La guerra que estalló en 1914 era esperada, aunque, como es lógico, no
pudiese precisarse el año. Lo que no se sospechaba era la duración que
tendría el conflicto armado, pues la conciencia que se tenía en la época
era la de las campañas de Napoleón y Bismarck, rápidas, realizadas con
efectivos limitados y sin causar apenas destrozos en el territorio o
sufrimientos en la población civil. La primera guerra mundial superó
cuantas visiones negativas de la guerra se tenían. Sería necesario
retroceder al siglo XVII, con la guerra de los treinta años, para
encontrar tantas calamidades asociadas: epidemias, destrucción de
ciudades, hambres, muertes en masa... pero todas ellas multiplicadas y
en el plazo de cuatro años.
La guerra de 1914 no se desencadenó
de forma espontánea; sus raíces se hunden en el siglo XIX, el
imperialismo y la competencia económica. También en unos valores que
portaban el militarismo y la xenofobia. Nuevas potencias entraban en
juego; Estados Unidos y Japón, y el proletariado se abría paso al
comenzar el siglo XX. La primera guerra mundial puede muy bien
considerarse como el final de una época y el comienzo de otra. Tras la
guerra el predominio mundial de Europa -característico del siglo XIX-
dejó paso a un sistema de hegemonía compartida con otros países como
Japón y Estados Unidos. Se abrió una profunda crisis en el sistema
colonial y las sociedades europeas alumbraron nuevos tipos de
organización estatal (bolchevique y fascista), que se apartaban del
estado liberal decimonónico. Por otra parte se dio paso a un sistema
económico de alcance mundial.
Iniciado el conflicto con la
movilización de los ejércitos de unos y otros contendientes, a una
guerra de movimientos hasta 1915 siguió otra de posiciones,
estabilizados los frentes desde ese año. A principios de agosto de 1914
el ejército alemán ocupó Luxemburgo y un día después Bélgica. A mediados
de dicho mes los alemanes se extendieron por Bélgica en dirección a la
frontera francesa. El comandante de las fuerzas francesas, Joffre,
previó una ofensiva sobre las fuerzas alemanas en Alsacia y Lorena. La
ofensiva francesa sobre Alsacia fue contenida en Morhagen y, en
sucesivos combates, también fue cortada en las Ardenas. En Alsacia, tras
la toma de Mulhouse, el ejército francés tuvo que retroceder ante el
empuje alemán. Poco después los alemanes pisaban suelo francés. El
resultado es que Alemania había contenido a los franceses en Alsacia y
Lorena y había conquistado Bélgica. A partir de este momento (finales de
agosto) Joffre fijó la línea defensiva entre Amiéns y Verdún. El 1 de
septiembre Joffre ordenó una nueva retirada, pues París estaba amenazada
y el gobierno francés se retiró a Burdeos. Es entonces cuando se
produjo el milagro del Marne. Las directrices del plan alemán Schlieffen
, al parecer, fueron arriesgadas, lo que permitió a Francia defender el
frente en Verdún. El frente, estabilizado el 17 de septiembre, se
alejaba definitivamente de París. En octubre cesaba la amenaza alemana
sobre Verdún. Al terminar el primer año de guerra los alemanes habían
penetrado profundamente en Francia, pero tras la batalla del Marne su
ofensiva había sido detenida. Una larga línea de trincheras iba a
señalar los frentes, prácticamente inmóviles hasta 1918. Otro aspecto
fue la guera económica.
La primera guerra mundial alteró
drásticamente la vida económica de los países beligerantes y de los
neutrales. La creencia de que su duración sería breve hizo que las
potencias entrasen en guerra sin acomodar sus economías a las nuevas
condiciones. A ello se unió el bloqueo aliado a las potencias centrales
y la guerra submarina desatada por Alemania como respuesta. El bloqueo
marítimo aliado de los puertos enemigos forzó al establecimiento
paulatino de un régimen autárquico e intervencionista en la Europa
central. El cierre de las rutas navales y terrestres hacia Rusia creó
gravísimas dificultades al estado zarista y contribuyó a precipitar los
acontecimientos revolucionarios de 1917 . Todo ello produjo una bajada
contínua en la producción industrial y agraria de los países en guerra.
La escasez de subsistencias obligó al racionamiento de productos de
primera necesidad y la prioridad concedida a la guerra aconsejó un mayor
control de la actividad económica. Todo esto obligó a un
replanteamiento de las relaciones económicas internacionales y se puso
de relieve la incongruencia del mantenimiento de una economía de mercado
en medio de una contienda universal .
El movimiento obrero
organizado era consciente, a la altura de 1914, de que la guerra era
algo concerniente a las burguesías respectivas de los países
contendientes, y que las clases trabajadoras no tenían nada que ganar y
sí mucho que perder en ella. Pero no se había perfilado una estrategia
común, pese a que el tema había sido discutido en los congresos de
Amsterdam, Stuttgart y Copenhague. Las sucesivas declaraciones de
guerra hicieron aflorar una oleada de chauvinismo y de entusiasmo
patriótico que sacudió a las poblaciones sin distinción de clases. Los
anatemas a la guerra imperialista y a la ruptura del internacionalismo
proletario lanzados durante años por socialistas de todos los países
dieron paso a manifestaciones generalizadas de apoyo a la política
belicista de los gobiernos.
Las minorías parlamentarias
socialistas votaron los créditos de guerra y se adhirieron a las uniones
sagradas que crearon los partidos burgueses en la casi totalidad de las
naciones contendientes. Hubo algunas excepciones: en Gran Bretaña el
Partido Laborista Independiente y algunas personalidades como MacDonald
se negaron a apoyar esa política. En Rusia, bolcheviques y mencheviques
condenaron en el parlamento y en la calle la entrada de su país en la
guerra . Jean Jaurés, dirigente socialista francés y principal defensor
de la corriente antibelicista, fue asesinado la víspera de la entrada de
su país en la guerra. En Alemania, los sindicatos y el Partido
Socialdemócrata apoyaron al gobierno, en el segundo caso incluso votando
los créditos de guerra en el Reichtag . En Austria-Hungría, en Bélgica,
luego en Italia y en Bulgaria, las masas proletarias se sintieron
arrastradas a la participación en la guerra. El factor nacional
prevaleció sobre el factor de clase.
Solo una minoría se
permitió discrepar en el seno de la II Internacinal. Los sectores
izquierdistas de los distintos partidos nacionales condenaron sin
paliativos la guerra y lentamente fueron surgiendo grupos de activistas
contrarios a la misma en el interior de cada país. En 1915, a iniciativa
del socialista suizo Robert Grimm, se convocó una conferencia en
Zimmerwarld (Suiza) a la que asistieron delegados de la mayor parte de
los países contendientes .
La economía de guerra permitió
mantener los costes de la misma, pero llevó la penuria a los países
contendientes. Por ejemplo, en la zona transleithana del Imperio
Austro-húngaro, se permitió que el conde Tisza practicase una política
personalista, que concentró los pocos víveres en su zona, y dejó
desabastecidas a Viena y otras grandes ciudades, donde el hambre hizo
estragos.
La resistencia a la guerra por parte de sectores de
la población fue la respuesta a las penurias sufridas. En Inglaterra,
quienes se negaban a ser reclutados eran condenados a penas de cárcel:
15 en 1915; 772 en 1916. En Alemania, los accidentes de trabajo en el
sector químico y la minería pasaron de 102.332 a 112.257 en los cuatro
años de guerra. En Inglaterra, durante el mismo tiempo, los muertos en
accidente laboral aumentaron una tercera parte. En Italia, la falta de
carbón inglés detuvo el tráfico ferroviario en un 50%. Desde 1917 en
este país se sucedieron grandes manifestaciones pacifistas, y la
represión consiguiente produjo mil detenidos el 1 de mayo de aquel año.
En Turín, la represión policial produjo 50 muertos, 800 heridos y 1.500
detenidos. En Inglaterra se produjo una oleada huelguística en 1917 de
872.000 trabajadores (en 1916 habían sido 276.000); en Francia de 41.000
se pasó a 294.000 entre los mismos años; en Italia de 136.000 a
170.000, y en Alemania de 129.000 a 667.000. En Rusia, ya en 1916, un
millón de personas estuvieron en huelga.
En Francia solo había
17.731 mujeres empleadas en fábricas metalúrgicas antes de la guerra. En
1917, 300.000 tenían un puesto en la industria y 425.000 en septiembre
de 1918. En Alemania, el número de empleadas en fábricas pasó de
1.405.621 a 2.139.910. Pero todos estos trabajadores estaban mal pagados
y, por tanto, sufrían penurias. La mala salud y la poca moral venían a
completar la situación, pues muy pocos se libraron de no tener algún
familiar en el frente. Los territorios ocupados sufrieron más, pues la
población fue reprimida aunque no se resistiese, y más si lo hacía;
incluso hubo casos en que la represión tuvo un marcado carácter racista.
En Dobrudja, las poblaciones habitadas por rumanos fueron arrasadas y
los habitantes asesinados o deportados. En Serbia la requisa afectó a
los productos habituales, pero además se talaron bosques enteros para
conseguir madera. El parque de Rogok, un bosque natural, desapareció por
completo. De Polonia, buena parte de las fábricas fueron trasladadas a
Alemania.
La represión afectó también a las universidades, que
frecuentemente permanecieron cerradas o dirigidas a fomentar una cultura
al servicio del vencedor o del ocupante. En abril de 1916, 1.200
nacionalistas irlandeses ocuparon Dublín y se mantuvieron durante cinco
días frente a las tropas inglesas, que no dudaron en emplear la
artillería en plena ciudad. El jefe de la rebelión, Sir Roger Casement,
fue detenido y ejecutado.
Una de las primeras medidas de las
autoridades austríacas al invadir Serbia fue la deportación de 150.000
personas. Ello sirvió de inspiración a otras atrociadades posteriores.
Un campo de concentración austríaco sentó las bases de la fama siniestra
que más tarde alcanzaría: Manthausen. Los prisioneros italianos
encerrados en él soportaron temperaturas de 20 grados bajo cero, sin
abrigos, sin apenas alimentos. El hospital, sin medicamentos, tenía
2.000 camas para 4.000 enfermos. En la sección de oficiales había dos
litros diarios de leche para 80 enfermos.
Otros muchos
desastres acompañaron a la guerra. Numerosas personas perdieron todos
sus bienes; solo en Francia quedaron destruidas 700.000 casas y 20.000
fábricas; ciudades como Yprés desaparecieron. Hubo viviendas que fueron
ocupadas por los Estados Mayores militares o las tropas, sufrieron
saqueos o el deterioro de un largo abandono forzoso. La mortandad de la
guerra incidió sobre todo en los campesinos, mayoría de los movilizados y
mayoría, por tanto, de los muertos. Parte de las clases altas, de los
países contendientes y de los neutrales, se beneficiaron vergonzosamente
de la guerra. Hubo una generación que perdió millones de vidas y luego
sufrió una Europa endeudada y en crisis. Cargó con las calamidades de la
guerra y con las miserias de la paz. Fue una generación que gastó su
juventud en la guerra y en la penuria. Con razón llamaron aquellas
gentes al conflicto la gran guerra.
L. de Guereñu Polán.
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