de querer moverse. Lo dicho: a los partidos
que verdaderamente quieran hacer progresar a España les queda una cerrada
defensa de la
Constitución de 1978, con las reformas que se quieran cuando
haya condiciones para ello, pero mientras no, la de 1978 ha de defenderse con
uñas y dientes.
L. de Guereñu Polán.
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