El nacionalismo vasco y el catalán han sido,
históricamente, insolidarios con los diversos gobiernos de España, sobre todo
cuando esta ha sufrido situaciones críticas y de dificultad. Es cierto que
durante las primeras décadas del actual régimen político español, han
contribuido a la gobernación de España, pero planteando a los sucesivos
gobiernos no pocos problemas de todo orden. Quizá esa contribución se dio
porque había que reconstruir todo lo destruido durante largas décadas de
dictadura y la guerra precedente.
Sabidos son los intentos del PNV para llegar a
un acuerdo con el Vaticano y garantizar el fin de la guerra de 1936 en Euzkadi
al margen de la suerte del resto de España. Pero dada la actualidad que tiene
el caso catalán en los días que corren, este artículo se va a centrar en los
esfuerzos que el Jefe del Gobierno, Negrín, tuvo que hacer para combatir la
insolidaridad de las autoridades catalanas durante aquella guerra.
De los dirigentes socialistas más significados
de aquella época, de los Ríos estaba como embajador en Washington, Besteiro
retirado en un pesimismo enfermizo que fue premonición de su trágica suerte,
largo Caballero había conseguido, entre septiembre y mayo de 1936-37, un cierto
orden en el ejército republicano, que hasta entonces había dado muestra de la
mayor anarquía, Prieto formaba parte del gobierno de Negrín en la cartera de
Defensa, pero es este el que encarnó el tesón necesario para que la República resistiese
hasta la extenuación. Azaña, como Jefe del Estado, quiso terminar la guerra por
la vía diplomática sin conseguirlo e incluso enfrentándose al Jefe de Gobierno
que él mismo había nombrado, por más que Negrín también ensayó esos intentos en
la Sociedad
de Naciones, ante la URSS,
Francia, Gran Bretaña, México y Estados Unidos.
La autonomía catalana, en época de guerra,
valía de poco e incluso significó un estorbo a la necesaria respuesta unificada
de la República
contra los ejércitos alemán, italiano y franquista. El profesor E. Moradiellos,
en una obra verdaderamente importante (“Negrín”), ha explicado los esfuerzos de
Negrín por disciplinar a la
Generalitat de Companys. Este, por su parte, propició una
serie de reuniones para evitar la merma de atribuciones que la Generalitat venía
desarrollando, incluso más allá de sus competencias.
La industria catalana debía estar –según Negrín
y su gobierno- al servicio del esfuerzo común de guerra, por lo que Companys, a
mediados de 1937, envió a Valencia una comisión de tres consejeros para tratar
los temas en disputa. Azaña recibió a esa comisión a principios de julio en su
residencia de La Pobleta,
a las afueras de Valencia, y –según José Prat- les planteó el cúmulo de
“intromisiones y excesos de la
Generalitat contra el Estado”. Tres entrevistas más tuvieron
lugar, con Negrín, sin que los comisionados catalanistas se fuesen satisfechos.
El Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno estaban decididos a someter a
Cataluña a su autoridad en época de guerra. En una de las entrevistas,
celebrada en la playa de la
Malvarrosa –según Moradiellos- Negrín habló poco para no
debilitar a su gobierno si los catalanistas forzaban una desafección
irreparable.
La Generalitat quería, o el mantenimiento de la situación del
momento o la suspensión acordada del Estatuto a cambio de mayor representación
catalana y de ERC en el gobierno central. Negrín confesó a Zugazagoitica,
miembro también de su gobierno: conozco
la canción. He contestado que, mientras yo dirija la política, el Estatuto de
Cataluña no será suspendido y mucho menos mediante un precio estipulado. No,
nada de eso. El Estatuto de Cataluña tiene un marco y dentro de él deberá
moverse el Gobierno de la Generalitat. Toda
extralimitación le está terminantemente prohibida. Nada, pues, de contratos
mercantiles. Cada poder en su esfera, de acuerdo con la Constitución. ¿Nos
suena esto para los días que vivimos?
A principios de agosto fue Negrín el que viajó
a Barcelona para entrevistarse con Companys y con Tarradellas (consejero de
Hacienda). La cuestión, una vez más, era dilucidar si la Generalitat iba a
poder administrar recursos sin el control del Gobierno central o todo lo
contrario. La discrepancia fue evidente. La política de orden público había
sido asumida por el Gobierno desde mayo de 1937 (el mes de la toma de posesión
del primer gobierno Negrín). Ahora se trataba de intervenir las finanzas de la Generalitat, que –como
ahora- había tenido “devaneos” en política exterior. Negrín había emprendido la
reorganización de las industrias de guerra con tres delegaciones, una en
Cataluña, donde había cinco representantes del Gobierno y tres de la Generalitat, pero
Negrín volvió contrariado de Barcelona.
Por su parte, Azaña escribió en su diario: El Presidente del Consejo… fue a contarme
sus conversaciones con aquellos señores (sic). La impresión de Negrín es desagradable. Muchas quejas de ellos por
cosas menudas. Imposibilidad de concertar nada serio. Enredo, palabras, doblez.
Negrín cree, como un descubrimiento, que Companys es hombre sin pensamiento,
sin elevación alguna. Han elaborado un proyecto para el régimen de las
industrias de guerra, con el propósito de alejar a todos los que hasta ahora
han venido interviniendo en ellas.
En guerra o en la paz, con república o con
monarquía, el nacionalismo catalán, particularmente, ha jugado siempre sus
bazas sin la solidaridad que unos y otros tiempos requieren. Otra cosa fueron
aquellos milicianos, aquella población sufriente, que se opuso sin éxito al
avance sublevado y permitió que Cataluña fuese uno de los últimos territorios
en caer bajo la barbarie de la represión y la dictadura.
L. de Guereñu Polán.
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