martes, 24 de enero de 2012

Los obispos y el sexo


Verdadera obsesión tienen los obispos con el sexo: que si ser homsexual es pecado o una desviación, que si la sodomía es un pecado nefando, que no se puede uno casar civilmente y luego ir a rezar a la iglesia, que todo el mundo ha de pasar por la vicaría, que no al preservativo, que para combatir el SIDA la continencia... ¡Que barbaridad! La cantidad de páginas que los obispos llenan con noticias y anatemas contra los pecadores supera lo imaginable. (Véanse las últimas noticias sobre los obispos de Valladolid y Tenerife).

Hay uno que dice que cierta "miembra" del Gobierno no puede asistir a una procesión porque está casada civilmente y no ha recibido la bendición del cura correspondiente. Hace unos meses la Iglesia hizo públicas las pérdidas que experimentó en los últimos años por la mala costumbre que tienen los españoles de no pasar por la vicaría para contraer matrimonio. Lo hace solo un tercio respecto de los que lo hacían hace venticinco años. La Iglesia -junto con cierta judicatura- es la única institución, creo yo, que no ha entrado todavía en los modos democráticos: quiere imponerse al Estado, quiere escapar de cumplir sus leyes; como cuando los Tribunales dictan sentencia para que se readmita a una profesora que ha sido expulsada de su puesto de trabajo por el obispo de turno; la Iglesia quiere hacer prevalecer el derecho canónico sobre el civil, y ejemplos hay de conflictos entre la autoridad laica y los obispos. Y podríamos seguir.

Pero no siempre ha sido así: hasta mediados del siglo XX los curas tenían hijos y no pasaba nada: los parroquianos lo sabían (Galicia y Andalucía eran las regiones donde estos casos se daban con más frecuencia) e incluso los obispos se lo callaban porque les interesaba. También los obispos tuvieron hijos, como el cardenal Mendoza, los Fonseca, un obispo de Bourges, otro de Florencia, otro de Munich, otro de Bratisava (Eslovaquia) y muchos otros cuyos casos no se citan aquí para no aburrir. Los papas también tuvieron hijos, y luego les nombraban cardenales para que -a su vez- tuvieran hijos, y sin embargo iban a las procesiones piadosamente, decían misa con mucha fruición, rezaban para alcanzar la gloria e incluso hacían obras de caridad.

Hasta la edad media no existió el matrimonio eclesiástico: los cristianos se casaban por el simple hecho de unirse en el amor que se profesaban y celebrarlo junto con la comunidad de aldeanos que asistían como testigos. Así se hizo durante siglos y todo fue bien; tan bien que hemos llegado nosotros a existir. Pero cuando la Iglesia descubrió el pingüe negocio que significaba la vicaría, el control social sobre los vecinos que implicaba, el asunto de las amonestaciones públicas y toda la parafernalia, entonces ordenó a los fieles que se casasen mediante un cura; y si se trataba de un noble mediante un obispo o el propio papa. 

Los santorales, libros de devoción, piadosos, de educación religiosa, que se amontonan en las bibliotecas especializadas, muestran a una Iglesia -a unos obispos- con la cabeza llena de penes y de vaginas, constantemente preocupados por algo tan natural como el sexo, pero para condenarlo, contrariamente a toda ley natural y si me apuran divina. 

L. de Guereñu Polán.

1 comentario:

FUNDACIÓN LUÍS TILVE dijo...

Nunca creí que mi artículo pudiese llevar al comentario anterior, pero en fin, muy interesante y esotérico. Un saludo.