viernes, 29 de noviembre de 2013

El Procedimiento 1.449/39

Besteiro, el segundo por la derecha
Fue por el que se condenó a Julián Besteiro a cadena perpetua en el consejo de guerra que le juzgó por rebelión militar (los que se rebelaron contra el gobierno legítimo condenaron al que permaneció fiel al mismo). Es cierto que Besteiro formó parte del Consejo Nacional de Defensa presidido por el coronel Casado, que desobedeció al gobierno presidido por Negrín y entró en conversaciones con las autoridades franquistas para acabar de una vez la guerra civil en los primeros meses de 1939. Ni eso sirvió para que se le reconociese la mejor intención, porque de lo que se trataba no era solo de juzgar a Besteiro, sino de juzgar al régimen republicano que acababa de ser derrotado.

Besteiro -como ha señalado Santos Juliá- pudiendo haber salido de Madrid cuando el Gobierno se trasladó a Valencia, no lo hizo; pudiendo haber salido del país como el Presidente Azaña, no lo hizo; pudiendo haberse acogido a la oferta de Wenceslao Roces, Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, para evitar ser atrapado por las autoridades franquistas, no lo hizo. Como si se sintiese responsable alicuotamente de la guerra, como si no quisiese abandonar a los madrileños que le habían elegido diputado (y a los que no le habían elegido) aceptó solo formar parte de una Junta para la reconstrucción de Madrid, la cual alivió las penalidades de los madrileños -en lo que pudo- durante varios meses de la guerra. Incluso pudo haberse quedado en el extranjero cuando aceptó, por encargo del Presidente Azaña, ir en su nombre a la coronación del rey Jorge VI, en Londres, pero no lo hizo: regresó a Madrid y permaneció, mientras miles y miles de españoles se batían en los campos de batalla, en los sótanos del Ministerio de Hacienda, donde sería encontrado para ser juzgado y condenado, entre finales de marzo de 1939 y las semanas siguientes. 

Luego ingresaría en la cárcel de Dueñas el 3 de agosto de 1939 y, a finales de dicho mes, trasladado a la de Carmona, donde moriría el 27 de septiembre de 1940. La crueldad del régimen de Franco, que ya se había empezado a mostrar durante la guerra, encontró en la figura de Besteiro, pacifista más que nadie, una premonición de lo que vendría después, cuando ya no había lucha declarada en los campos de batalla. Un antiguo alumno de Besteiro hizo el papel de fiscal ante las autoridades jurídicas militares. Se empleó con saña, alegando durante más de dos horas contra el socialista que -contrario en muchas cosas a las decisiones del gobierno Negrín- había permanecido fiel a la República hasta el final. Incluso cuando se le preguntó si lo seguía siendo no contestó para no comprometer a los testigos, particularmente Luis de Sosa Pérez y Antonio Luna García. El abogado defensor cumplió un papel formalista: convencido de la bondad del régimen de Franco, pidió la absolución de su defendido sin esperanza alguna de que fuese atendida, sencillamente porque la sentencia estaba ya dictada con anterioridad. El régimen de Franco fue siempre antijurídico, de facto, nunca ateniéndose a la ley, sino a la voluntad del dictador. Incluso el miserable fiscal, en uno de sus alegatos, no pudo evitar mezclar, en el procedimiento "judicial", la adulación política a la que se prestaba, diciendo que allí estaba "la voz de la justicia de Franco": nunca pubo haber mejor prueba de la intromisión del poder político en la acción de una pretendida justicia.

Besteiro compareció ante el tribunal envejecido por el sufrimiento durante la guerra, y cuando le tocó hablar dijo que estaba seguro de su honradez en los asuntos públicos, añadiendo que "si con esa experiencia [la de la vida pública] se diese el caso de que tuviese que rectificar algún principio, y me aproximase al Nacional Sindicalismo, no lo diría por pudor, ni cambiaría mi postura. Mi vida política la tengo detrás de mí. Delante no espero nada...". 

El fiscal había pedido para él -en la máxima elevación de su vileza- pena de muerte, pero el Tribunal le condenaría a cadena perpetua, sustituida por treinta años de reclusión mayor. A la edad de Besteiro era condenarle de por vida por haber sido honrado, por no haber traicionado sus ideales, por no escapar de los criminales que se acababan de hacer cargo del Estado. El Auditor de Guerra del Ejército de Ocupación de Madrid firmó la sentencia. "Para no ser rebelde tenía que haber manifestado su adhesión a los jurídicamente rebeldes", dice Juliá, pero Besteiro no lo hizo y moriría, un año más tarde, enfermo y agotado, en la cárcel de Carmona.

L. de Guereñu Polán.

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