viernes, 5 de abril de 2013

De infantas, reyes y príncipes

Los periodistas de poca monta se ponen las botas con las noticias sobre la imputación en un delito de una hija del rey de España. En nuestro país una infanta (o infante) es todo aquel hijo legitmo del rey que, según las leyes que han venido rigiendo, tiene reconocidos derechos sucesorios a la corona (con excepción del primero en dicha herencia, que recibe el título de "princeps" o príncipe). ¡Ya es miserable tener a algún hijo como ilegítimo, pero lo cierto es que así ha funcionado la humanidad durante muchos siglos!

En realidad casi no ha habido rey que no haya tenido hijos "ilegítimos", criaturas que son tan humanas como cualquiera que blasone de "legitimidad". Pero unos y otros han hecho las de Caín, como cualquier mortal, aunque con la ventaja del privilegio. Ciudadanos suecos, por ejemplo, denunciaron a la hija del rey, Victoria, y a su esposo, Daniel, por haber utilizado un yate privado en un viaje, lo que costó lo suyo al erario público. Bernardo, rey consorte de Holanda, fue acusado en la década de los años setenta pasados por cobrar un millón de dólares a cambio de facilitar la compra de aviones militares por parte del ejército. En la familia real británica han sido acusados algunos de haber conspirado con el servicio secreto británico para provocar el accidente que mató a doña Diana (conocida como Lady Di) y al señor Al-Fayed.

El príncipe Laurent de Bélgica desvió fondos de la Marina y reconoció haber recibido 175.000 euros para una de sus villas (todas las había adquirido con cargo al erario público). El rey Leopoldo de Bélgica, principal accionista en el siglo XIX de la compañía que explotaba el caucho en el Congo, fue acusado de una total falta de escrúpulos, pues para dicha explotación hubo que sacrificar muchas vidas de indígenas congoleños. Luego el gobierno belga decidió que vendiese sus acciones al Estado y desde entonces la propiedad del Congo pasó a Bélgica, convirtiéndose en una lucrativa colonia.

Formar parte de una familia a la que las leyes amparan y tratan de forma distinta al resto de los ciudadanos trae estas cosas. La Constitución española permite la opacidad del uso que se da a los recursos que el Estado (la población) concede a la casa del rey. El mismo rey de España parece que ha recibido una suculenta herencia de su padre, el conde de Barcelona, que siempre "presumió" de que vivía de la caridad pública (de la ayuda de los monárquicos españoles) en Estoril. Lo malo es que esa herencia parece haberse refugiado en Suiza (¡ah, pecaminoso país!). Alfonso XIII, abuelo del actual rey de España, se llevó al exilio la nada despreciable cantidad de 41 millones de pesetas (de 1931) además de acciones y otras formas de capital.

El rey español Felipe IV fue tan generoso con su prole que reconoció y concedió títulos y prebendas nada menos que a 42 hijos suyos (además de los que consideró legítimos). Todavía deambula por ahí un hijo "ilegítimo" del rey Alfonso XIII... El rey Alfonso X de Castilla tuvo como barragana, en contrato de concubinato, a Aurembiaix, condesa de Urgel, pero había razones de estado... "Principes y coristas" llenan las páginas de los periódicos de baja estofa; Felipe V de España, entre locura y locura de su hipocondría, encargaba a alguna dama de la Corte un nuevo vástago; así hicieron Pedro IV de Cataluña-Aragón, Jaiem I de la misma corona, Alfonso XI y Enrique II en Castilla y, llegándonos a la época de la Ilustración, la reina Maria Luisa tuvo devaneos muy satisfactorios con don Manuel Godoy y otros allegados. ¡Que decir de la reina Isabel II, que amén de rezos y consignas esotéricas, mantuvo mil andanzas con cortesanos ociosos mientras su esposo se apartaba cautamente!

No hablaré de estos chismes respecto de los miembros de la actual casa Real española, pues viven y tienen derecho a su intimidad, además de que nos deben importar un pito; pero como se ha empezado a hablar de hijos "legítimos" e "ilegítimos" de ahí mi desvarío. En cuanto a delitos cometidos por infantas, reyes y príncipes se cuentan a miles: crímenes de lesa patria, asesinatos, vilezas, crueldades, apropiaciones, abusos, estafas, violaciones... ¿Para que seguir? No seamos mojigatos y sepamos con quien nos jugamos el porvenir.
L. de Guereñu Polán.

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