La política como negocio y como delito
Los medios de comunicación informan de que cuarenta dirigentes del
Partido Popular han recibido, en los últimos años, más de 22 millones de
euros aparte de sus sueldos como diputados, senadores, diputados
autonómicos, etc. Entre los beneficiarios de estos millones de euros
están, con cantidades que superan el millón de euros o no llegan a él,
los señores Rajoy y Aznar, pero también el actual Presidente del Senado,
don Pío García-Escudero y otros.
En primer lugar está el
asunto de la procedencia de ese dinero: si son empresas que lo han
entregado al Partido Popular a cambio de favores políticos y económicos
debe saberse. En todo caso se habría vulnerado la ley de financiación de
partidos políticos. En segundo lugar está en concepto de que
percibieron cantidades tan abultadas los dirigentes del Partido Popular
(se puede computar a los 40 mayores beneficiarios, a los 100 o a más):
si se trata de sobresueldos se incurre en otra ilegalidad, porque un
diputado, senador, etc. no puede percibir otra remuneración que no sea
la que el Estado le tiene reconocida. En tercer lugar está el asunto de
si esas abultadas cantidades de dinero fueron declaradas, por cada uno
de los beneficiarios, a la Hacienda pública, cotizando en forma de
impuestos correspondientemente. No se ha aclarado este extremo: si no se
hubiersen declarado dichas cantidades, como es el caso que ya ha
reconocido el Presidente del Senado, otra ilegalidad más, se considere
delito o falta administrativa por la ley.
En todo caso estamos
ante una concepción de la política como negocio y como delito, apartada
de todo ánimo de servicio público. Se trata de una concepción de la
política inmoral e ilícita, donde la comisión de ilegalidades se
amontonan sin miramientos y donde lo único que importa es el
enriquecimiento personal (aquí se ha publicado una información sobre los
ingresos del Comisario Almunia que -de ser cierta- sería un escándalo,
sean o no legales las percepciones que recibe).
España hace
tiempo que entró en una espiral de corrupción que quizá solo tenga
parangón con los casos más extremos en otros países e incluso en
aquellos donde no existe un régimen democrático. Se empezó por el
contrabando de tabaco y los delitos de poca monta; luego se pasó al
contrabando de droga (que sigue) en el que estuvieron implicados (sobre
todo en Galicia) miembros más o menos destacados del Partido Popular.
Luego se pasó al contrabando de armas, a la comisión de ilegalidades en
los Ayuntamientos, a la percepción de comisiones, a la connivencia con
las mafias de la construcción; luego con bufetes importantes de
abogados, con clubs de fútbol y otras entidades deportivas. Ahora se
colma el vaso y casi todos los partidos están incursos en casos graves
de corrupción, sobre todo el Partido Popular, el Partido Socialista y
Convergencia i Unió, pero también Izquierda Unida.
Una
Justicia lenta actúa a duras penas: ya ha demostrado su relativa
eficacia, pero es muy difícil dilucidar nada menos que 800 casos de
corrupción donde no solo ha de encausarse a los corruptos sino también a
los corruptores. Si en la cima de la corrupción está el propio
Presidente del Gobierno, el que lo fue en su momento, el Presidente del
Senado, otros dirigentes del partido que gobierna España, altos cargos
en varias comunidades autónomas (Andalucía, Valencia, Baleares, Murcia,
Galicia, Castilla y León...) ¿que nos queda? Reflexión y seriedad,
civismo a raudales, replantearnos el tipo de país que hemos conformado y
actuar consecuentemente. De lo contrario nos espera un infierno
particular que hundirá en la miseria a la mayoría de las personas.
L. de Guereñu Polán.
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