Obama no puede
O no quiere. Eso de que la Administración estadounidense ha encontrado
una justificación jurídica, en el derecho internacional, para intervenir
en países distintos en la lucha contra el terrorismo me recuerda a la
hipocresía de los políticos que, en el siglo XIX, explicaban la
inutilidad de conceder el derecho al voto a las clases trabajadoras, ya
que nada tenían que perder ni que ganar en la administración del Estado.
También recuerda la vieja reflexión de Carlos Marx cuando explicó la
utilidad que las instituciones y las ideologías burguesas tenían para la
clases dominantes: primero se actúa en beneficio de ellas y luego se
busca la justificación teórica que "legitime" la acción. El
imperialismo, según esto, era bueno porque se extendía la civilización
occidental, próspera y avanzada, al resto del mundo, aparte de que se
cristianizaba a salvajes, retorciendo en término salvaje, que lleva
implícita la condición de inocencia y bondad.
Obama tiene pendiente el tema de Guantánamo, en el cual ha incumplido
sus promesas; tiene la intención de volar sobre el espacio aéreo de
cualquier país, aún sin autorización, con aviones no tripulados; y el
Presidente tiene sobre conciencia (o eso espero) el asesinato de Osama
bin Laden en su escondite pakistaní, contraviniendo toda norma
internacional, moral y de buen gobierno. La villanía llegó al colmo
cuando se decidió arrojar el cuerpo del terrorista al mar, quizá con los
pies atados a una gran piedra para que no flotase.
Puede que
el mundo progresista prefiera a Obama si lo comparamos con los
candidatos republicanos de Estados Unidos, pero ello no empece para que
ese mismo mundo progresista critique sin tregua las acciones que, más
allá de la voluntad de una persona, convienen a una forma de gobernar
perversa, incardinada en Estados Unidos desde hace ya casi doscientos
años. Puede que Obama no pueda evitar actuar de la manera que aquí
describo, pero entonces no será el Presidente que muchos deseamos; solo
será un Presidente más de un país deudor del mundo por tantos atropellos
y crímenes.
L. de Guereñu Polán.
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