Cuando
se habla de reformas en la ley electoral se hace bien, porque lo cierto
es que una buena ley electoral es difícil de acordar, dados los
intereses en juego. Si ningún partido alcanza mayoría suficiente para
gobernar por sí mismo se han de producir pactos. Si para evitar lo
anterior se produjesen dos vueltas, solo quedarían representados en el
Ayuntamiento (por poner un ejemplo) los dos partidos o candidaturas más
votadas. No parece la mejor solución. Todo sistema mayoritario es peor
que los sistemas proporcionales.
Los pactos tras las
elecciones -sobre todo en el ámbito municipal- han dañado mucho a la
acción política, han producido desafecciones en la ciudadanía y han
resultado nefastos en no pocos casos. Ahora se habla de una pequeña
ciudad minera en el Bierzo leonés, gobernada hace años por un acosador
convicto. La víctima fue una joven concejala, correligionaria suya y
ahora fuera del país. El Partido Popular, al que pertenecía, no hizo
gran cosa por apartar al acosador, pero lo cierto es que él si se
apartó, estableció su propia candidatura en unas nuevas elecciones y...
pactó con el Partido Popular. En definitiva volver a las mismas, aunque
ahora el alcalde no fuese el acosador.
Un ambiciosillo
concejal socialista, con el apoyo de otros ambiciosillos de menor
cuantía, apoyados por un dirigente nacional del Partido Socialista, se
las arreglaron para desalojar de la alcaldía al "popular" y ponerse el
ambiciosillo. Para ello había que contar con el apoyo del acosador
convicto. Y no hubo inconveniente a pesar de que el dirigente nacional
se desdijo y desautorizó la operación. Mal este último por el error
cometido, pues su alta responsabilidad le debió hacer más prudente; mal
los "sociolistos" a tenor del poco afecto al partido y sí al efímero
poder de una alcadía y otros cargos edilicios; mal el Partido Popular no
ahora, sino hace años, cuando alimentó al acosador, lo mantuvo, no lo
apartó de inmediato, sino que se apartó aquel y mal, muy mal, el
acosador, que debe de ser un pájaro de cuenta al no tener ni vergüenza
para retirarse de toda ocupación pública.
Mal también -creo
yo- los seis mil ponferradinos que votaron al acosador como si serlo no
fuese una indignidad que mancha en diverso grado al protagonista y a sus
apoyos electorales. Todo mal, vaya por Dios. Sirvan estos casos para
que vayamos aprendiendo y no demos jamás nuestro voto a quienes actúen
con tanta ligereza, dervergüenza y miseria política.
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