viernes, 1 de noviembre de 2013

Hora de tomarse en serio un asunto

Los acuerdos que España firmó con el Vaticano en 1979, un año después de aprobada la Constitución, son una aberración que pesa como una losa sobre la sociedad española y en particular sobre la enseñanza. Que en los centros públicos se siga impartiendo clase de religión católica a expensas de otras disciplinas que son absolutamente necesarias para la formación de los alumnos es un escándalo en toda regla. Ningún gobierno ha hecho nada por corregir esta situación, por lo que todos son culpables de lo que ahora tenemos y la sociedad ha sido remisa a la hora de exigir que se corrija.

Es cierto que buena parte -seguramente no la mayoría- de la sociedad española está de acuerdo e incluso exige que se impartan clases de religión católica en los centros públicos de enseñanza, pero esto no es racional según las normas que nos hemos dado y de acuerdo con la igualdad que debe presidir en relación a otros credos y ciudadanos. El artículo 16.3 de la Constitución está muy mal redactado y se presta a todo tipo de interpretaciones, además de citar a la Iglesia Católica en claro privilegio (como si no hubiese gozado de otros muchos). Se puede entender -yo no lo comparto- en relación al momento en que se redactó al Constitución, pero nada más.

La denuncia de los acuerdos de 1979 con el Vaticano deben ser una exigencia que se imponga un próximo gobierno que quiera ser justo y hacer justicia a buena parte de la población española (puede que la mayoría). A continuación debe desaparecer la religión católica del curriculum en los centros públicos que pagan tanto los católicos como los que no lo son, incluso los que se declaran ateos o creyentes de otras confesiones. El escándalo que montará la Iglesia será mayúsculo, por eso será necesario hacerlo cuanto antes, para que se aplaquen las tempestades también cuanto antes.

Pero una cosa es esto y otra que no existan en el curriculum contenidos -en una disciplina aparte o repartidos por varias- que pongan al alumno ante el hecho religioso, algo que es connatural al género humano. Dede los tiempos más antiguos el hombre enterró a sus muertos, construyó megalitos, grandes y pequeñas tumbas, se preguntó por la vida trascendente, elaboró todo un panteón de dioeses, templos y santuarios, teatros donde se representaron dramas entre la divinidad y los hombres, donde los dioses se enfuerecían o compadecían, dominaban la naturaleza y de ahí el hombre sacaba conclusiones míticas que han dado leyendas hermosísimas.

El papel en la cultura de cualquier civilización que han representado las religiones es crucial para entenderlas: las grandes pirámides en Egipto, Mesoamérica, India..., los hipogeos de los persas, las esulcuras monumentales, las leyendas; la ética que cada religión ha inspirado y que cada casta sacerdotal ha violado, la historia del monacato, la de los grandes reformadores religiosos y sociales, los constructores de catedrales, de sinagogas, de mezquitas; la fe que llevó a formar imperios, a destruirlos, a enfrentar a unas civilizaciones con otras, a acercarlas y en parte comprenderse... Todo ello es necesario saberlo, porque de lo contrario no entenderemos lo que está pasando en el norte de África y en el mundo musulmán en general, no entenderemos el problema tibetano, ni las reivindicaciones de los pueblos indígenas en América, animados por unas creencias que siguen siendo las suyas a pesar del gran esfuerzo cristianizador de siglos.

Si renunciamos a estudiar el fenómeno reigioso (que es mucho más y mucho más rico que la religión católica) renunciamos a un patrimonio de la humanidad impagable y no podremos hacer la crítica a los comportamientos de unas sociedades y otras, de unos dirigentes y otros, en este y aquel tiempo. Ahondar en la naturaleza religiosa del hombre -como en su repudio a ella- es formarse, es comprender el mundo, es tener las claves para dar solución a muchos problemas que asolan a nuestro tiempo. La decisión del hombrecillo que, haciendo un alto en el trabajo, se acerca al interior de una iglesia, se descubre, musita unas oraciones en medio de la penumbra, mientras una sola luz cenital alumbra la estancia, ¿no es digno de estudiarse? ¿Por que lo hace? Porque si se lo han enseñado, ¿quien enseñó a los primitivos que, subidos eventualmente a una roca, en medio de la noche, viendo la bóveda envolvente de estrellas, empezaron a preguntarse que hacían allí, que era todo ese mundo que les rodeaba?

Es de ignorantes -creo yo- no tener en cuenta estas consideraciones; mientras que es de sectarios pretender que se han de emplear los recursos públicos para adoctrinar en una religión a los alumnos (los que lo elijan tienen su parroquia y su familia, verdaderos núcleos de la actividad religiosa). Manteniendo la situación actual nos parecemos en algo a los estados teocráticos.
 
L. de Guereñu Polán.

1 comentario:

Suso dijo...

Cierto, hace tiempo que ha llegado la hora de tomarse muy en serio este asunto. Tanto que de no resolverse adecuadamente, vamos a seguir sufriendo una pesadísima hipoteca que lastrará sin remedio nuestro futuro.