jueves, 11 de abril de 2013

La monarquía, ese chanchullo

Desde un punto de vista racional la monarquía no se sostiene como sistema político. En la antigüedad los reyes eran encumbrados por una casta militar que reconocía algún tipo de legitimidad (generalmente sagrada) a una familia. Pero entre los miembros de dicha familia -y de la casta militar- había muchas defecciones, por lo que las usurpaciones, crímenes, traiciones y violencias estuvieron a la orden del día (antes y después).

En algunos países la monarquía se ha discutido poco, bien porque ha jugado un papel discreto o incluso comprometido en determinados momentos históricos: aquellos monarcas europeos que se pusieron al lado de su pueblo contra la agresión nazi, por ejemplo. En otros casos es una institución arraigada y no enzarzada en mil atropellos, pero en España es otra cosa; también en Italia, Portugal, Grecia y, en general, en los países del sur de Europa. No digamos en Asia, donde las monarquías han servido para que las instituciones del Estado no funcionasen en orden a la modernización de unos países y otros.

Los portugueses se libraron de la monarquía en 1910 y ni siquiera el dictador Oliveira Salazar quiso replantear el tema, admitiendo la forma republicana siempre que se supeditase a la ausencia de democracia y a la defensa de los intereses de los señoritos portugueses. Y es que Oliveira Salazar, con ser perseguidor de su pueblo, era culto, no estaba embrutecido como el general Franco en España. En Grecia la monarquía se comprometió también con una dictatura militar y los griegos aprovecharon para librarse de ella; así mismo en Italia, donde el rey Víctor Manuel III apoyó a los fascistas de Mussolini durante veintiún años. El rey Alejandro I de Yugoslavia, impregnado del fascismo imperante, gobernó (además de reinar) de forma dictatorial entre 1929 y 1934. Podríamos poner más ejemplos.

En el caso de España no procede remontarnos más allá del siglo XIX porque entonces la monarquía era considerada como algo consustancial al Estado, la encarnación misma del Estado. Incluso el rey era visto (de una forma un tanto abstracta) como el salvaguarda de la justicia ante los abusos de los poderosos. Si en la Edad Media a veces fue así, más tarde ya no. El rey español Carlos IV fue un inepto a juzgar por los estudios que sobre su persona y obra se han hecho y los españoles lo tuvieron que soportar (y aún defender) durante veinte años. Fernando VII fue un felón, un personaje que se acomodó siempre a sus conveniencias y le importó un pito su pueblo. La reina Isabel II no hizo otra cosa que apoyarse en los liberales para frenar al carlismo (en realidad reinó desde su adolescencia con muy poco seso y, al parecer, mucho sexo) y luego trampeó continuamente, acompañada de una camarilla para apartar a los progresistas del poder y acomodar en él a los moderados, en realidad una suerte de burguesía que renegaba del absolutismo siempre que el sistema permitiese a unas mil familias de España ser dueñas del país.

El primer y casi único rey demócrata que tuvo España fue el italiano Amadeo I, pero se escapó espantado por borbones, carlistas, republicanos, terratenientes y obispos. Quizá no fue demócrata en el sentido actual, pero reinó de acuerdo con una Constitución muy avanzada para su época. El rey José (entre 1808 y 1813) puesto aquí por su hermano, no cuenta para el objeto de este artículo. Alfonso XII empezó su reinado mediante un golpe de estado, por lo tanto de forma ilegal e ilegítima. Su viuda la regente no dijo nunca ni "mu" sobre lo que todo el país sabía: que las elecciones se amañaban y que los resultados eran papel mojado; así se había acordado ya en el reinado anterior.

El rey Alfonso XIII apoyó el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 (antes estuvo comprometido en el desastre de Annual, lo que parece demostrar el informe Picaso que Primo de Rivera se encargó de enterrar). "Rey soldado" se le ha llamado, no hizo otra cosa sino intervenir en la vida política de los partidos, no enterándose nunca de lo que era un rey constitucional al estilo inglés, por ejemplo. Se llevó a Italia, eso sí, un buen capital que puso a buen recaudo. La monarquía española actual no está dando buen ejemplo. En realidad no lo dio cuando se comprometió con el general Franco contra la lucha de los demócratas españoles; no lo dio cuando aceptó prerrogativas antidemocráticas de las que había gozado ya el dictador; no lo da ahora, metida en mil encubrimientos, mentiras, cacerías, lujos, dispendios, robos… si es que se entiende por monarquía el conjunto de la “casa” real. Unos consiguen trabajos sin que se conozcan sus méritos, otros se van del país, se hacen ricos, se vuelven a ir, escapan al control de la justicia, sus cuentas no son transparentes (por pocos que sean los recursos que el Estado destina a dicha “casa”)… ¡Si es que no hay manera de encontrar racionalidad a esta institución, demonios!

Cuando la historia “monárquica” que he intentado resumir había echado raíces de todas las arborescencias en el suelo patrio, vino la actual Constitución y a los que podrían aspirar a la racionalidad republicana no les quedó más remedio –como luego se demostró- que aceptar de nuevo a la monarquía. La izquierda maniatada por la coyuntura y la derecha atada a su pasado franquista y del que no se desembaraza ni a tiros (es una metáfora). ¡Cuanta irracionalidad y que mala suerte la de este país!
 
L. de Guereñu Polán.

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