sábado, 17 de marzo de 2012

La Inquisición, otra vez

Hubo un tiempo, como todos sabemos, en que la Inquisición papal quemaba en la hoguera a los que consideraba herejes, lo que provocaba en la víctima un sufrimiento terrible, pero también una gran deshonra. Hoy la Inquisición no quema, pero chamusca, persigue, castiga, prohibe, denigra y censura (no sabemos si volvería a quemar si se le permitiese). 

Son ya muchos los teólogos que están siendo perseguidos o degradados por su actividadad libre: Juan José Tamayo es uno de ellos, pero también José María Vigil, Benjamín Forcano, Evaristo Villar, José Arregui, Marciano Vidal, José María Díez-Alegria, Juan A. Estrada y otros. Unos son clérigos y otros seglares. William Levada, el Inquisidor del papa en estos momentos, ha señalado en un documento oficial que la teología "se lleva a cabo en comunión con la Iglesia", confundiendo lo que es dicha Iglesia y la labor de un teólogo libre, estudioso y de acuerdo con su conciencia. También el Inquisidor ha dicho que "la teología prespupone la escucha de la palabra de Dios...", pero parece que el único que tiene oídos para escucharla es él; los demás están incapacitados (siempre dentro de la lógica deísta). Por último -dice el Inquisidor- que la teología "tiene como fin dar razón a la verdad de Dios", pero tal verdad no la conoce nadie por mucho que se empeñe.

La Iglesia católica y su Inquisición (ahora llamada Congregación para la doctrina de la fe) no quiere que en cuestiones trascendentes, religiosas y teológicas nadie tenga nada que decir salvo ella; pero lo cierto es que desde la época más primitiva del ser humano éste ha tenido un sentimiento religioso (racional o no) y solo hace unos cuantos siglos la Iglesia ha venido a interferir en él. Pretender que solo las interpretaciones de la Inquisición son válidas es como volver al siglo XV; es como ignorar que el ser humano ha conquistado una libertad a la que no va a renunciar, porque es una libertad que, aunque se le negó durante siglos, ha tenido en lo más profundo de sí desde que tuvo la mínima chispa de inteligencia. 

L. de Guereñu Polán.

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