Asisto como invitado al Congreso de UGT-Galicia,
en el acto de inauguración el recuerdo a algunos de los sindicalistas
fallecidos en el periodo entre congresos forma parte del protocolo. Sobre la
pantalla aparece la foto de uno que me fue próximo. No recuerdo el nombre
completo, para mí y para casi todos, era solo Antolín, el compañero que se
encargaba en la Sección Sindical de difícil tema de los tiempos obtenidos con el
sistema trampa del cronometraje.
También se preocupaba del buen funcionamiento de
alguna tarea de administración, repartía octavillas aguantando madrugones, pedía
el voto incansable en las elecciones, aceptando siempre un modesto puesto en el
orden de la lista y otros muchos trabajos de servicio a los demás. Nunca tuvo un
puesto relevante o remunerado, casi
siempre el mucho tiempo y esfuerzo aportado tuvo como recompensa la llegada de
más problemas, incluso de algún gesto de desagrado y la presión de los mandos,
en especial cuando el sindicalismo de clase era pecaminoso y motivo de sospecha
anti-empresa.
Tengo en mi mente dos imágenes imborrables, cuando
la enfermedad que lo mató ya había hecho estragos en su cuerpo y él era
consciente que se moría, en la fiesta anual de la Sección Sindical, semanas
antes de su muerte, bailaba abrazado a su mujer e hija, y a mí pregunta: ¿Cómo estás?
Respondió: Apurando el último baile. Aún le vi otra vez, a solo días antes del
final, estaba dando instrucciones al delegado joven que le sustituiría en su
papel de defensa del valioso tiempo de sus compañeros, el cuerpo casi consumido
contenía, a duras penas, una fe en sus ideas y convicciones que desbordaba.
Hay muchos incomprendidos Antolínes entre los casi 6.000 delegados que UGT-Galicia
obtuvo en las últimas elecciones, muchos más en los otros 11.000 delegados de
otras Centrales. El mero hecho de presentarse supone para más de 20.000 trabajadores,
arriesgar frente a los mandos de sus empresas, por el mero hecho de
identificarse como sindicado, exponerse a la incomprensión de muchos y al ataque
de los que son enemigos de clase.
Alguien puede pensar que lo que ocurre en la UE
con el reparto de la carga de la crisis, sería lo mismo con otros 50 millones más
de trabajadores afiliados sindicalmente. ¿A que las medidas políticas serian
muy diferentes?
También serian muy diferente las condiciones de
trabajo en países como Bangladesh o la India, si en vez de menos de 1% de
afiliación sindical, esta fuera simplemente como la actual europea. Imaginemos como
nos iría a los trabajadores, si además algunas militancias fueran como las del
ejemplo del sindicalista desconocido, Antolín para los más cercanos.
Junio de 2013
Isidoro Gracia
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