lunes, 7 de enero de 2013

¿Para que vale la democracia representativa?

Para mucho, contestaría yo en un primer momento. Es más, los países más desarrollados del mundo son aquellos que sen han dotado de una democracia respresentativa, pero no han conseguido eliminar la desigualdad (a veces lacerante), la pobreza (creciente), el destrozo de la naturaleza, la explotación de territorios ajenos y el descontento de amplias capas de sus poblaciones.

Por lo tanto voy a evitar el maximalismo de uno y otro signo: ni la democracia representativa es mala en sí misma ni ha sido instrumento suficiente para la justicia social, al menos para esa justicia que solo se alcanza cuando hay igualdad (la desigualdad debe venir dada solo por razones naturales o por el deseo consciente o inconsciente de los individuos).

Teóricamente, en una democracia representativa el soberano es el pueblo, pero este concepto es muy vago, pues no todos los elementos que forman el pueblo tienen la misma formación, ni los mismos recursos materiales, ni los mismos intereses: se parte de una situación de desigualdad. No todos los individuos, por lo tanto, están en condiciones, de igual manera, de ser soberanos en conjunción con los otros. La división de poderes está bien, pero siempre que quienes encarnen esos poderes sean personas idóneas y honestas. Esto es algo imposible de garantizar, por lo que aquí está uno de los principales escollos de la democracia repesentativa cuando esta se pone en práctica. Caro está que el que haya individuos entre los jueces, en el Parlamento o gobernando, que no sean honestos, no inutiliza a la democracia representativa, pero la hace vulnerable, y de haí muchos males. 

La democracia representativa se puede entender de diversas maneras dependiendo de como sea el sistema electoral: no es lo mismo la "democracia" rusa actual que la alemana; ni esta es lo mismo que la estadounidense, la de los países latinos o la de los países nórdicos. Un sistema electoral proporcional es más justo que uno mayoritario; las circunscripciones, cuanto más amplias, ofrecen resultados electorales más justos y próximos a la voluntad de los electores. Este asunto, pendiente en muchos países, no se quiere tocar por quienes desean una democracia representativa de cortas miras. Y sin un acuerdo general no es posible reformar una ley tan importante como la electoral. La misma separación de poderes que enunciara Montesquieu no se ejerce de igual manera en Estados Unidos, donde el Vicepresidente es el Presidente de una de las cámaras legislativas, que en Francia o que en el Reino Unido, donde la Cámara de los Lores ejerce como tribunal de justicia en determinados casos.

Hoy es creciente el número de personas -en los países donde existe- que cuestionan la democracia representativa, y lo hacen sobre todo por una razón: porque no da solución a los graves problemas que padecen amplias capas de la población. La democracia representativa solo es útil y buena si da solución a los problemas; de lo contrario se convierte en un sistema limitado e incluso estéril, caldo de cultivo para que resurjan ideologías que no han periclitado nunca (recordemos los años veinte y treinta en Europa, especialmente). 

El comunismo, tal y como lo hemos conocido, no respetó la democracia representativa, y probablemente por eso estaba condenado, más tarde o más temprano, a derrumbarse, aparte la gran hostilidad que le presentó el mundo capitalista, que sí se adaptó -solo en la medida en que lo consideró opotuno- a la democracia representativa. Hoy este sistema está seriamente erosionado por el poder del dinero y de sus dueños; la democracia representativa no es ya la que imaginaron Rousseau, los jacobinos franceses, los demócratas europeos de los dos últimos siglos, los socialistas del siglo XX, con el SPD y los socialistas fabianos a la cabeza. Repensar estas cuestiones, por muy peregrinas que parezcan, pueden ser útiles para un futuro inmediato. 

(Arriba, alegoría crítica de la democracia representativa, con un diputado que recoge el voto de los ciudadanos famélicos mientras que soporta las presiones de los poderosos: el perro).

L. de Guereñu Polán.




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