lunes, 15 de abril de 2013

Mis alumnos

Entre 18 y 19 años si son los mayores y en torno a 13 si los pequeños, son en su conjunto un orbe en miniatura: marroquíes, latinoamericanos, gitanos, algún eurpeo del este, no faltan los portugueses, gallegos y españoles no gallegos, tienen visiones distintas del mundo, experiencias familiares distintas, conocimientos distintos sobre las cosas que les rodean; también viven en condiciones materiales distintas; los hay que pertenecen a familias desestructuradas, monoparentales, convencionales; existe en las aulas donde imparto clase una gran diversidad, heterogeneidad y riqueza. 

Muy distinto de lo que ocurre en un centro privado de enseñanza, sobre todo en los elitistas o pretendidamente elitistas, donde solo pueden ir alumnos cuyos padres paguen mil o más euros al mes; aquellos están uniformados no tanto por la indumentaria cuanto por el aspecto saludable, como en la Alemania de los años treinta los jóvenes hitlerianos, elegidos y separados de la chusma judía, lucían sus cabellos rubicundos, ojos azulados, cutis sanos, cuerpos entregados al deporte, la naturaleza y las artes marciales. Mis alumnos no necesitan ir al campo porque viven en él, no necesitan aprender lo que es un suburbio sin servicios, con viviendas modestas, sin aceras, con charcos en los días lluviosos, donde la farmacia más próxima está lejos, donde el ambulatorio de la Seguridad Social se hacina cada día. No necesitan aprenderlo porque lo tienen delante de los ojos día a día. 

Pero mis alumnos tienen profesores titulados (todos) con más o menos entusiasmo, con estudios complementarios, con especializaciones; disponen de laboratorio, gimnasio bien equipado, talleres para las actividades plásticas, cañón de video en las aulas, ordenadores portátiles, biblioteca cada vez mejor dotada para las necesidades de la enseñanza media, profesores de apoyo en idiomas y otras disciplinas. Mis alumnos participan en actividades extraescolares, viajan a Lugo y a yacimientos arqueológicos, a fábricas de conservas y de automóviles; a museos y a las playas donde seleccionan moluscos para su estudio somero. En el invierno se han ido los pequeños a Cabeza de Manzaneda y los mayores se van a finales de mayo a Bruselas, para visitar el Parlamento Europeo y observar allí lo que han estudiado estos años. Van a pasear por las calles de una gran ciudad, de una capital europea, de un país democrático y en conflicto. 

Mis alumnos son estudiosos en una pequeña porción; muchos van a salir adelante porque se están formando para una ciudadanía crítica, comprometida y llena de incertidumbres; muchos serán explotados por empresarios desaprensivos, algunos padecerán el paro durante varios años, otros se beneficiarán del negocio o el taller familiar... Algunos están abandonados a su suerte fuera del Instituto: las desavenencias familiares, la irresponsabilidad de algún progenitor, el descuido de los hijos. Pero en el Instituto mis alumnos son tratados de acuerdo a la diversidad étnica, nacional, cultural, y también intelectual, personal y social. Tienen una profesora de pedagogía terapéutica (antes tenían dos), una orientadora; se hacen desdobles para atender a los más necesitados con una metodología distinta que para los demás; tenemos agrupamientos específicos, proyectos curriculares, adaptaciones didácticas... a pesar de los embates casi diarios de las autoridades educativas, verdadero foco de oposición a la enseñanza pública, universal y gratuíta. 

El día 9 de mayo haremos huelga: no sabemos el resultado, tampoco los efectos. Los mandamases de la impolítica educativa en España y en Galicia están pertrechados: han reducido los recursos en educación para repartírselos a unos cuantos centros privados, a unos cuantos políticos y usureros que merodean el poder, que son el poder económico del país, que no están dispuestos a reparto ni consideración alguna. El día 9 nos veremos muchos a las puertas de los institucos y de las escuelas, a las puertas de las facultades universitarias, en las plazas de España, en sus calles con banderas flameantes, con pancartas reivindicativas, conversando, gritando con viveza en favor de la enseñanza pública y los recursos que entraña, ejerciendo de ciudadanos libres.

L. de Guereñu Polán.

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