Cuando la antigua Unión Soviética se abrió al capitalismo a principios
de los años noventa pasados, ya había ricos que amasaban fortunas al
calor de la corrupción del régimen. Otros estaban fuera de las
repúblicas que formaban en conglomerado soviético. En cuanto se
produjeron las independencias de los países bálticos y los del
Turquestán, en Rusia ocurrió el mismo fenómeno que en cualquier país
donde el Estado claudica de sus obligaciones y deja actuar a su antojo a
los mafiosos. Entraron capitales en el país, inversiones que no han
conseguido mejorar las condiciones de vida la población, pero sí que se
enriquezcan más los que ya eran ricos o que otros se hayan llenado los
bolsillos con prácticas mafiosas, corruptas, ilegales e incluso legales.
El gas es solo un ejemplo: en manos del Estado en forma de
monopolio, se privatizó y pasó a admitir capitalistas rusos y no rusos.
Uno de los que, procedente del antiguo régimen, siguió con las
corruptelas (dos sistemas pero unas mismas prácticas) fue Rem Viájirev,
presidente de Gazprom. Gracias a su posición preeminente fue nombrado
viceprimer ministro de Rusia. En ocasiones es desde el poder político
donde se alcanzan puestos lucrativos en la economía, en otras es desde
el control de la conomía como se se llega a la política.
La
época del Presidente Yeltsin, que quiso demostrar al mundo capitalista
que más reconvertido que él no había nadie, fue nefasto para la economía
rusa, favorable para el crecimiento de las mafias y para la extensión
de la corrupción; con una diferencia con respecto a los países
capitalistas clásicos: que estos tienen instituciones judiciales libres
que actúan y consiguen encarcelar muchas veces a los culpables de
tropelías y robos económicos, mientras que Rusia se encontraba en
pañales institucionalmente.
Luego vino la privatización de
Gazprom, de forma que el citado y otros (rusos y no rusos) se hicieron
accionistas sabiendo que era posible el expolio del gas impunemente.
Desde el gas se dio el salto a la industria textil, a la minería del
carbón, a las grandes empresas navieras, a los complejos del Donbass y
de los Urales, y así sucesivamente; el Estado se desmanteló, no ha dado
tiempo a forjarlo institucionalmente y toda la riqueza está en manos
privadas (salvo algunos transportes, algunas empresas eléctricas y poco
más). La sanidad y la educación han sido penetradas por la rapaz
ambición de unos pocos; e igualmente las industrias de tecnología punta.
Las autoridades rusas, nacionalistas antes que otra cosa, consagran con
sus leyes este despojo.
El régimen soviético no ha sido un
ejemplo de justicia; antes bien, ha estado empedrado de crímenes, pero
una voladura controlada del mismo, para dar paso a un sistema donde el
Estado siguiese controlando la economía, y con ello garantizando el
binestar de la población, no ha sido posible. Si ello se hubiese dado y
nuevas instituciones democráticas hubiesen servido para controlar los
desmanes de la burocracia y de la iniciativa privada, otro gallo hubiese
cantado. Pero la rapacidad del capitalismo y sus agentes no suele dar
oportunidad a estos ensayos.
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