sábado, 13 de octubre de 2012

El premio Nobel de la paz

El Presidente de la Comisión, floreado
El comité noruego que concede el premio Nobel de la paz (cinco personas nombradas por el Parlamento noruego) ha concedido dicho galardón a la Unión Europea. Parece que es con carácter propiciatorio, es decir, cuando se le concedió al Presidente Obama, antes aún de que hubiese hecho nada por la paz, mandó asesinar a tiros al terrorista Osama Bin Laden. Es de esperar que las autoridades europeas no sigan su mal ejemplo. Otra cosa habría sido conceder el premio Nobel de la paz a los Shumann, Spaak, Adenauer, Spinelli...

Pretender que el premio se concede por la reconciliación franco-alemana es tener pocas ganas de reflexionar. Dicha reconciliación se ha dado ya en los años cincuenta pasados, lo que sin duda ha contribuido a la paz en Europa, pero entonces lo que ahora es la Unión Europea estaba formada por unos pocos países que no son representativos de la actualidad. Para ejemplo baste el caso de la independencia de Croacia (a base no precisamente de la paz y la diplomacia, sino todo lo contrario) que fue reconocida por Alemania unilateralmente, mientras Francia apoyaba a Serbia por razones históricas. La actuación alemana dio alas a los más belicistas de entre los nacionalistas croatas, entorpeciendo cualquier posibilidad de arreglo pacífico. 

Otro tanto podríamos decir del caso Kosovo: los países de la Unión Europea, antes que actuar conjuntamente para evitar la masacre, se dividieron, de manera que unos reconocieron la independencia del pequeño país y otros no: según la conveniencia política de cada cual. Pero los kosovares, albaneses o serbios, bosnios o búlgaros, macedonios o de cualquier otra nacionalidad pagaron las consecuencias y muchos de ellos yacen en las tumbas. 

La OTAN, de la que muchos países de la Unión Europea son miembros, no ha tenido precisamente actuaciones brillantes, sino todo lo contrario, en diversos conflictos. Estados Unidos (época Clinton) con su aliada Gran Bretaña, bombardeó escuelas y hospitales en algunos países africanos (obviamente por error) sin que se hayan pagado las responsabilidades debidas por ello. Mientras tanto la Unión Europea callaba. La guerra de Irak, en la que cada país de la U.E. hizo lo que le vino en gana, no contribuyó a paz alguna, sino a exacerbar los odios entre minorías religiosas y políticas del país asiático: todavía lo estamos (lo están) pagando.

La tutela que ejerce la U.E. sobre los países balcánicos no parece haya servido de mucho para el progreso económico en la zona, sufriendo sus poblaciones las consecuencias de los conflictos armados sin que la U.E. tuviese una sola voz en el asunto. El hecho de que justo cuando gobiernan en la mayor parte de los paíes europeos partidos conservadores, que es cuando se aplican medidas económicas draconianas a los países más necesitados, sea cuando viene este premio Nobel, es por lo menos sospechoso.

El Banco Central Europeo no cumple el papel para el que se creó; la política exterior de la U.E. no existe, a no ser que se considere que el Reino Unido puede tener la suya, los países escandinavos con sus vínculos proalemanes y Francia con la suya propia, condicionada por el papel jugado durante más de un siglo como potencia colonial. El Parlamento Europeo no es precisamente un ejemplo de parlamento, pues casi no tiene poderes para influir en las políticas comunitarias, a pesar de ser la única institución donde sus miembros son elegidos directamente por la población. Las políticas de inmigración son diferentes en cada país de la U.E., dándose el caso de que en la Francia de Sarkozy se prohibió la entrada de rumanos por el mero hecho de ser gitanos (¡!). El descontento social nuncha ha sido tan vivo como en la actualidad, pero quizá los miembros del comité noruego que concede el premio hayan querido ayudar a los gobiernos conservadores con esta decisión propagandística. 

Cuando ni la Comisión ni el Consejo, "los dos gobiernos" de la U.E., juegan el papel que las leyes les atribuyen, sino que son los gobiernos de los estados más poderosos, particularmente Alemania, los que condicionan todas las decisiones, no parece que se pueda estar orgullosos del camino andado. El mito de que Europa no había tenido una guerra entre sus pueblos desde la fundación de la CEE, se rompió en los años noventa con las terribles guerras en los Balcanes, en los que la diplomacia de la U.E. no sirvió de mucho... más bien no sirvió de nada. 

Mucho tendrán que repensarse los europeos -y sus dirigientes políticos- el rumbo que dete tomar esta asociación supranacional, porque de seguir por el camino andado en las últimas décadas, apaga y vámonos. Mientras tanto aquí tenemos al floreado Presidente de la Comisión, otro conservador de tomo y lomo, que bien podría haber tenido el gesto de dimitir hace algún tiempo ante el fracaso de su misión. 

L. de Guereñu Polán.

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