Monumento al general Mola |
Razón tenía un magistrado cuando,
en una reciente entrevista, decía que si el franquismo no estuviese de
actualidad no estaríamos discutiendo sobre el traslado de los restos del
general Franco desde donde se encuentran, un mausoleo construido para sí a base
de crímenes.
El franquismo está en las
organizaciones que, con fondos públicos o sin ellos, subsisten en España; está
en algunos partidos políticos como el PP, con sus alcaldes manteniendo
fotografías de Franco en sus despachos oficiales contra toda ley de Memoria
Histórica, en las declaraciones públicas de algunos políticos y en la xenofobia
de ciertos sectores de la derecha –quizá también de la izquierda- que se pueden
leer y oír en los medios de comunicación.
En los años ochenta pasados algún
político italiano señaló que la Administración en su país se había heredado y
mantenido intacta de la época mussoliniana. Sabido es que en Italia ha habido
partidos neofascistas y que en España, como en el resto de Europa y otros
continentes, también existe un sentimiento de dicho estilo. Incluso existe una
corriente historiográfica revisionista sobre el franquismo, representada sobre
todo por Pío Moa y César Vidal.
Hay programas de televisión, uno
en particular propiedad de la Iglesia Católica, donde se vierten defensas del
franquismo como un régimen que, aunque no democrático, había mantenido a España
unida y sin concesiones a independentismos y otros fenómenos colindantes. Los
defensores del franquismo se agazapan ahora bajo argumentos falaces como que
durante el franquismo se industrializó España y mejoraron las rentas de los
españoles, todo ello para alimento de ese franquismo sociológico que, como en
otros países, perdura bajo la superficie de la mayor parte de la población.
El anterior portavoz parlamentario
del PP, por ejemplo, defendió que los familiares de las víctimas del franquismo
acudían al Estado cuando este empezó a subvencionar la búsqueda de las tumbas
para exhumar a los asesinados. El anterior presidente del Gobierno se jactaba
en la televisión pública de haber destinado en los diversos presupuestos del
Estado cero euros para la aplicación de la ley de Memoria Histórica. El
franquismo no se esfumó con la muerte del dictador, tuvo que encontrar refugio
en alguna parte y lo hizo en el partido con menos tradición democrática del
país, fundado por un colaborador del franquismo, el señor Fraga, y mantenido
desde puestos de responsabilidad en la empresa, en la Iglesia, en el Estado y
en la sociedad civil.
Cuando una transición democrática
se hace bajo vigilancia del franquismo, como ocurrió en España, los nietos de
quienes la protagonizaron han sacado los colores a quienes no fueron capaces (o
no pudieron) hacer las cosas como convenía a la salud democrática del país, y
ahora vuelve lo que parecía olvidado, pero que estaba ahí, mantenido con gusto
por sectores minoritarios, pero poderosos del país. Véase todo lo relacionado
con la fortuna de los herederos del general Franco, la dificultad para que
vuelva al público un patrimonio que fue usurpado por el dictador y sus
colaboradores.
Véase como alcaldes (Llanos en
Albacete, Águeda en Salamanca, Ribadelago en Zamora y otros) siguen manteniendo
el nombre “del Caudillo” o este ha desaparecido hace muy poco tiempo. Véanse
los monumentos fascistas en los atrios y muros de las iglesias de España, donde
se honra a unos y se vilipendia a otros. También podríamos hablar del
callejero, que honra a verdaderos criminales o a franquistas confesos sin mayor
rubor por parte de políticos y jueces franquistas o adversarios de la
democracia. Siguen en pie monumentos a militares golpistas como Yagüe y otros,
al tiempo que se ponen todas las dificultades para que los familiares de
víctimas del franquismo puedan dar digna sepultura a cuerpos ya descarnados por
aquel régimen y la guerra civil.
Si no hubiera franquismo en
España no se oirían frases como “se quiere venganza”, “algunos se han olvidado
de quien ganó la guerra”, “no abramos viejas heridas” y otras por el estilo.
Las heridas no han cicatrizado, y no lo harán hasta que se haga justicia, que
no otra cosa se pide por parte de los familiares de las víctimas. Claro que el
asesinato de Calvo Sotelo fue un crimen sin perdón, como el de José Castillo,
como los que se produjeron en Casas Viejas, Castilblanco, Arnedo o Paracuellos,
por poner unos pocos ejemplos, pero esto no puede ser excusa para impedir
honrar a los muertos que han permanecido en la “tierra materna” que cantara
Azaña.
Lo malo de las dictaduras es que
hunden sus raíces y su hiel se mantiene durante décadas o incluso siglos, hasta
que su defensa sea ya inocua porque la historia ha hecho evolucionar las cosas
hacia tiempos que nada tienen que ver con los que alimentaron a dichas
dictaduras. Hay en España un franquismo que se resiste a desaparecer, y quizá
sea lícito que sus defensores puedan reivindicarlo, pero el Estado democrático
debe hacer justicia con una población que ha sufrido el desgarro de una
historia emborronada por esos mismos fascistas o sus padres.
L. de Guereñu Polán.
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