sábado, 3 de noviembre de 2012

Stiglitz

En España, en Portugal, en Italia (recordemos que en Grecia el presidente Papandreu se negó a aplicar las medidas draconianas que se le imponían desde la troika y provocó la división de su partido, perdiendo las elecciones posteriormente, cuando tenía mayoría absoluta en el Parlamento), en los citados pasíses, digo, se aplican políticas económicas alejadas de los más prestigiosos economistas mundiales, incluso premiados y reconocidos por sus importantes obras en la investigación económica. Ello es debido, creo yo, a que la prioridad para los gobiernos de los países del sur es dar satisfacción a los poderes económicos que les dan sentido, para defender el modelo de desarrollo capitalista -sin ningún tipo de miramiento- para lo que han nacido; poco importa, pues, que economistas como Joseph Stiglitz se desgañiten en advertir que las medidas tomadas conducen al suicidio, y en caso de que den resultado serán sobre la base de sacrificar a las clases trabajadoras.

El economista estadounidense sostiene que "el euro estaba basado en la hipótesis de que los mercados son eficientes y estables. Todas las evidencias de los últimos 200 años de capitalismo apuntan en la dirección contraria", es decir, los mercados no son eficientes y estables. Cuando se ha criticado, y con razón, la economía estatalizada de algunos países, ha sido para engrandecer el liberalismo económico donde cada mercader, cada banquero, debe poder hacer lo que quiera con tal de que el dinero cambie de manos, pero el capitalismo tiene crisis cíclicas y demuestra que no es eficiente cuando las empresas son mal gestionadas, los directivos no son previsores o cuando no tienen la suficiente formación.

El euro fue saludado con grandes parabienes porque permitía los flujos de mercancías y capitales sin los engorrosos y onerosos cambios de moneda. Pero las cosas -ahora lo vemos- son más complejas. Lo cierto es que ahora estamos peor que hace cinco años. Stiglitz es uno de los principales críticos de los planes de austeridad que los gobiernos (sobre todo conservadores) están aplicando en Europa. Dichos planes son dictados por la banca y el Banco Central alemán, entre otras cosas porque son acreedores de créditos y porque están en condiciones de imponer sus medidas: a no ser que haya unos gobiernos que les paren los pies, pero para eso es necesario no estar atados a compromisos con aquella banda.

Stiglitz ha dicho en un libro que he leído recientemente (1) que si bien la armonización fiscal (todo lo contrario de lo que quiere el gobierno catalán para el interior de España), la mutualización de deudas y la unión bancaria pueden salvaguardar el futuro del euro, se aprecia "escasa voluntad política" (es la banca alemana la que impide que haya dicha voluntad, además del seguidismo de los gobiernos conservadores de los intereses que representa tal banca). También insiste Stiglitz en que será imposible combatir el desempleo juvenil con las actuales políticas (se adelgaza el sector público, se despide a trabajadores interinos, no se convocan oposiciones para cubrir las vacantes). 

Stiglitz ha criticado en varias ocasiones el modelo de globalización que los países enriquecidos han impuesto: la globalización es inevitable en una economía como la actual, pero sin correcciones los países empobrecidos no tienen salida. También ha criticado al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial por no cumplir con los cometidos para los que fueron creados, en manos de técnicos no siempre bien preparados que no tienen sensibilidad política, sencillamente porque no están ahí para eso, sino para cuadrar las cuentas sin más. Es sintomático que Stiglitz, partidario de las teorías keynesianas de intervención de los Estados en la economía, dirija un Instituto para la pobreza mundial, lejos de relajarse en organizaciones que le harían rico. Recientemente ha sido nombrado miembro de la Academia de Ciencias Económicas y Financieras de España, pero ni caso...
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(1) "El precio de la desigualdad", Taurus (hay edición inglesa del mismo año: 2012).

L. de Guereñu Polán.

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