viernes, 19 de octubre de 2012

Eric Lomax

Puente sobre el río Kwai cerca de Kanchanabury
En 1993 se reunieron en el puente sobre el río Kwai dos hombres que se habían conocido durante la segunda guerra mundial: uno fue la víctima, el otro el torturador. Fue el inicio de un perdón que el primero concedio al segundo, este atormentado por haber participado en crímenes execrables. 

Eric Lomax publicó en 1995 una obra titulada The Railway Man, de la cual se va a hacer ahora una película. En el libro narra los sufrimientos que pasó durante su internamiento en un campo de prisioneros en Tailandia, a manos del ejército japonés. Lomax había sido destinado a Singapur, donde los británicos fueron derrotados por el ejército japonés. Hecho prisionero, fue llevado a la prisión de Changi, donde con otros compañeros consiguió hacer una radio artesanal y seguir la marcha de la guerra. Cuando fue trasladado a Tailandia (Kanchanaburi) consiguió también llevar su radio hasta que le fue descubierta y acusado de espionaje. Aquí empezó su calvario.

Los viajes se hacían en el más absouto hacinamiento; sufrió trabajos forzados, trabajó en la construcción de una línea férrea entre Siam y Burma; fue expuesto a un sol de justicia durante horas en muchas ocasiones; sufrió abusos y fue apaleado con el mango de una herramienta hasta romperle varias costillas. Recibió amenazas de muerte que le causaron un gran dolor psicológico durante muchos años de su vida. En 1982 empezó a ser atendido psicológicamente ante su emperoramiento.

Llegó un momento en que en el Japan Times apareció la noticia de que un japonés -Takashi Nagase- estaba intentando localizar a presos de los japoneses durante la guerra. Lomax se puso en contacto con él y, tras varios encuentros, le llegó a perdonar: Nagase era el torturador -junto con otros- de Lomax durante su cautiverio. Eric Lomax acaba de morir uno de estos días; el sufrimiento que padeció no habrá sido en vano, porque nos ha dejado el testimonio de su vida, quizá con la esperanza de que nunca nos dejemos llevar por los que, sin escrúpulos, recurren a la guerra con la alegría de los torturadores. 

L. de Guereñu Polán.

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