SEJE es como llama el historiador
Ángel Viñas al general y dictador Franco (“Su Excelencia el Jefe del Estado”)
en una obra titulada “La otra cara del Caudillo”. Entre varios asuntos, y
siguiendo a historiadores como Javier Otero y Sánchez Soler, demuestra de forma
incontestable cómo SEJE planificó su enriquecimiento desde muy pronto,
concretamente el año 1937, y siguió acumulando riqueza sin reparar en las
fórmulas hasta, por lo menos, principios de los años sesenta. Los negocios de
SEJE en esa década ya no tenían el mismo interés para él porque España –son
palabras del citado Ángel Viñas- era una gigantesca finca de su propiedad.
Son sabidas las precauciones que
SEJE tomó cuando aún no era Jefe del Estado y se dispuso a participar en el
golpe militar que llevó a la guerra civil de 1936, respecto de su familia
(esposa e hija) por si fracasaba la intentona y los militares golpistas eran
apresados. Luego, y durante más de
veinte años, SEJE fue acumulando una fortuna en dinero que estuvo depositado en
varias cuentas del Banco de España, propiedades inmobiliarias y regalos que,
lejos de engrosar el patrimonio nacional, fueron disfrutados espuriamente por
él.
Javier Otero publicó en 2010 las
cuentas de SEJE tras un trabajo que Ángel Viñas ha podido comprobar impecable
en sus resultados: dinero que estaría destinado a los huérfanos de guerra,
689.000 pta.; a disposición de S. E. en el Banco de España en Madrid, 9,9
millones de pesetas; otra cuenta en el Banco de España, 11 millones de pesetas;
donativos que debían ser destinados a indígenas africanos que participaron en
la guerra, 56.000 pta.; a disposición de SEJE en el Banco de España en Burgos,
215.000 pta.; a disposición de SEJE en el Banco Hispano Americano, 6 millones
de pta.; a disposición de SEJE en el Banco Español de Crédito, 6 millones de
pta.; a disposición de SEJE en el Banco de Bilbao, 3 millones de pta.; a
disposición de SEJE en el Banco Mercantil de Madrid, 468.000 pta.; dinero que
habría de servir para la reconstrucción del Alcázar de Toledo, 258.000 pta.;
total: algo más de 34 millones de pta. si sumamos, a las cantidades anteriores,
7,5 millones de pta. que Viñas ha comprobado, con una labor de archivo tediosa
y larga, que corresponden a la ¡venta de café! Aquel importe se abonó en la
cuenta –según ha podido comprobar Viñas- 70.713 del Banco de España, pero otra
cuenta abierta en marzo de 1938 en el mismo Banco en Burgos, recibió también
depósitos a disposición de SEJE.
Con la crisis económica que
padeció el mundo en la década de los treinta, el café, que no tiene valor
alimenticio, y que por lo tanto no es un producto de primera necesidad, sufrió
un bajón espectacular en su precio en uno de los países productores, Brasil. El
peculiar Getulio Vargas, a la sazón Presidente, decidió deshacerse de buena
parte del café para que, escaseando, su precio aumentase y favorecer así a los
empresarios cafetaleros. SEJE recibió un regalo de café por valor de esos 7,5
millones de pesetas que vendió aquí y allá para acrecentar su patrimonio. Es
evidente que SEJE se valió de testaferros para estas operaciones, como de la
más absoluta opacidad para hacer uso de fondos del Estado a su nombre y en su
exclusivo beneficio. Viñas detalla con todo lujo de datos los kilos y su valor
en pesetas enviados a las diversas Delegaciones de Abastos y Transportes,
destacando, como es lógico, Barcelona y Madrid.
Para que nadie protestase –si es
que se pudiese- SEJE hizo partícipes de regalos a militares en los que confiaba
más o menos: Viñas cita a Yagüe, Moscardó, Varela y Aranda (esta último, junto
con otros, se benefició más tarde de la “caballería de San Jorge”, sobornos de
la diplomacia británica a favor de quienes influyesen en SEJE para que no entrase
en guerra al lado de Alemania). Otros militares premiados con regalos por SEJE
fueron Solchaga, Perales, Serrador y Ponte. Beneficiarios fueron también
clérigos (obispos), funcionarios y otro personal allegado al Caudillo.
SEJE también recibió donativos de
la empresa norteamericana ITT vía Compañía Telefónica Nacional de España y
tuvo, como es lógico, el salario que le correspondía como Jefe del Estado, que
el Ministro de Hacienda, José Larraz, acomodó según las exigencias y
necesidades de su amo. En sus “Memorias”, publicadas en 2006 que yo sepa, no
dice nada de los amaños que hubo de hacer para que cuentas a nombre de Franco
con dinero público fueran utilizadas por este a su antojo.
Luego vino la especulación
inmobiliaria, de la que ha sido heredera su familia, por medio de la empresa
Valdefuentes S. A., escriturada por el laxo notario Pelayo Hore, amigo de Blas
Piñar. A Valdefuentes S. A. hace referencia el primo y secretario de Franco,
Salgado-Araújo, en una famosa obra llena de lagunas publicada tras la muerte
del dictador. Viñas ha podido rastrear este asunto: los socios fueron tres, la
sociedad Parcelatoria Milla S. A., que aportó 27 terrenos por valor de 732.000
pta., a las que hay que añadir 1,2 millones, valor del ganado, maquinaria
agrícola, aperos y algunas instalaciones; el segundo socio fue José María
Sanchiz Sancho (tío del marqués de Villaverde) casado con doña Enriqueta
Bordiú, apellido que es conocido por los españoles; el tercer socio fue el
abogado Luis Gómez Sanz, que aportó 100.000 pta. en efectivo. Esta sociedad se
constituyó en 1951 y, a partir de aquí, hizo sus negocios con ventaja,
incumpliendo la legalidad, especulando sin freno y enriqueciendo a SEJE, que
era el verdadero dueño valiéndose de los testaferros que figuraban como propietarios.
Por medio está la señora Polo, esposa de SEJE, que aparece manipulando
Valdefuentes S. A. muy pronto (no sería bien visto que el Jefe del Estado
figurase como propietario de una empresa inmobiliaria destinada a enriquecerlo
mientras los españoles aún seguían con las cartillas de racionamiento).
Franco, a mediados de los años
sesenta, pudo haber acumulado un patrimonio valorado en unos 83 millones de
pesetas (hágase el cálculo, teniendo en cuenta el valor del dinero, de lo que
representaría en euros hoy). Suficiente para dejar a su familia un buen vivir.
Como Hitler, Franco robó a su pueblo, al Estado, por lo que, además de dictador
cruel, se le puede aplicar sin duda ya el título de ladrón.
Pero como a todo ser humano, le
llegó la hora definitiva, sin que el poder, la vanidad, la riqueza y otras
miserias terrenales valgan de nada. Cuando el año 1975 se agotaba, SEJE se
murió de viejo, de tanto mandar y matar y de tanto robar: y ante el cuerpo
yacente de SEJE, el que al día siguiente sería proclamado por las Cortes rey de
España; Arias compareció con su bigotillo fascista; los periódicos rezaban “Ha
muerto Franco” y frases por el estilo; en un despacho discurren Rodríguez de
Valcárcel, el obispo de Zaragoza y Salas Larrazábal (no el historiador); las
mujeres de SEJE con una elegancia fúnebre y entre los asistentes al sepelio,
dos joyas de la política internacional: Imelda Marcos y Pinochet… El gentío se
agolpa en las calles para visitar al Caudillo ya inerme y el rey jura su cargo
en las Cortes en presencia de Armada, el futuro golpista que parece perder su
mirada en el infinito, los hijos del rey (entre ellos la que luego se
enriquecería a la sombra de su padre y el que sería rey más tarde).
El féretro del Caudillo fue
transportado en un armón de artillería rodeado de guardias con sus capas y
cascos a caballo. La gran losa se abre en Cuelgamuros y el fascista Girón lee
un documento ante el nuevo Jefe del Estado. En la misa, a modo de ungimiento,
el cardenal Tarancón, a quien la extrema derecha quería tratar como Yagüe y
Castejón a los extremeños en 1936. En una fotografía que se difunde aparece
Fraga espatarrado con don Torcuato (Fernández Miranda) y otros varones del
régimen que estaba a punto de fenecer.
SEJE ya no es SEJE; a partir de
esos momentos que hemos descrito, pasa a formar parte de la conciencia de no
pocos españoles que se identificaron con él, por interés, por miedo, por
miseria, por lo que sea. Muerto el Caudillo ya su fortuna no era de él, sus
robos, sus crímenes se fueron con él pegados a su menguado cuerpo sepulto, sin
poder adivinar los insondables secretos de la muerte.
L. de Guereñu Polán.
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