He
creído y creo en un proyecto Europa, como sociedad del bienestar y como
sostenía Ortega y Gasset garantía de paz y libertad, y ahora me encuentro con
una mayoría de gobiernos europeos dedicados a exprimir a la inmensa mayor parte
de sus ciudadanos en beneficio de unos pocos, muy pocos. Especialmente unos
dirigentes alemanes (no solo la Sra. Merkel) que al tiempo que expresan un
discurso aparentemente pro-europeísta, aprovechan la crisis para obtener, por
medios económicos, una preponderancia que intentaron obtener, y no
consiguieron, por medio de la violencia en otras ocasiones. Mi duda se dirige
al límite donde se situaría la difícilmente evitable pérdida de coherencia y
solidaridad, para llegar al terreno en que la violencia entre clases y entre
pueblos desató, durante siglos, los conflictos. La contradicción está en que
algunos idearios, que me sirvieron de guía en el difícil camino de la práctica
democrática, al hacer sus dirigentes mangas y capirotes de los intereses de la
mayoría de los ciudadanos, me despiertan sentimientos ácratas, de difícil
autocontrol.
He
creído y creo en un proyecto España, dentro de Europa, en el que la solidaridad
y el respeto entre todos los que habitamos en sus territorios habíamos
conseguido una fórmula política, casi mágica, para de mutuo acuerdo
descentralizar poder y, sin privilegios, atender administrativa y políticamente
a los conciudadanos más próximos, aunque en vez de federal la fórmula se
llamara autonómica, por aquello de no herir sensibilidades. Ahora me encuentro
que algunos de aquellos a los que les ha ido mejor para autogobernarse en temas
esenciales y básicos, quieren pagar la factura de sus errores obteniendo
privilegios sobre los que habitan en otros territorios. La duda: hasta donde están
dispuestos a llegar, ya que yo apoyaría llegar siempre un paso más allá en
defensa de la cohesión y mantenimiento del proyecto. La contradicción llegaría
si, siendo yo defensor de la actual legalidad, se me planteará el hecho de que los
rupturistas la transgredieran.
He
creído y creo en eso que se ha dado en llamar derechos individuales compatibles
con derechos sociales, y por tanto colectivos. Eso ha funcionado razonablemente
equilibrado hasta la profundización de una crisis que nos ha llevado a una situación
en el que el derecho individual de propiedad, se ha situado por encima de la
negociación colectiva en la empresa, sin más límite que la voluntad del dueño.
Con muy pocos limites, por encima del derecho a la salud o la educación,
transformando la sanidad y la enseñanza en negocio. Sin ningún límite en el
derecho a una vivienda digna, y en este caso en puridad no existe un dueño, ya
que quien detenta la propiedad es un ente financiero cuya única voluntad
siempre es la de acumular. La duda: hasta donde puede aguantar un ciudadano del
siglo XXI en el camino de retorno al XVIII y a la servidumbre. La
contradicción, siendo consciente que es la relación de fuerzas entre clases la
que está marcando la trayectoria, porqué seguir defendiendo la aplicación de
una legalidad que se muestra tan injusta, o, siendo partidario de que los hijos
salgan libres de pecados originales de los padres, porqué no poner en el mismo
plano a los hijos de los políticos y banqueros presionados, que los que son
hijos o familiares de los desahuciados.
Abril
de 2013
Fdo:
Isidoro Gracia
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