Por estas fechas hace 99 años, (el
28 de junio de 1919) se cierra en falso la Primera Guerra Mundial, con el
Tratado de Versalles. Un espejismo que se fórmula como paz duradera, castigo a
Alemania y creación de un presunto paraguas, la Liga de las Naciones cual
bálsamo de Fierabrás, para resolver los contenciosos diplomáticos. Un tratado
deplorable plagado de dislates políticos y económicos que en si fue la génesis
de la depresión de 1929 y el caldo de cultivo del nazismo que se nutrirá de
millones de alemanes ahítos de frustración y rencor.
Fijaba unas condiciones consideradas
por una gran mayoría de analistas totalmente irracionales, y se prima el
revanchismo histórico galo contra la Alemania que había abochornado a Francia
en 1871. Serán tan onerosas y abusivas, que la Republica del Weimar se desmoronará
en una crisis económica y social. Se suceden devaluaciones vertiginosas de la
moneda, depreciación de los recursos e inflación salvaje. En medio de un descontento
creciente unido a sentimiento de
humillación nacional y penuria económica,
se aúpa el mesiánico Adolf Hitler y sus secuaces,- con la complicidad de sectores de la burguesía y el empresariado germanos-, para afianzar el
nazismo.
El pago de las deudas e
indemnizaciones, y las limitaciones de todo tipo son redactadas por los “Tres Grandes” (grandes en atroz miopía): el
premier británico Lloyd George, el primer ministro francés Frances Clemenceau y
el presidente estadounidense Woodrow Wilson. Más que un acuerdo fue simplemente
el intermedio de una única carnicera mundial en dos actos que derivo en casi
100 millones de muertos. El espacio, llamado “entreguerras” será apenas el respiro
para para pertrecharse de “navajas y
afilarlas”.
Un siglo más tarde algunas de las
doctrinas más siniestras de aquellas décadas negras vuelven a asomar su
putrefacto hocico con total desparpajo. Su faz perruna será distinta y
acomodada a la escenografía actual, pero los collares son los mismos.
Hace más de medio siglo la
convicción de unos líderes visionarios inspiraron la creación de la U.E. A
ellos debemos esta paz y estabilidad que hoy entendemos natural. Grupo
heterogéneo con ideales comunes y voluntad infatigable, estableció las bases
para una Europa que ansiaban pacífica, próspera y unida. Un proyecto que fue
fructífero en tanto los valores fundacionales, la Europa de los pueblos y los
ciudadanos se mantuvieron lozanos. Luego la Gran Estafa y la crisis humanitaria
generada en Oriente medio, -ambas traídas en siniestros vientos desde la otra
orilla atlántica- golpearon sus puertas poniéndola a prueba. El andamiaje
institucional de la UE aun siendo potente tiene serias dificultades para
superar las crisis de identidad de algunos de sus socios, especialmente los
llegados del Este, así como para seguir poniendo en valor las ideas acariciadas
por Monnet y Schuman de un territorio de paz, proyectada tanto dentro como
fuera del mismo.
Más allá de sus demonios
interiores, planea sobre la UE el “eje del mal” (descabellada frase del
expresidente Bush que irónicamente puede valer al caso). Donald Trump, xenófobo
y desquiciado, anima a los países
comunitarios a seguir el ejemplo británico del Brexit en su afán de dinamitar
la UE, y Vladímir Putin, -del KGB a la
“democracia” sin pasar por los derechos humanos-, encona el conflicto de
Ucrania e intenta reintegrar a su área de influencia los países subordinados a la
antigua URSS, hoy en la UE.
El acelerado repudio de los gobiernos de
Polonia, Hungría, Holanda, Austria, Italia y el más solapado de otros, hacia
los valores y principios de la democracia y la solidaridad requieren respuesta
contundente de la UE. Se trata no ya de encarrilar el rumbo del proyecto de
integración europea, sino de salvarlo de una agonía trágica y una inevitable
muerte. Quinientos millones de ciudadanas y ciudadanos en 28 países, necesitan
más Europa. La Europa de los Padres fundadores. Del contrato social en el que
durante más de medio siglo se tejió progresivamente el estado de bienestar y
armonía de convivencia. Cuya voladura se intenta sin pudor, ensanchando con
ello la brecha de las desigualdades. Y poner en valor sin reticencias, los
derechos y libertades fundamentales, que están siendo cuestionados por algunos
gobiernos y movimientos políticos europeos.
En los años treinta durante la II
República, D. Jaime Carner, ministro de Hacienda del segundo gobierno de D. Manuel
Azaña, lo dejó muy claro: «O la República somete a March o March someterá a la
República»… Algo que la UE debiera tomar nota…
O la UE somete a los mercaderes y
especuladores que pretenden robarle el futuro…o irremisiblemente, la UE será a
secas, la unión de los mercaderes y el patio trasero de la especulación.
Antonio Campos Romay
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