Se ocupó durante años de las cuentas de la
organización, desvió fondos provenientes de actividades ilícitas y posiblemente
delictivas, pues se ingresaban sin miramientos, repartió miles de euros a unos
y a otros, corrompiendo a ministros, diputados, senadores, cargos de la
organización y demás personal, se enriqueció él mismo, estableció cuentas en
paraísos fiscales, abrió cuentas bancarias para complicar las cosas a cualquier
investigador, anda por la calle como si tal cosa, se burla de los que le
siguen, de los que le preguntan, de los que le halagan, de los que le temen.
En la organización callan, o le piden
explicaciones con prudencia; los periódicos y otros medios han descubierto ya
muchas cosas y ahora son los jueces los que entienden en el asunto. El gánster
sigue a lo suyo: habla con relativa prudencia, miente, despotrica cuando le
place, va y viene de un juzgado a otro, sale al extranjero, se divierte y
departe. Sus amigos de antes se han visto descubiertos por sabuesos de la
prensa, los mandamases de la organización temen lo peor: ¿se echará por la
calle de en medio? ¿tirará de la manta de una vez? ¿seguirá fiel al secreto
pactado más o menos implícitamente?
El gánster se ufana y sigue con sus correrías:
cada vez se saben nuevas cosas sobre sus pendencias y crímenes; ha defraudado
al fisco, ha troceado las donaciones de las empresas corruptoras basándose en
la ingenuidad o en la estupidez de los legisladores; el gánster es émulo de los
“malos” de las películas de cine negro; es como un estrangulador de la ley, se
ha enriquecido y ha enriquecido a otros. Uno de ellos posee una gran
explotación agropecuaria en América latina, el otro se muere rodeado de oro;
unos han decidido confesar, otros expectantes, minimizando el caso, esperando
que las cosas se pudran y el gánster (y con él toda la canalla) se salven una
vez más en la historia criminal del país.
L. de Guereñu Polán.
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