lunes, 18 de febrero de 2013

El juancarlismo se derrumba

Los españoles nunca han sido especialmente monárquicos ni republicanos, pues las dos posiciones han estado muy reñidas y discutidas a lo largo de su historia constitucional. De tal forma que cuando se instauró la monarquía actual por obra y gracia de la voluntad de un dictador y la confirmación de la Constitución de 1978, pronto los observadores del fenómeno dieron en llamar a los partidarios de la monarquía, juancarlistas. Se trataba de un fenómeno particular: no era tanto el apego a la monarquía cuanto a la figura de un rey que parecía aceptar la democracia, defenderla incluso en febrero de 1981 y comportarse discretamente hasta hace unos pocos años.

Hoy parece indubitable que el rey de España encubrió a su yerno en los escándalos de corrupción en que se ha metido. No podía ignorar el rey las andanzas de su yerno Urdangarín y las de su hija Cristina. Y porque no lo ignoraba decidió enviarles a Estados Unidos para que entretuviesen allí sus quehaceres, que al parecer no dejaron de ser supuestamente delictivos.

No entro yo a valorar los correos que un delincuente señor Torres ha aportado (tan delincuente como su socio). Lo que sí valoro es la imprudencia y temeridad de un rey que estuvo demasiado tiempo entretenido en defender a su familia y menos en antender a las cuestiones de estado, cacerías incluidas.

Ahora bien, una cosa es que el juancarlismo haga agua y otra que la monarquía sea débil: cuenta con el apoyo de la banca, la gran empresa, buena parte de los espuladores del país, terratenientes, una parte de la clase media y el marujeo nacional. Y en realidad de esos grupos se ha nutrido siempre la monarquía, además de contar con algún que otro ideólogo en el campo intelectual. Y puede que estos estén pensando ya en la retirada de un rey torpe y enfermo (nunca ha demostrado especiales destrezas) por otro joven y con ganas. Ya veremos como se lanzan a su defensa los grupos arriba señalados.

La izquierda, entretanto, aguanta. El Partido Socialista, que fue la columna vertebral de la II República española, sabe que no están las cosas para aventuras, además de que se debe a la lealtad constitucional, pero bien debieran saber los socialistas de carnet estas cosas, que la tradición del socialismo español es republicana y que no deben olividarse dichas esencias. Ambas cosas, a mi parecer, son compatibles.
 
L. de Guereñu Polán.
El juancarlismo se derrumba

Los españoles nunca han sido especialmente monárquicos ni republicanos, pues las dos posiciones han estado muy reñidas y discutidas a lo largo de su historia constitucional. De tal forma que cuando se instauró la monarquía actual por obra y gracia de la voluntad de un dictador y la confirmación de la Constitución de 1978, pronto los observadores del fenómeno dieron en llamar a los partidarios de la monarquía, juancarlistas. Se trataba de un fenómeno particular: no era tanto el apego a la monarquía cuanto a la figura de un rey que parecía aceptar la democracia, defenderla incluso en febrero de 1981 y comportarse discretamente hasta hace unos pocos años.

Hoy parece indubitable que el rey de España encubrió a su yerno en los escándalos de corrupción en que se ha metido. No podía ignorar el rey las andanzas de su yerno Urdangarín y las de su hija Cristina. Y porque no lo ignoraba decidió enviarles a Estados Unidos para que entretuviesen allí sus quehaceres, que al parecer no dejaron de ser supuestamente delictivos. 

No entro yo a valorar los correos que un delincuente señor Torres ha aportado (tan delincuente como su socio). Lo que sí valoro es la imprudencia y temeridad de un rey que estuvo demasiado tiempo entretenido en defender a su familia y menos en antender a las cuestiones de estado, cacerías incluidas. 

Ahora bien, una cosa es que el juancarlismo haga agua y otra que la monarquía sea débil: cuenta con el apoyo de la banca, la gran empresa, buena parte de los espuladores del país, terratenientes, una parte de la clase media y el marujeo nacional. Y en realidad de esos grupos se ha nutrido siempre la monarquía, además de contar con algún que otro ideólogo en el campo intelectual. Y puede que estos estén pensando ya en la retirada de un rey torpe y enfermo (nunca ha demostrado especiales destrezas) por otro joven y con ganas. Ya veremos como se lanzan a su defensa los grupos arriba señalados.

La izquierda, entretanto, aguanta. El Partido Socialista, que fue la columna vertebral de la II República española, sabe que no están las cosas para aventuras, además de que se debe a la lealtad constitucional, pero bien debieran saber los socialistas de carnet estas cosas, que la tradición del socialismo español es republicana y que no deben olividarse dichas esencias. Ambas cosas, a mi parecer, son compatibles.

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