No
es un caso aislado de político cogido en una tentación a la que ha
sucumbido. Es un pertinaz violador de la ley que se jacta y presumió
siempre de ello. El Partido Popular, al que pertenece, le ha apoyado a
cambio de los votos que procuraba por los métodos más venales y espúrios
que se conozcan. El señor Baltar se enfrenta ahora a la Justicia por
haber facilitado puestos de trabajo sin seguir el procedimiento de
publicidad, mérito y capacidad que se exige a los demás.
Se le
ha visto tocando un instrumento de viento ante la complacencia de los
señores Fraga, Rajoy y su tropa. Se le ha visto gritando, gesticulando,
haciendo y deshaciendo en "su" provincia, una de las más atrasadas de
España, por cierto. La Diputación de Ourense, en manos del señor Baltar,
ha sido el ejemplo redivivo de los vicios de la vieja política, de la corrupción y el caciquismo.
El canoso presidente ganaba congresos y allegaba votos para su partido a
base de subvenciones, pagos, presiones, puestos de trabajo "a dedo",
hinchando hasta la saciedad el gasto de la Diputación, pero no se trata
de un gasto productivo, sino de aquel que consiste en comprar más papel
del necesario, usar el teléfono más de lo que se debe, dejar las luces
encendidas o sacar fotocopias para luego tirar lo fotocopiado.
Duplicidad de funcionarios, empleados sin función específica, colocados
para que el cacique se refoncingase en el poder, esperando aquellos que
llegase el momento de convertirse en agentes electorales, que se les
encomendase algo que hacer.
El cacique orensano por excelencia
preparó un atado para que su hijo le sucediera en la presidencia, como
si de una dinastía reinante se tratase, como Assad en Siria, como los
zares en Rusia, como todo régimen en el que no se manda por la voluntad
de los ciudadanos sino por el favor del cacique.
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