lunes, 19 de agosto de 2013

A un año vista

 
La guerra que estalló en 1914 era esperada, aunque, como es lógico, no pudiese precisarse el año. Lo que no se sospechaba era la duración que tendría el conflicto armado, pues la conciencia que se tenía en la época era la de las campañas de Napoleón y Bismarck, rápidas, realizadas con efectivos limitados y sin causar apenas destrozos en el territorio o sufrimientos en la población civil. La primera guerra mundial superó cuantas visiones negativas de la guerra se tenían. Sería necesario retroceder al siglo XVII, con la guerra de los treinta años, para encontrar tantas calamidades asociadas: epidemias, destrucción de ciudades, hambres, muertes en masa... pero todas ellas multiplicadas y en el plazo de cuatro años.
La guerra de 1914 no se desencadenó de forma espontánea; sus raíces se hunden en el siglo XIX, el imperialismo y la competencia económica. También en unos valores que portaban el militarismo y la xenofobia. Nuevas potencias entraban en juego; Estados Unidos y Japón, y el proletariado se abría paso al comenzar el siglo XX. La primera guerra mundial puede muy bien considerarse como el final de una época y el comienzo de otra. Tras la guerra el predominio mundial de Europa -característico del siglo XIX- dejó paso a un sistema de hegemonía compartida con otros países como Japón y Estados Unidos. Se abrió una profunda crisis en el sistema colonial y las sociedades europeas alumbraron nuevos tipos de organización estatal (bolchevique y fascista), que se apartaban del estado liberal decimonónico. Por otra parte se dio paso a un sistema económico de alcance mundial.

Iniciado el conflicto con la movilización de los ejércitos de unos y otros contendientes, a una guerra de movimientos hasta 1915 siguió otra de posiciones, estabilizados los frentes desde ese año. A principios de agosto de 1914 el ejército alemán ocupó Luxemburgo y un día después Bélgica. A mediados de dicho mes los alemanes se extendieron por Bélgica en dirección a la frontera francesa. El comandante de las fuerzas francesas, Joffre, previó una ofensiva sobre las fuerzas alemanas en Alsacia y Lorena. La ofensiva francesa sobre Alsacia fue contenida en Morhagen y, en sucesivos combates, también fue cortada en las Ardenas. En Alsacia, tras la toma de Mulhouse, el ejército francés tuvo que retroceder ante el empuje alemán. Poco después los alemanes pisaban suelo francés. El resultado es que Alemania había contenido a los franceses en Alsacia y Lorena y había conquistado Bélgica. A partir de este momento (finales de agosto) Joffre fijó la línea defensiva entre Amiéns y Verdún. El 1 de septiembre Joffre ordenó una nueva retirada, pues París estaba amenazada y el gobierno francés se retiró a Burdeos. Es entonces cuando se produjo el milagro del Marne. Las directrices del plan alemán Schlieffen , al parecer, fueron arriesgadas, lo que permitió a Francia defender el frente en Verdún. El frente, estabilizado el 17 de septiembre, se alejaba definitivamente de París. En octubre cesaba la amenaza alemana sobre Verdún. Al terminar el primer año de guerra los alemanes habían penetrado profundamente en Francia, pero tras la batalla del Marne su ofensiva había sido detenida. Una larga línea de trincheras iba a señalar los frentes, prácticamente inmóviles hasta 1918. Otro aspecto fue la guera económica.

La primera guerra mundial alteró drásticamente la vida económica de los países beligerantes y de los neutrales. La creencia de que su duración sería breve hizo que las potencias entrasen en guerra sin acomodar sus economías a las nuevas condiciones. A ello se unió el bloqueo aliado a las potencias centrales y la guerra submarina desatada por Alemania como respuesta. El bloqueo marítimo aliado de los puertos enemigos forzó al establecimiento paulatino de un régimen autárquico e intervencionista en la Europa central. El cierre de las rutas navales y terrestres hacia Rusia creó gravísimas dificultades al estado zarista y contribuyó a precipitar los acontecimientos revolucionarios de 1917 . Todo ello produjo una bajada contínua en la producción industrial y agraria de los países en guerra. La escasez de subsistencias obligó al racionamiento de productos de primera necesidad y la prioridad concedida a la guerra aconsejó un mayor control de la actividad económica. Todo esto obligó a un replanteamiento de las relaciones económicas internacionales y se puso de relieve la incongruencia del mantenimiento de una economía de mercado en medio de una contienda universal .

El movimiento obrero organizado era consciente, a la altura de 1914, de que la guerra era algo concerniente a las burguesías respectivas de los países contendientes, y que las clases trabajadoras no tenían nada que ganar y sí mucho que perder en ella. Pero no se había perfilado una estrategia común, pese a que el tema había sido discutido en los congresos de Amsterdam, Stuttgart y Copenhague. Las sucesivas declaraciones de guerra hicieron aflorar una oleada de chauvinismo y de entusiasmo patriótico que sacudió a las poblaciones sin distinción de clases. Los anatemas a la guerra imperialista y a la ruptura del internacionalismo proletario lanzados durante años por socialistas de todos los países dieron paso a manifestaciones generalizadas de apoyo a la política belicista de los gobiernos.

Las minorías parlamentarias socialistas votaron los créditos de guerra y se adhirieron a las uniones sagradas que crearon los partidos burgueses en la casi totalidad de las naciones contendientes. Hubo algunas excepciones: en Gran Bretaña el Partido Laborista Independiente y algunas personalidades como MacDonald se negaron a apoyar esa política. En Rusia, bolcheviques y mencheviques condenaron en el parlamento y en la calle la entrada de su país en la guerra . Jean Jaurés, dirigente socialista francés y principal defensor de la corriente antibelicista, fue asesinado la víspera de la entrada de su país en la guerra. En Alemania, los sindicatos y el Partido Socialdemócrata apoyaron al gobierno, en el segundo caso incluso votando los créditos de guerra en el Reichtag . En Austria-Hungría, en Bélgica, luego en Italia y en Bulgaria, las masas proletarias se sintieron arrastradas a la participación en la guerra. El factor nacional prevaleció sobre el factor de clase.

Solo una minoría se permitió discrepar en el seno de la II Internacinal. Los sectores izquierdistas de los distintos partidos nacionales condenaron sin paliativos la guerra y lentamente fueron surgiendo grupos de activistas contrarios a la misma en el interior de cada país. En 1915, a iniciativa del socialista suizo Robert Grimm, se convocó una conferencia en Zimmerwarld (Suiza) a la que asistieron delegados de la mayor parte de los países contendientes .

La economía de guerra permitió mantener los costes de la misma, pero llevó la penuria a los países contendientes. Por ejemplo, en la zona transleithana del Imperio Austro-húngaro, se permitió que el conde Tisza practicase una política personalista, que concentró los pocos víveres en su zona, y dejó desabastecidas a Viena y otras grandes ciudades, donde el hambre hizo estragos.

La resistencia a la guerra por parte de sectores de la población fue la respuesta a las penurias sufridas. En Inglaterra, quienes se negaban a ser reclutados eran condenados a penas de cárcel: 15 en 1915; 772 en 1916. En Alemania, los accidentes de trabajo en el sector químico y la minería pasaron de 102.332 a 112.257 en los cuatro años de guerra. En Inglaterra, durante el mismo tiempo, los muertos en accidente laboral aumentaron una tercera parte. En Italia, la falta de carbón inglés detuvo el tráfico ferroviario en un 50%. Desde 1917 en este país se sucedieron grandes manifestaciones pacifistas, y la represión consiguiente produjo mil detenidos el 1 de mayo de aquel año. En Turín, la represión policial produjo 50 muertos, 800 heridos y 1.500 detenidos. En Inglaterra se produjo una oleada huelguística en 1917 de 872.000 trabajadores (en 1916 habían sido 276.000); en Francia de 41.000 se pasó a 294.000 entre los mismos años; en Italia de 136.000 a 170.000, y en Alemania de 129.000 a 667.000. En Rusia, ya en 1916, un millón de personas estuvieron en huelga.

En Francia solo había 17.731 mujeres empleadas en fábricas metalúrgicas antes de la guerra. En 1917, 300.000 tenían un puesto en la industria y 425.000 en septiembre de 1918. En Alemania, el número de empleadas en fábricas pasó de 1.405.621 a 2.139.910. Pero todos estos trabajadores estaban mal pagados y, por tanto, sufrían penurias. La mala salud y la poca moral venían a completar la situación, pues muy pocos se libraron de no tener algún familiar en el frente. Los territorios ocupados sufrieron más, pues la población fue reprimida aunque no se resistiese, y más si lo hacía; incluso hubo casos en que la represión tuvo un marcado carácter racista. En Dobrudja, las poblaciones habitadas por rumanos fueron arrasadas y los habitantes asesinados o deportados. En Serbia la requisa afectó a los productos habituales, pero además se talaron bosques enteros para conseguir madera. El parque de Rogok, un bosque natural, desapareció por completo. De Polonia, buena parte de las fábricas fueron trasladadas a Alemania.

La represión afectó también a las universidades, que frecuentemente permanecieron cerradas o dirigidas a fomentar una cultura al servicio del vencedor o del ocupante. En abril de 1916, 1.200 nacionalistas irlandeses ocuparon Dublín y se mantuvieron durante cinco días frente a las tropas inglesas, que no dudaron en emplear la artillería en plena ciudad. El jefe de la rebelión, Sir Roger Casement, fue detenido y ejecutado.

Una de las primeras medidas de las autoridades austríacas al invadir Serbia fue la deportación de 150.000 personas. Ello sirvió de inspiración a otras atrociadades posteriores. Un campo de concentración austríaco sentó las bases de la fama siniestra que más tarde alcanzaría: Manthausen. Los prisioneros italianos encerrados en él soportaron temperaturas de 20 grados bajo cero, sin abrigos, sin apenas alimentos. El hospital, sin medicamentos, tenía 2.000 camas para 4.000 enfermos. En la sección de oficiales había dos litros diarios de leche para 80 enfermos.

Otros muchos desastres acompañaron a la guerra. Numerosas personas perdieron todos sus bienes; solo en Francia quedaron destruidas 700.000 casas y 20.000 fábricas; ciudades como Yprés desaparecieron. Hubo viviendas que fueron ocupadas por los Estados Mayores militares o las tropas, sufrieron saqueos o el deterioro de un largo abandono forzoso. La mortandad de la guerra incidió sobre todo en los campesinos, mayoría de los movilizados y mayoría, por tanto, de los muertos. Parte de las clases altas, de los países contendientes y de los neutrales, se beneficiaron vergonzosamente de la guerra. Hubo una generación que perdió millones de vidas y luego sufrió una Europa endeudada y en crisis. Cargó con las calamidades de la guerra y con las miserias de la paz. Fue una generación que gastó su juventud en la guerra y en la penuria. Con razón llamaron aquellas gentes al conflicto la gran guerra.
L. de Guereñu Polán.

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