Eso de que la educación
ha de estar en función de las exigencias del mercado está muy en boga porque el
mundo no ha hecho sino encabalgar crisis económicas desde los años setenta del
pasado siglo. Pero está muy mal porque tal fórmula implica una dicotomía que no
existe en la naturaleza, como no existe en los niños cuando hacen preguntas a
su más tierna edad.
Pretender que un
estudiante de Filosofía no aprenda el pensamiento científico de Einstein es tan
aberrante como pretender que un estudiante de Física no haga una lectura
crítica del “Timeo” de Platón. No hay división entre Platón y Einstein, como no
hay división entre Filosofía y Ciencia; es más, la filosofía es el origen de la
ciencia, del pensamiento y del conocimiento.
Recuerdo haber leído a
Heidegger decir que nuestro mundo es un inmundo: y no es precisamente un
pensador que, en su periplo vital, haya sido ejemplar. Es un inmundo el mundo
que tiene a más del 11% de su población en la hambruna, a millones de personas
sometidas al terror de los jefes de la guerra, a muchos más millones de
personas sometidos a la dictadura del dinero, acopiado en unas pocas manos.
Recuerdo también a
Ángel Gabilondo decir que la humanidad no está formada solo por los que estamos
ahora, sino por los que ya no están, que nos han legado su conocimiento y su
trabajo, y por los que vendrán luego, a los que debemos el nuestro. No
debiéramos vivir, por lo tanto, solo para el corto plazo, para los que estamos,
sino para una humanidad mucho más rica, necesaria y numerosa.
Es curioso que hablando
del “Timeo” de Platón, no pocos cosmólogos se inspiren en él para plantearse el
origen de la materia, de nuestro mundo, ya sea este creación del demiurgo, de
un dios todopoderoso o de una autogeneración de la materia (en los tres casos,
verdaderos actos de fe).
La filosofía, como la
entendieron los pitagóricos, los sabios de la antigua Grecia, Aristóteles y los
helenísticos, los padres de la Iglesia y los pensadores orientales, los
racionalistas, los empiristas, los positivistas, los idealistas y los científicos
modernos (donde están también los filósofos) es un arma contra la alienación,
contra el inmundo; lo que nos permite reflexionar sobre lo que normalmente no
reflexionamos, sobre de dónde venimos, qué somos y a dónde vamos, si es que
nuestra vida tiene un sentido, si es que el cosmos tiene un sentido o todo lo
que consideramos realidad no es más que un holograma que un mago desconocido mueve
a su antojo.
Los estudios que priman
la técnica y las ciencias aplicadas, sin tener en cuenta el valor que los
griegos y Descartes, Galileo, Newton y todos los sabios que en el mundo ha sido
han dado a las humanidades, rompen con una tradición antigua, a la que debemos
casi todo lo que somos. ¿Por qué no se habría de hacer pensar en la escuela a
los más pequeños sobre la naturaleza, la belleza, la bondad, el bien y el mal? ¿Por
qué no se han de ampliar los estudios de Filosofía para todo tipo de
estudiantes, para que puedan entender mejor las matemáticas, la música, la
historia…? Ya es hora de que se integren los saberes sin formar compartimentos
estancos.
He sido profesor de
Historia en varios Institutos durante más de treinta años y, desde muy pronto,
me di cuenta que aquella disciplina solo tenía sentido en la medida en que se
pensase sobre ella, es decir, en que se hiciese filosofía sobre el devenir, los
acontecimientos sociales, las causas y las consecuencias que han forjado
nuestro mundo y nuestro inmundo. Pensar, acostumbrarse a pensar, desechando lo
fútil y quedándonos con lo granado es filosofar, abrirse a nuevas ideas, no
encerrarse en las propias, en hacer seres humanos más humanos, más capaces de
valorar su dignidad.
L. de Guereñu Polán
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