Veamos.
El proceso de transformación estructural de nuestra economía nos pilló en la
transición del franquismo a la democracia, de tal manera que una buena parte de
las particularidades que esta crisis está mostrando en España nos han venido
dadas por la “herencia recibida”: una economía y una sociedad sometidas a
grupos de interés económico y financiero muy reducidos y poderosos, con un
tejido productivo débil y, a la vez, dominado por unos pocos.
De
tal manera que, a pesar de los esfuerzos realizados y de los avances logrados a
lo largo de los últimos 30 años, tenemos que admitir que nuestra democracia
todavía es una democracia incompleta.
Porque somos un país en el que la clase trabajadora sigue adoleciendo de una
gran debilidad frente a la desmesurada influencia política de los grandes grupos
empresariales y financieros. Un país con una economía y una sociedad muy
oligarquizadas, en el que, por dar algún dato, tan sólo 20 familias poseen el
20,14% del capital de las empresas del IBEX-35 y tan sólo 1.400 personas (el
0,0035% de la población española) son titulares del 80,5% del PIB. Un país,
además, con unas instituciones y mercados (mercado de trabajo, sector
financiero, sistema fiscal) muy imperfectos, todos ellos muy lastrados por la
herencia franquista.
Y
tenemos que admitir también que el nivel de bienestar alcanzado dista mucho del
que han logrado los países con los que hemos tenido que homologarnos, porque,
efectivamente, arrastamos un importante
déficit social, que tiene también sus orígenes en la España franquista, con
stándares de bienestar muy por debajo de los europeos, de tal manera que,
aunque los sucesivos gobiernos democráticos realizaron destacados esfuerzos por
aproximarnos al nivel europeo, la coyuntura económica, política e ideológica
(marcadamente neoliberal) no se lo permitieron del todo.
Aunque
pueda parecer paradójico, lo cierto es que en España durante el período de alto
crecimiento económico la desigualdad aumentó de forma notable. Sólo algunos
datos para demostrarlo: entre 2002 y 2005 la renta media correspondiente al 20%
más podbre de los hogares españoles se redujo un 23,6%, mientras que la renta
del 10% más rico se incrementó más de un 15%.; en 2002 un 42,5% de las familias
tenían que dedicar más del 40% de su renta a pagar sus deudas por compra de
vivienda, mientras que en 2005 el porcentaje alcanzó el 70,9% de los hogares; hace
20 años la diferencia salarial entre puestos directivos y puestos de menor
nivel era de 10 o 20 veces, mientras que hoy es de 100 o incluso de 200 veces;
en 2006 la retribución del trabajo había crecido un 3,4% frente a un 26,6% de
crecimiento en los beneficios de las sociedades en bolsa.
La
crisis que estamos padeciendo nos ha pillado, pues, en una situación en la que
todavía no hemos superado la desigualdad existente entre territorios y entre
personas, porque seguimos adoleciendo de insuficiente capital social dedicado a
la formación y la innovación, porque mantenemos un modelo productivo
dependiente y desvertebrado y porque nuestra democracia no es todavía del todo
real y auténtica.
Por
mucho que nos pese tenemos que admitir que en España, durante los últimos 30
años de democracia, se han llevado el gato al agua los mismos de siempre. Y si
no lo remediamos, se lo seguirán llevando en y después de la crisis, porque,
evidentemente, no será más que una ilusión pensar que podemos salir bien de
esto, si no somos capaces de abordar los males estructurales de nuestra
economía e incluso de nuestra democracia.
Vigo,
14 de marzo de 2012
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