martes, 19 de febrero de 2013

Obama no puede

O no quiere. Eso de que la Administración estadounidense ha encontrado una justificación jurídica, en el derecho internacional, para intervenir en países distintos en la lucha contra el terrorismo me recuerda a la hipocresía de los políticos que, en el siglo XIX, explicaban la inutilidad de conceder el derecho al voto a las clases trabajadoras, ya que nada tenían que perder ni que ganar en la administración del Estado. También recuerda la vieja reflexión de Carlos Marx cuando explicó la utilidad que las instituciones y las ideologías burguesas tenían para la clases dominantes: primero se actúa en beneficio de ellas y luego se busca la justificación teórica que "legitime" la acción. El imperialismo, según esto, era bueno porque se extendía la civilización occidental, próspera y avanzada, al resto del mundo, aparte de que se cristianizaba a salvajes, retorciendo en término salvaje, que lleva implícita la condición de inocencia y bondad.

Obama tiene pendiente el tema de Guantánamo, en el cual ha incumplido sus promesas; tiene la intención de volar sobre el espacio aéreo de cualquier país, aún sin autorización, con aviones no tripulados; y el Presidente tiene sobre conciencia (o eso espero) el asesinato de Osama bin Laden en su escondite pakistaní, contraviniendo toda norma internacional, moral y de buen gobierno. La villanía llegó al colmo cuando se decidió arrojar el cuerpo del terrorista al mar, quizá con los pies atados a una gran piedra para que no flotase.

Puede que el mundo progresista prefiera a Obama si lo comparamos con los candidatos republicanos de Estados Unidos, pero ello no empece para que ese mismo mundo progresista critique sin tregua las acciones que, más allá de la voluntad de una persona, convienen a una forma de gobernar perversa, incardinada en Estados Unidos desde hace ya casi doscientos años. Puede que Obama no pueda evitar actuar de la manera que aquí describo, pero entonces no será el Presidente que muchos deseamos; solo será un Presidente más de un país deudor del mundo por tantos atropellos y crímenes.
L. de Guereñu Polán.

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