sábado, 4 de mayo de 2013

Aquellos niños

La guerra civil española de 1936 produjo estragos en todos los sentidos y no sirvió para construir la convivencia: la población descendió drásticamente y la recuperación fue lenta porque la mayor parte de los fallecidos fueron jóvenes y también disminuyó la población activa. Como ha señalado R. Tamames, se perdieron 510 toneladas de oro del Banco de España, equivalentes a 575 millones de dólares; se produjeron gastos de guerra equivalentes a 300.000 millones de pesetas de 1963 por parte de los dos ejércitos, se destruyeron numerosísimos edificios públicos, 250.000 viviendas y otras tantas destruídas parcialmente; un total de 192 pueblos y ciudades fuereon destrozados en más del 60% de sus edifcios; el sistema de transportes se vio afectado y en especial los ferrocarriles. La ganadería se redujo un 34,3% en la cabaña de vacuno y un 32,7% en la de lanar y caprino; un 50,6% la de porcino. La superficie sembrada se redujo entre 1935 y 1939: un millón de hectáreas de trigo y 300.000 de cebada. La producción agrícola disminuyó un 21,2%, la industrial un 31%, la renta nacional un 25,7% y la renta por cabeza un 28,3% (en estos últimos casos en pesetas de 1929). La economía entró, desde 1939, en fase de larga regresión/estancamiento, no alcanzándose algunos indicadores económicos anteriores a la guerra hasta 1959.

La herida moral fue también enorme: miles de niños fueron evacuados al extranjero porque sus padres habían muerto, sus familiares no les podían atender y en España les esperaba el hambre y quizá la muerte. A Francia fueron enviados unos 20.000, a Inglaterra 4.000, a Bélgica 5.000, a la Unión Soviética 2.900, a Suiza 800 y a Dinamarca 100, según la Asociación de Descendientes del Exilio Español. Luego regresarían a España con un destino incierto: a sus familias, a quienes los emplearían como mano de obra gratuíta... otros se diseminaron por Europa. Más de 1.000 niños se quedaron en Bélgica aún teniendo en cuenta que el país fue ocupado por el ejército alemán. También México acogió a "los niños de la guerra", siendo particularmente destacado el destino en Morelia. 

La mayor parte de los niños que fueron llevados a la Unión Soviética procedían del norte de España, sobre todo de Asturias, pero mientras no era posible salir del país los niños se hacinaron en las fronteeras, pasaron calor, frío y hambre; sufrieron el desgarro de la soledad ausentes sus familias. El criminal gobierno del general Franco había creado en julio de 1938 un organismo para repatriar a estos niños que una vez finalizó la guerra pasó a depender de los falangistas. No son fiables las cifras que dieron las autoridades franquistas sobre el número de niños que regresaron a España, pero quizá algo menos de veinte mil. Según la Asociación de Descendientes del Exilio Español, muchos de estos niños, llamados "hijos de los rojos", sufrieron humillaciones y fueron educados en el fascismo primero y en el autoritarismo después. 

Ingresados en orfelinatos y en otros centros totalmente inadecuados para que aquellos niños fuesen mínimamente felices, mucho menos para que estuviesen bien atendidos. Enfermedades, hambre en los primeros años, una alimentaición deficiente, fueron lacras sufridas por una o dos generaciones de niños que no tuvieron culpa alguna en la gran tragedia española, que ha sido interpretada de diversas maneras: la modernidad contra la tradición, la defensa de los privilegios de unos pocos contra el reparto de la renta y la riqueza, fascismo contra comunismo, democracia contra dictadura... Aquí no se trata de dilucidar este asunto, pero la traición de unos cuantos civiles, muchos militares, el egoísmo de algunos financieros, terratenientes e industriales, el odio entre anarquistas y falangistas, el desacuerdo entre socialistas y católicos, el triunfo de los extremos tras más de un siglo de dominio de los poderosos, llevó a miles de niños a la desgracia que aquí describo. El historiador Ramos Oliveira ha interpretado el régimen de la II República como la separación entre la política y la economía. Hasta entonces los dueños de la economía habían dirigido la política de España; con la II República los dueños de la economía perdieron, en buena parte, el control del Gobienro. No lo admitieron bajo ningún concepto.

Son pocos los "niños de la guerra" que aún viven, pero son suficientes para que su testimonio nos dicte una lección inolvidable. Los que impasibles a tanta desgracia y sufrimiento prefirieron defender lo suyo, las riquezas y bienes materiales, están desde entonces en la ignominia. Los "niños de la guerra" están en el recuerdo de toda persona de bien y a ellos debemos rendir honor y un respeto especial, casi veneración, porque no tuvieron la infancia que merecieron, sino la que les marcaron unos cuantos miserables. 

L. de Guereñu Polán. 

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