miércoles, 11 de julio de 2012

El asesino anda suelto

El caso de Siria es semejante al de Egipto, Túnez y Libia: se trata de dictaduras contra las que se levantó un sector importante de la población en demanda de un cambio de régimen. Cual sea dicho régimen, en cada caso, está por ver, pero en principio se habla de sistemas representativos heredados de las democracias convencionales. No se podrá pedir que un régimen sea exactamente igual al otro porque ninguno es pefecto.

Pero el caso de Siria, con su asesino principal a la cabeza, presenta una novedad: la ONU no puede acordar un mandato para que una fuerza militar internacional actúe en favor de la población por la razón de que dos poderosos estados, Rusia y China, se oponen. Cada cual tiene su estrategia internacional, y los dos estados citados no son precisamente ejemplos de democracia y defensa de los derechos humanos.

Pero dicho esto también cabe reflexionar sobre la debilidad del derecho internacional después de siglos de andadura. La primera guerra mundial fue el gran mazazo que pareció atemorizar a la humanidad y se creó la Sociedad de Naciones. Valió para bien poco: sin medios, sin la legitimidad que le darian Estados Unidos, Alemania y la Unión Soviética, que no fueron miembros de ella (Alemania se autoexcluyó en 1933), tras la segunda guerra mundial nació la O.N.U. con un déficit democrático tan grave que hace imposible tomar acuerdos que afecten a los intereses de uno de los países con derecho a veto.

Bashar al-Assad y otros asesinos sirios y no sirios siguen con su política de sangre porque a los seres humanos -a los dirigentes políticos- no les da la gana de reformar la O.N.U. Como no les da la gana de reformar el F.M.I y otros organismos internacionales que fueron útiles en algún momento y que ahora son más bien una rémora. Mientras el derecho internacional sigue anclado en los egoísmos de unos pocos gobiernos el asesino anda suelto. El que ahora ocupa las primeras páginas de los periódicos es el sirio citado, pero antes y después fueron y serán otros.

L. de Guereñu Polán.

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