sábado, 30 de noviembre de 2013

¿Que pensar de este papa?


He llegado a pensar que todo se trata de una invención vaticana para captar voluntades entre muchos católicos desencantados con la Iglesia, muchas personas no religiosas que verían en la Iglesia una esperanza que no les da la política laica, un intento de agrandar las bases sociales de la Iglesia, escuálidas con tantos papas conservadores, reaccionarios incluso, ajenos a los problemas reales de las sociedades más empobrecidas y encumbrados en la burocracia vaticana.

Pero no tento ni una sola prueba de que esto sea así; es solo que la Iglesia ha demostrado, a lo largo de los siglos, una capacidad de maniobra como los mejores negociantes, banqueros y políticos de regate corto. Cabe también pensar, claro está, que el papa actual sea sincero, que haya reflexionado a lo largo de su vida sobre el papel que a la Iglesia toca en un mundo moderno, complejo y en mutación cada vez más rápida y haya decidido ponerse a la vanguardia de las exigencias de cambio: empezando por la propia Iglesia que, según los que más saben, necesita un barrido de la curia conservadora y anclada en el siglo XIX. 

La prueba de que la Iglesia ha ido capeando los diversos temporales a los que se ha visto sometida es la política del papa León XIII, consciente del papel relevante que el movimiento obrero había alcanzado a finales del siglo XIX. Sus llamadas a una decidida política social de la Iglesia dieron ocasión al nacimiento de los sindicatos católicos, pero pasado su pontificado las cosas volvieron a su antiguo cauce. Ha de venir el Concilio Vaticano II para que la Iglesia oficial hable de diálogo con otras confesiones, sobre todo cristianas, para que reconozca la libertad religiosa, para que se abra a los nuevos retos de la sociedad en el tercer mundo, en el cuarto mundo, en los países ricos, en América latina, en Asia... Pero pasadas las primeras décadas tras dicho concilio llegó el largo pontificado de Juan Pablo II y la Iglesia volvió a sus antiguas fórmulas, muy conservadoras en materia moral y menos en materia social (no en vano este papa era polaco y había visto lo que el movimiento socialista llevaba haciendo -con todos los errores inherentes al comunismo- en su país). 

He llegado a pensar -y no soy el único- que este papa podría durar poco si le toca las narices excesivamente a la curia, aunque también puede ser que tenga los apoyos suficientes para que dicha curia sea renovada, incluso desaparecida en sus misiones actuales. La Iglesia ha seguido siempre una política accidentalista, convencida de que lo único eterno era lo divino; los regímenes pasaban y veínan otros; convenía, pues, acomodarse a cada uno de ellos. Por eso los Tratados de Letrán por los que la Iglesia reconocía al régimen de Mussolini a cambio de unos dineros. Por eso Pío XII no condenó nunca las atrocidades que Hitler cometió contra los judíos en media Europa; por eso la Iglesia sobrevivió en los países comunistas durante el siglo XX; por eso la Iglesia -ya en siglos muy pasados- fue capaz de heredar todo el poder político que habían dejado los desaparecidos emperadores romanos de occidente; por eso la Iglesia siempre tiene varias voces además de la oficial: al lado de los curiales embebidos en sus púrpuras están los teólogos de la liberación, los cristianos de base, los misioneros ejemplares...

Si este papa fuese capaz de cambiar la Iglesia con la ayuda de tantos cristianos y católicos (no son lo mismo) hacia posiciones progresistas, abiertas, librepensadoras, avanzadas en materia social, comprometidas contra el capitalismo y sus abusos, sus excesos y vicios, entonces estaríamos entrando, al menos en los países influidos por el cristianismo, en un mundo nuevo; la izquierda tendría posibilidades entre los católicos y cristianos muy acrecidas respecto de ahora. Mientras tanto la derecha política y económica calla porque todavía es pronto: quizá esta sea solo una gripe pasajera. Veremos que ocurre si el papa se lanza por la pendiente del compromiso con los pobres, con la sociedad civil, con el laicismo. Veremos. 

L. de Guereñu Polán.

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