jueves, 18 de octubre de 2012

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Trabajadores peruanos
Dice "el hombre más rico del mundo", un tal Slim, que los gobiernos han establecido un estado del bienestar que se volvió insostenible. No puedo estar más en desacuerdo con él: es perfectamente sostenible siempre que dicho estado del bienestar, además de integrar a los que no disfrutaban de él aún, hubiese puesto a contribuir a los que como el señor Slim se han hecho ricos de forma ilícita en muchos casos. ¿O alquien cree que se hace uno rico trabajando? Las transacciones financieras, que generan unas plusvalías enormes y que no cotizan, en la mayoría de los casos, a las arcas públicas, se les han escapado a los estados; en parte porque estos han sido gobernados por conservadores que estaban de acuerdo con esa "libertad" tan sospechosa, y en parte porque los gobiernos socialistas han sido timoratos o cobardes.

Las enormes corporaciones industriales, financieras, comerciales y de todo tipo que hoy existen en el mundo han de quedar sometidas al poder político, que es el poder de los ciudadanos si, como dice el señor Slim, "vivimos un cambio de civilización". Vuelvo a no estar de acuerdo: el cambio de civilización se producirá cuando no existan aquellas grandes corporaciones económicas a las que el citado pertenece, cuando la economía esté encadenada al servicio de los ciudadanos y no al revés. Son palabras gruesas, pero no son mías; mientras las organizaciones cívicas, los partidos progresistas, todo aquel que quiera un verdadero cambio de civilización no remen en el mismo sentido, la economía seguirá mandando sobre la política, cuando debe de ser al revés. 

También aporta "el hombre más rico del mundo" la idea de que la jubilación debe producirse a partir de los 70 años: otro desacuerdo mientras las tasas de paro estén por las nubes, particularmente en países como España. Es cierto que a medio plazo la sociedad se va a ir envejeciendo más aún (me refiero al "primer mundo") y las haciendas públicas no van a poder hacer frente a las pensiones de la población jubilada si esta no disminuye, pero cuando se tomen medidas de ese tipo habrá de ser contando con la opinión y el concurso del mundo del trabajo, no solo con la opinión de los burócratas y contables que manejan dados estadísticos y las cuentas públicas. 

Leo a Fernando Savater decir que existe un desconcierto de los intelectuales sobre la situación que vive el mundo. Si esto es asi ¿que clase de intelectuales son? Son los llamados a ser la voz crítica, son los llamados a presentar alternativas; la sociedad ha invertido en ellos para que ahora devuelvan a la sociedad ideas, soluciones que puedan ensayarse o discutirse. Se constata, por ejemplo, que en España la distancia entre los ricos y los pobres se ha agrandado, además de que ha aumentado el número de pobres. Esto no es debido a este o aquel gobierno; es un problemás sistémico; mientras no se discuta el sistema seguirá aumentando el número de pobres, aunque coyunturalmente se pueda combatir con éxito aquella tendencia. 

Vemos que a pesar de reformas laborales en favor de la patronal el paro sigue aumentando, porque está demostrado hasta la saciedad que no hay una relación directa entre dicha legislación y la creación de empleo, así como no hay una relación directa entre la creación de riqueza y la disminución del paro. Ha habido momentos de bonanza económica en los que el paro ha aumentado. El problema del desempleo hunde sus raíces en causas mucho más profundas, entre las cuales están las culturales: una cultura empresarial que no se corresponde con el siglo XXI; unos sindicatos que han perdido el pulso del momento y se han debilitado. Estoy convencido de que al paro se le combate -si no por medios privados- mediante los poderes públicos en cuanto estos tengan recursos: los del fraude fiscal, los de la evasión fiscal, los de los paraísos fiscales, los de las rentas altas y altísimas; mientras no exista una banca pública que financie políticas sociales por parte del Estado. No es el señor Slim el personaje del que nos debemos fiar, sino del que debemos desconfiar, al menos mientras no esté meridianamente claro como ha hecho su fortuna. 

L. de Guereñu Polán.

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