¿Saben
nuestros dirigentes políticos en gobiernos, parlamentos y judicatura, para qué sirve la política?
Para que
cualquier empresa o proyecto tenga éxito, y que este pueda ser medido
objetivamente, es imprescindible establecer, previamente, cuál es la meta y las posibles
rutas para llegar a ella.
Para
los estudiosos del tema, desde la antigüedad, la meta es clara: conseguir la
felicidad de la mayoría, más modernamente se ha moderado el gran objetivo, dejándolo
en un simple bienestar. Otro tema que tiene menos consenso son las rutas a
seguir, para una mayoría el fin de la felicidad, o del bienestar, es un
proyecto colectivo ya que el bien de un individuo no es compatible con el
absoluto antagonismo el de los otros individuos que forman parte de su
comunidad. Para los menos estudiosos la prueba irrebatible del nueve de esta afirmación
la pueden buscar en la comunidad de propietarios de su vivienda.
En una
mayoría de países se ha optado por la democracia como el mejor sistema para conciliar intereses, en Europa y en España el
uso, como argumento de autoridad, de que lo que se hace por todos los poderes
políticos, ejecutivos, legislativos y judiciales, se hace basado en la voluntad
democráticamente evidenciada por los ciudadanos, se ha convertido en un hábito.
Y el
problema de las dudas, sobre si los dirigentes conocen cual es su papel, surge
precisamente por el uso y el abuso de ese argumento, para justificar normas
legales, medidas ejecutivas y sentencias judiciales que manifiestamente van en
contra de la felicidad o del bienestar de una gran mayoría de los ciudadanos,
de los que reclama esa voluntad democrática.
¿Puede
ser una meta la magnitud de una prima de riesgo? que solo es de interés para quien compra deuda pública,
con el dinero que entre todos le hemos prestado a un precio mucho menor que el
que ellos reciben, o, el crecimiento de la deuda pública, cuyo mayor componente
es el de la transformación en público de lo que antes era proyecto privado
fallido. Evidentemente no. Tampoco es una meta éticamente aceptable, para la
mayoría, la mejora de la productividad de una empresa por la caída brutal de los
salarios de sus trabajadores, o un balance más favorable de las cuentas de la
Administración por la pérdida del grado de educación o salud de sus
administrados.
Cuando
por todos los medios y desde todas la instancias oficiales, nacionales o
supranacionales, se repiten, hasta la nausea, los mensajes de que vamos en la buena dirección, hay que ser
conscientes que en estos últimos años, la posible meta de la felicidad o del
simple bienestar se ha ido alejando, es decir que la dirección seguida es la
contraria al logro de esa meta. La vida de los ciudadanos y de las naciones no
está determinada, se hace tomando decisiones y las decisiones tomadas indican
que nuestros dirigentes no parecen saber hacia dónde nos impulsan, o lo que es
peor quizá si lo saben y nos intenta llevar hacia unos valores determinados, no
precisamente por voluntad democrática, teóricamente recogida en los programas
electorales que incumplen sin rubor moral.
Para Aranguren
el asunto estaba claro: Cualquier proyecto
de vida, individual o colectivo, se configura necesariamente en torno a unos
ideales, o valores, que, finalmente, o
son éticos o están contra la ética. Mal estaría que nuestros dirigentes se
equivoquen porque no conocen el motivo último que justifica su existencia, peor
que hagan lo que están haciendo estos últimos años a sabiendas.
Noviembre
de 2013
Isidoro Gracia
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