sábado, 8 de junio de 2013

Las reválidas

El proyecto de ley de educación que está en trámite de aprobación prevé justamente lo contrario de lo que los docentes han estado evitando durante décadas: que los alumnos no compitan entre sí por ser mejores o peores, sino que sientan la curiosidad de saber, de descrubrir los fenómenos de la naturaleza, los secretos de las palabras o los hechos de la historia. Se incentiva con las reválidas la competitividad entre los alumnos como si se tratase de adultos (y adolescentes) en el mundo del trabajo, donde por medio de entrevistas, currículos y demás supuestas pruebas se pretende saber si alguien es mejor o peor que los demás. No es la competitividad lo que interesa en la enseñanza sino el estímulo para que los alumnos sientan la necesidad de saber, pues de lo contrario no se entiende el mundo que nos rodea. 

Con las reválidas se señalará con el dedo, como indica un video que circula por ahí y con el que no estoy de acuerdo, qué alumnos promocionarán y cuales no, quienes serán seleccionados para continuar y quienes serán desviados a estudios subsidiarios. Es una de las mayores aberraciones de todo sistema educativo: pretender que alumnos de once años sufran una reválida que, además, no servirá para nada, pues según el texto del proyecto de ley, en este caso será para obtener un dato estadístico (de forma acientífica).

Por otro lado ¿quien examinará a los alumnos en las reválidas? ¿Los mismos profesores que difícilmente de desdecirán de sus evaluaciónes u otro personal que no conoce el devenir del alumno, sus dificultades personales o intelectuales, su marcha ascendente o descendente en el proceso de aprendizaje? Es negar lo mucho que se ha avanzado en materia de psicología evolutiva, por la que sabemos que alumnos que en una determinada edad no desarrollan todas sus capacidades sí lo harán al año siguiente o poco más tarde. No tiene, pues, sentido que una reválida les relegue a estudios distintos a los de otros. Se parte en el proyecto de ley del prejuicio de que han de ser los que más aptitudes tengan los que avancen, mientras que actualmente -como en los países más desarrollados- se parte de la diversidad para integrar a unos y a otros mediante agrupamientos específicos, adaptaciones curriculares y cursos de adaptación. Todo esto desaparece con el proyecto de ley en curso.

¿Puede defenderse razonablemente que un alumno que ha sido aprobado en cuarto curso de educación secundaria pueda no cursar bachillerato porque no ha superado la reválida? ¿Para que entonces tantos esfuerzos, técnicas puestas a su servicio, para qué los avatares de cuatro, cinco o seis años en la enseñanza obligatoria? No tiene sentido. Por otra parte, si los examinadores son personal distinto a los profesores que conocen a los alumnos se rompe con el principio de la evaluación contínua, pues el examen de reválida no tiene en cuenta las circunstancias que concurren en cada alumno, un mundo en miniatura incluso en el bachillerato. 

De nuevo el fantasma de la reválida tras el bachillerato, sin perjuicio de las pruebas que cada universidad quiera establecer: complicar las cosas, segregar a los alumnos, someterlos a pruebas innecesarias, menospreciar el trabajo realizado por los docentes durante años. Todo un debate sobre enseñanza está abierto desde hace décadas en el mundo moderno: se hace caso omiso al mismo, se opta por lo más fácil y discriminatorio: el alumno con recursos, con padres ilustrados, con capacidades intelectuales saldrá adelante en sus estudios en la mayor parte de los casos. Pero ¿y los que viven en casas donde no hay un solo libro, los que padecen problemas motrices, psicológicos, los que necesitan adaptaciones curriculares, los que encuentran dificultades en el cálculo, en la abastracción, incluso en los métodos y hábitos de estudio? Para todos estos la reválida les coloca en la misma línea de salida que a los afortunados: nada más injusto, nada más estúpido y por lo tanto nada más absurdo.

L. de Guereñu Polán.

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