De infantas, reyes y príncipes
Los
periodistas de poca monta se ponen las botas con las noticias sobre la
imputación en un delito de una hija del rey de España. En nuestro país
una infanta (o infante) es todo aquel hijo legitmo del rey que, según
las leyes que han venido rigiendo, tiene reconocidos derechos sucesorios
a la corona (con excepción del primero en dicha herencia, que recibe el
título de "princeps" o príncipe). ¡Ya es miserable tener a algún hijo
como ilegítimo, pero lo cierto es que así ha funcionado la humanidad
durante muchos siglos!
En realidad casi no ha habido rey que no
haya tenido hijos "ilegítimos", criaturas que son tan humanas como
cualquiera que blasone de "legitimidad". Pero unos y otros han hecho las
de Caín, como cualquier mortal, aunque con la ventaja del privilegio.
Ciudadanos suecos, por ejemplo, denunciaron a la hija del rey, Victoria,
y a su esposo, Daniel, por haber utilizado un yate privado en un viaje,
lo que costó lo suyo al erario público. Bernardo, rey consorte de
Holanda, fue acusado en la década de los años setenta pasados por cobrar
un millón de dólares a cambio de facilitar la compra de aviones
militares por parte del ejército. En la familia real británica han sido
acusados algunos de haber conspirado con el servicio secreto británico
para provocar el accidente que mató a doña Diana (conocida como Lady Di)
y al señor Al-Fayed.
El príncipe Laurent de Bélgica desvió
fondos de la Marina y reconoció haber recibido 175.000 euros para una de
sus villas (todas las había adquirido con cargo al erario público). El
rey Leopoldo de Bélgica, principal accionista en el siglo XIX de la
compañía que explotaba el caucho en el Congo, fue acusado de una total
falta de escrúpulos, pues para dicha explotación hubo que sacrificar
muchas vidas de indígenas congoleños. Luego el gobierno belga decidió
que vendiese sus acciones al Estado y desde entonces la propiedad del
Congo pasó a Bélgica, convirtiéndose en una lucrativa colonia.
Formar parte de una familia a la que las leyes amparan y tratan de forma
distinta al resto de los ciudadanos trae estas cosas. La Constitución
española permite la opacidad del uso que se da a los recursos que el
Estado (la población) concede a la casa del rey. El mismo rey de España
parece que ha recibido una suculenta herencia de su padre, el conde de
Barcelona, que siempre "presumió" de que vivía de la caridad pública (de
la ayuda de los monárquicos españoles) en Estoril. Lo malo es que esa
herencia parece haberse refugiado en Suiza (¡ah, pecaminoso país!).
Alfonso XIII, abuelo del actual rey de España, se llevó al exilio la
nada despreciable cantidad de 41 millones de pesetas (de 1931) además de
acciones y otras formas de capital.
El rey español Felipe IV
fue tan generoso con su prole que reconoció y concedió títulos y
prebendas nada menos que a 42 hijos suyos (además de los que consideró
legítimos). Todavía deambula por ahí un hijo "ilegítimo" del rey Alfonso
XIII... El rey Alfonso X de Castilla tuvo como barragana, en contrato
de concubinato, a Aurembiaix, condesa de Urgel, pero había razones de
estado... "Principes y coristas" llenan las páginas de los periódicos de
baja estofa; Felipe V de España, entre locura y locura de su
hipocondría, encargaba a alguna dama de la Corte un nuevo vástago; así
hicieron Pedro IV de Cataluña-Aragón, Jaiem I de la misma corona,
Alfonso XI y Enrique II en Castilla y, llegándonos a la época de la
Ilustración, la reina Maria Luisa tuvo devaneos muy satisfactorios con
don Manuel Godoy y otros allegados. ¡Que decir de la reina Isabel II,
que amén de rezos y consignas esotéricas, mantuvo mil andanzas con
cortesanos ociosos mientras su esposo se apartaba cautamente!
No hablaré de estos chismes respecto de los miembros de la actual casa
Real española, pues viven y tienen derecho a su intimidad, además de que
nos deben importar un pito; pero como se ha empezado a hablar de hijos
"legítimos" e "ilegítimos" de ahí mi desvarío. En cuanto a delitos
cometidos por infantas, reyes y príncipes se cuentan a miles: crímenes
de lesa patria, asesinatos, vilezas, crueldades, apropiaciones, abusos,
estafas, violaciones... ¿Para que seguir? No seamos mojigatos y sepamos
con quien nos jugamos el porvenir.
L. de Guereñu Polán.
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