Uno de los fenómenos de mayor interés y
trascendencia en la historia es el del mestizaje que diversas comunidades han
ido constituyendo a partir de migraciones, invasiones, guerras y
colonizaciones. Cuando los españoles llegaron a América desde finales del siglo
XV comenzó un lento mestizaje que ha dado el mayor número de habitantes, hoy,
en todo el continente, desde California hasta e cabo de Hornos. Es cierto que
algunas comunidades quedaron al margen de este mestizaje, ya por su
apartamiento, por su resistencia o por habitar zonas de escaso interés para el
conquistador europeo, pero la
América de hoy es el resultado de un mestizaje que se ha
llevado a cabo con naturalidad, aunque en sus orígenes esté la violencia.
También la población europea es el resultado de
un mestizaje forjado a lo largo de siglos: eslavos del este, norte y sur se
mezclaron con los pueblos que vivían en lo que hoy es Alemania, Suiza,
Inglaterra, Escocia, etc. La población española medieval es el resultado de una
mezcla entre indígenas, población germana (suevos y godos principalmente) y
romanos. La llegada de francos, genoveses, pisanos, napolitanos y otros grupos
(como la llegada de españoles a Flandes, Austria, Italia, etc.) ha contribuido
al mestizaje que hoy existe en Europa. ¿Qué decir de los afroamericanos?, y así
podríamos decir de la mezcla entre chinos, malayos, indios, filipinos y otros
grupos humanos.
Como parece que el fenómeno migratorio hacia
Europa que se está produciendo desde hace unas décadas no va a parar, porque el
reparto de la riqueza en el mundo es muy desigual, porque existen efectos
climáticos que van dejando desérticas amplias zonas de África, porque las
guerras expulsan a parte de la población civil en busca de paz y tranquilidad
para labrarse el futuro, no nos va a quedar otro remedio (yo diría que tenemos
una oportunidad) que idear políticas que acojan a los migrantes y refugiados,
en este último caso, además, porque así lo establecen tratados internacionales
que han firmado muchos países, entre ellos España.
Sabemos también que Europa sufre un grave
problema demográfico de envejecimiento de su población, de estancamiento
incluso de la misma, por lo que ciertos trabajos no los van a realizar sino
inmigrantes. Los impuestos necesarios para seguir manteniendo las pensiones no
los van a pagar sino inmigrantes (además de los que el Estado recaude
acrecidamente si aplica políticas redistributivas). El problema es, no lo
ignoro, que la llegada masiva de inmigrantes y refugiados exige todo un
esfuerzo para que esa llegada no se convierta en uno de los desórdenes más que
conforman el mundo.
España, además, ha sido país de emigrantes
desde el siglo XIX hasta los años setenta del pasado siglo, con destinos tan
diversos como América y Europa. España ha sido de los países que ha depredado
bosques y minas, ha explotado a poblaciones enteras, y ahora ha llegado el
momento de actuar consecuentemente con los descendientes de aquellas
poblaciones. Razones de humanidad, de justicia y de necesidad se imponen.
Pretender, como hacen los xenófobos, que el
continente europeo va a perder su “identidad” si se llena de inmigrantes y
refugiados, es una sandez: en primer lugar porque el fenómeno no hay quien lo
pare. La diferencia está en si se hace ordenadamente, solidariamente, o a las
bravas. Las ayudas a los países de origen –siempre que no estén gobernados por
corruptos- es una primera medida que no ha dado todavía los resultados
deseados. La lucha contra las mafias que organizan en su favor el traslado de
migrantes a Europa, con grave riesgo de sus vidas (riesgo que ya se ha
convertido en siniestro miles de veces) es uno de los asuntos más difíciles de
llevar a cabo, porque se necesita de la colaboración de muchas partes.
Por si las dificultades no fueran pocas, aún
contamos en Europa con gobiernos que no están por la labor, que basan sus
políticas en el egoísmo y/o la ceguera, que sienten aversión al otro, que
practican políticas xenófobas que, con el tiempo, no harán sino dividir a la
sociedad más de lo que está: los inmigrantes ya asentados en Europa y los
indígenas europeos partidarios de la exclusión: he aquí un problema en potencia
que están alimentando personajes como el italiano Salvini, pero no solo.
Procedente de una izquierda de escasas convicciones, milita ahora en el más
reaccionario movimiento europeo después de las experiencias vividas por Europa con
los diversos fascismos.
Los de mi generación no lo veremos, pero en un
futuro no demasiado lejano estoy convencido de que Europa será el resultado de
un rico mestizaje que aportará recursos a sus habitantes, riqueza cultural y
diversidad, todo lo cual ha de ser gobernado por quienes creen en los
beneficios del mestizaje, no por quienes hacen ascos de él.
L. de Guereñu Polán.
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