martes, 19 de febrero de 2013

¿Otra Constitución? No, gracias.

Parece que algunos grupos de izquierda van a pedir un nuevo proceso constituyente en el debate del "estado de la Nación", así como otros -tanto de izquierda como poco definidos- son partidarios de la convocatoria de elecciones. El Partido Socialista, y no solo, ha pedido la dimisión del Presidente del Gobierno por incapaz y comprometido con la corrupción, lo que parece evidente, y el Partido Popular a lo suyo, gobernar contra la mayoría de la población y dejar que los corruptos se salgan con la suya. Creo que unas elecciones a poco más de un año de las que dieron el triundo al Partido Popular no es una propuesta de recibo, además de que probablemente cambiasen poco las cosas en el orden práctico.

España ha contado con tantas constituciones, y tantas veces se ha visto que el problema no era esta o aquella, sino que estaba en otro lado, que no parece buena idea un nuevo proceso constituyente treinta y cinco años después de 1978. La Constitución de Bayona no sirvió porque fue hecha a espaldas del pueblo, como así mismo el Estatuto Real de 1834; la de 1812 fue modelo para Nápoles y otros países, sobre todo iberoamericanos, pero no pudo regir en España sino en tres cortos períodos (los absolutistas así lo quisieron); la Constitución de 1837 no contentó a la burguesía conservadora; la de 1845 no contentó a la burguesía revolucionaria; la de 1869 se agotó en ensayos monárquicos y republicanos; la de 1876 fue duradera, pero nació con un déficit de legitimidad, mediante un golpe de Estado de los muchos habidos en España. La Constitución republicana de 1931 no fue consensuada, además de que declarar que España era una república de trabajadores de todas clases fue mucho para los poderosos, los católicos y otras especies. La actual Constitución goza, a mi parecer, de buena salud, sobre todo si se reforma convenientemente, a lo que es reticente el Partido Popular, que no fue entusiasta de la misma en su momento.

Hubo otros proyectos constitucionales en España: en 1851, en 1855, en 1873 y algún otro quizá. Recientemente ha dicho el historiador Gabriel Tortella que España ha tenido una "tendencia a la degradación de los regímenes", señalando luego que ello se debe, en parte, a la rigidez de los mismos, es decir, a no reformar las constituciones cuando debían ser adaptadas a nuevos tiempos, siendo el ejemplo más claro la de 1876. De ello se deduce que el historiador es partidario de flexibilizar el régimen actual, es decir, reformar su Constitución: Senado, Diputaciones, Corona y sucesión, Ejército, Comunidades Autónomas... añado por mi parte.

"La ausencia de ideas serias y constructivas es alarmante", añade Tortella, y creo que tiene razón: si comparamos el auge de las ideologías desde la Ilustración, pasando por el liberalismo y el socialismo decimonónicos, las ideologías nacionalistas y antiimperialistas del siglo XX, el marxismo y los diversos modelos de socialismo, las ideas democrata-cristianas capaces de separarse en parte de una Iglesia anquilosada en el privilegio y la tradicion, sin comparamos todo este bagage de ideas, que llenarían volúmenes y volúmenes, con la situación actual, nuestro tiempo es paupérrimo: prima la improvisación, la influencia de los dueños del dinero, los políticos fatuos, la ausencia de reflexión serena, el apartamiento de los que saben, asqueados de tanta simpleza y miseria en la vida pública.

España necesita, creo yo, un camino propio que no tiene por que desdecirse de su contexto europeo y del papel (modesto) que juega el el (des)orden internacional; necesita políticos con personalidad, con ideas, capaces de resistir la crítica, de aportar soluciones a los graves problemas que asolan a la población. Estos políticos tienen que salir del mundo del trabajo, de la Universidad, de experimentados profesionales capaces de exponer sus proyectos sin vaguedades, buenos comunicadores que conecten con una población atrofiada por la barbarie de sus clases dirigentes. Hay una movilización en marcha que quizá acogiese con agrado a estos nuevos políticos (yo abogo porque políticos seamos todos) para un nuevo rumbo en España.
 
L. de Guereñu Polán.

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