miércoles, 19 de diciembre de 2012

Comprar armas

Parece que la masacre de Newtown ha llevado a muchos estadounidenses a comprarse un arma (si es que no tenían otras). Ha sido el festín de fabricantes y vendedores. No fuese a ser que una legislación prohibicionista les dajase sin arma. Lástima, porque esas armas que se han comprado no valen sino para matar (lo de juguetear con ellas en el jardín de casa o en el campo de tiro es una estupidez como la copa de un pino).

Esas armas matarán alguna vez al hijo del que las ha comprado, o a su cuñado, o a su esposa, si no matan a veinte o treinta niños de una escuela o adolescentes de un Instituto. Esas armas matarán a un marido en un arrebato de celos de la mujer que ha perdido la cabeza, esas armas matarán al padre empuñadas por el hijo o al revés. No hay salida. Una sociedad que vive armada es una sociedad que mata. Una sociedad desarmada puede tener mil vicios, pero tiene menos posibilidades de que se comentan monstruosidades como las que hemos vivido hace unos días (una matanza de este tipo cada uno de los cuatro años de mandato del presidente Obama).

En otros países también se mata, particularmente en América Latina, donde México, Colombia y Venezuela se llevan la palma. Ahí el problema es de las bandas armadas, las que no tienen permiso de armas, pero campan ante la impotencia del Estado. Porque se ha querido un Estado débil frente a los poderosos, en vez de querer un Estaado poderoso para defender a los débiles.

El que compra un arma (obviando los casos de cazadores con permiso y otros evidentes) ¿para que lo hace? ¿Para defenderese de que? Para tener a su alcance el ingenio con que se segarán las vidas de inocentes. Y no aprendemos.
L. de Guereñu Polán.

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