Parece no haber duda de que los españoles
vivimos bajo la permanente amenaza y gobierno de una banda criminales con
implicaciones políticas y económicas que tiene atenazado al país, el cual no
logra desembarazarse de la ponzoña moral en la que se encuentra.
Son tantos los casos de corrupción entre los
banqueros, políticos, empresarios, intermediarios, conseguidores, defraudadores
del fisco, etc. que no puede recordarse situación ni parecida en toda la corta
historia de la actual democracia española. Para que esta situación cambiase (a
bien, claro) sería necesaria una promoción de políticos honestos que pusiese al
país del revés, concitase el más amplio consenso entre la ciudadanía y llevase
a cabo leyes draconianas y expeditivas. No es posible que exista dicha
promoción de políticos (en las más altas magistraturas del Estado, en los
Ayuntamientos, etc.) si no están imbuidos de la idea de generosidad y
desprendimiento que parte del país demanda: renunciar a privilegios, someterse
a salarios modestos, perseguir con denuedo el fraude fiscal, cuestionar el
estatuto que une a España a la Unión Europea
–en lo que nuestro país no estaría solo- conectar con los movimientos cívicos,
que han planteado una serie de reivindicaciones, en los últimos años, de gran
interés, por más que otras no sean más que un brindis al sol.
La trama de corruptos que están relacionados
con el vocablo Gürtel existía con anterioridad, pero se consolidó con motivo de
cierta boda que, de acuerdo con la inspiración de la citada trama, se llevó a
cambo con toda la pompa y el oropel (porque en el fondo todo estaba podrido)
que presidió cierto personaje en cuyas mayos estuvo el país durante ocho años.
Ataques a la independencia del poder judicial,
utilización del Consejo del Poder Judicial con fines de la más baja política
(cuando creo que dicha institución es totalmente prescindible), dar la callada
por respuesta a los múltiples casos de corrupción que se dan en el partido que
gobierna España, en cuyo cometido es maestro el actual Presidente del Gobierno,
mentir hasta la saciedad y el hartazgo de la ciudadanía, reparto indiscriminado
de millones entre unos cientos de familias con burla y escarnio para el pueblo
trabajador…
Con motivo de la pésima gestión de la crisis
económica que llevó a cabo el Gobierno socialista del señor Zapatero, la
derecha sociológica del país se unió como una piña hasta alcanzar casi once
millones de votos en 2011. Parte de la izquierda se retrajo y dejó a sus
partidos con una representación muy disminuida en el parlamento, por más que
dichos partidos –con los sindicatos que les pueden ser más o menos afines-
estaban también recogiendo las migajas del despojo: sindicalistas consejeros
que no se enteraban o se enteraban pero preferían cobrar los pingües sueldos
que les daba este banco o aquella caja de ahorros…
Pero al comenzar el año 2014 parece que esa
unidad de la derecha sociológica se ha resquebrajado: en primer lugar en
Cataluña y las provincias vacas, donde sus derechas respectivas tienen amplio
poder en dichas comunidades. En segundo lugar porque determinadas medidas del
Gobierno han escandalizado a tirios y troyanos (además del flagrante
incumplimiento de su programa electoral). El ciudadano conservador medio, en
España, quiere orden, no quiere que se mienta desde el Gobierno una y otra vez,
no quiere ver –creo yo- que la Secretaria General del partido que gobierna salga
a la palestra pública una y otra vez a mofarse de la ciudadanía; cierto elector
de derechas no quiere ver como nuestro país es el hazmerreír de Europa y de
otros países que están al tanto de las andanzas de un rey y parte de su
familia, de un Presidente y parte de su Gobierno, de un partido, que están
emponzoñados hasta la médula de corrupción y enriquecimiento ilícito.
La izquierda, en general, no tiene ideas. Está
sin norte, esperando un resbalón del contrario para volver al poder político y
encontrarse con un poder económico que está en la cresta de la ola dictando sus
exigencias, sometiendo a los pequeños ahorradores, a los pequeños empresarios,
a los autónomos, defraudando al fisco y llevándose los capitales a paraísos,
arruinando al país en beneficio propio. La diferencia de renta entre españoles
se ha distanciado escandalosamente, la diferencia de recursos entre comunidades
autónomas también. La gestión de los intereses públicos se ha llevado a cabo,
en los últimos dos años, con venalidad y contra dicho interés público, a favor
de empresas privadas relacionadas con los que están en el poder y con los que
han estado (ejemplos de ministros socialistas que están ahora aprovechándose de
la notoriedad que adquirieron no faltan).
Si es cierto que un país tiene el gobierno que
se merece, tiene los jueces que se merece, tiene los políticos que se merece,
¿no vamos a tener la esperanza de que de los movimientos cívicos, de los
partidos existentes y por existir, salga una promoción de mujeres y hombres
comprometidos que no pasen ni una, que sean intransigentes ante la corrupción,
la burla y la miseria? Debieran los actuales dirigentes políticos pensar si
sería bueno renunciar a las luchas mezquinas por este o aquel sillón y
facilitar, no sin las cautelas que sean necesarias, el acceso a los que van a
la política con la mayor de las generosidades, no están relacionados con poder
económico alguno y quieran cuestionar todo lo que sea necesario para que la
actual situación se corrija cuanto antes. Creo que no será posible volver a un
país normalizado moralmente hasta por lo menos una década más tarde, pero
podríamos empezar ahora ya a poner las primeras piedras.
L. de Guereñu Polán.
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