Noticia del bombardeo de Almería por la aviación rebelde
La
Historia, una ciencia social, es el resultado de la investigación a
partir de las fuentes, del debate y, si es posible, del consenso entre
los historiadores y estudiosos. Hay notables personajes que, con mucho
mérito por los trabajos de investigación realizados, tergiversan de tal
manera las interpretaciones, que aquello queda en nada.
Es el
caso de Luis Suárez, Presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos y
miembro del Opus Dei, que publica en el Diccionario Biográfico Español
que el general Franco tuvo que recurrir a la colaboración de la Alemania
nazi y la Italia fascista ante el aislamiento de España. Lo cierto es,
como ya señaló Manuel Azaña y como hoy no discute la historiografía, que
la Alemania nazi y la Italia fascista invadieron España al internar sus
tropas en nuestro territorio contra el gobierno legítimo republicano.
Ser presiente de la "Hermandad del Valle de los Caídos" ya es
sospechoso: ¿que caídos? Porque son unos 600.000. El monumento de la
gran cruz y la basílica bajo ella donde está enterrado el dictador costó
la vida a muchos presos republicanos y muchos recursos al Estado, y no
está erigido en honor de los caidos, sino solo de unos pocos. Luis
Suárez no rinde tributo a la historia con estos juicios, sino a su
atormentada militancia filofascita. Para eso podría explicar sus ideas
en una tribuna de adeptos, pero no ser subvencionado por el Ministerio
de Educación (¡vaya educación!).
Seco Serrano, por su parte,
trata con toda injusticia al presidente Negrín, mientras que Luis Arranz
considera que la situación española de 1936 era la misma que la de la
Rusia soviética de 1917. Tamañas monstruosidades, mentiras y pruebas de
mala fe no se compadecen con la condición de historiadores, sino con la
de propagandistas baratos que no sirven más que a intereses espúrios.
Cuando está demostrado hasta la saciedad que Santiago Carrillo no tuvo
responsabilidades en las matanzas de Paracuellos y de Torrejón de Ardoz
(Julio Aróstegui y otros), seguir con la cantinela inventada en los años
treinta, sin tener en cuenta las muchas pruebas que se han aportado
sobre este particular, y que son concluyentes, es ganas de mentir, de
retorcer, de burlarse de los lectores y del propio Estado, que paga esta
patrañas.
Sobre la figura de Santiago Carrillo hay una
reciente obra publicada por Paul Preston que parece dejar las cosas en
su sitio con tantas pruebas documentales que abruman, pero aún así
cabría la posibilidad de rebatirlas con otras, no con mentiras y
zafiedades.
Suárez, Arranz y Seco, que sin duda tienen mérito
como investigadores (en mi opinión sobre todo Seco Serrano) lo pierden
cuando se prestan a veleidades y pasiones personales, propias de quien
no ha entendido la función del historiador, que es la de invesgigar
("historia" significa, en griego, investigar) y luego entregarse a la
razón para interpretar, junto con otros investigadores, las conclusiones
últimas, si es que podemos llamarlas así, porque siempre estarán
abiertas a nuevas pruebas. Lo demás es utilizar el dinero público para
manipular, para mentir, para ser miserable.
Con razón una asociación de familiares de victimas se ha quejado, pero en el Gobierno no están por rasarcirlas, sino por seguir hincando la daga en la herida todavía no cerrada.
L. de Guereñu Polán.
Es el caso de Luis Suárez, Presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos y miembro del Opus Dei, que publica en el Diccionario Biográfico Español que el general Franco tuvo que recurrir a la colaboración de la Alemania nazi y la Italia fascista ante el aislamiento de España. Lo cierto es, como ya señaló Manuel Azaña y como hoy no discute la historiografía, que la Alemania nazi y la Italia fascista invadieron España al internar sus tropas en nuestro territorio contra el gobierno legítimo republicano.
Ser presiente de la "Hermandad del Valle de los Caídos" ya es sospechoso: ¿que caídos? Porque son unos 600.000. El monumento de la gran cruz y la basílica bajo ella donde está enterrado el dictador costó la vida a muchos presos republicanos y muchos recursos al Estado, y no está erigido en honor de los caidos, sino solo de unos pocos. Luis Suárez no rinde tributo a la historia con estos juicios, sino a su atormentada militancia filofascita. Para eso podría explicar sus ideas en una tribuna de adeptos, pero no ser subvencionado por el Ministerio de Educación (¡vaya educación!).
Seco Serrano, por su parte, trata con toda injusticia al presidente Negrín, mientras que Luis Arranz considera que la situación española de 1936 era la misma que la de la Rusia soviética de 1917. Tamañas monstruosidades, mentiras y pruebas de mala fe no se compadecen con la condición de historiadores, sino con la de propagandistas baratos que no sirven más que a intereses espúrios.
Cuando está demostrado hasta la saciedad que Santiago Carrillo no tuvo responsabilidades en las matanzas de Paracuellos y de Torrejón de Ardoz (Julio Aróstegui y otros), seguir con la cantinela inventada en los años treinta, sin tener en cuenta las muchas pruebas que se han aportado sobre este particular, y que son concluyentes, es ganas de mentir, de retorcer, de burlarse de los lectores y del propio Estado, que paga esta patrañas.
Sobre la figura de Santiago Carrillo hay una reciente obra publicada por Paul Preston que parece dejar las cosas en su sitio con tantas pruebas documentales que abruman, pero aún así cabría la posibilidad de rebatirlas con otras, no con mentiras y zafiedades.
Suárez, Arranz y Seco, que sin duda tienen mérito como investigadores (en mi opinión sobre todo Seco Serrano) lo pierden cuando se prestan a veleidades y pasiones personales, propias de quien no ha entendido la función del historiador, que es la de invesgigar ("historia" significa, en griego, investigar) y luego entregarse a la razón para interpretar, junto con otros investigadores, las conclusiones últimas, si es que podemos llamarlas así, porque siempre estarán abiertas a nuevas pruebas. Lo demás es utilizar el dinero público para manipular, para mentir, para ser miserable.
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