domingo, 16 de febrero de 2014

"Quítate tú para ponerme yo"

La política italiana es uno de los peores ejemplos que una democracia puede tener. A la larga hegemonía de la democracia cristiana en el poder desde el año 1946, lo que contribuyó a que esta se relacionase cada vez más con la mafia hasta no saberse donde empezaba una y acababa la otra según que regiones, ha seguido la descomposición de los partidos tradicionales por la corrupción de los líderes socialistas (Craxi el primero) democrata cristianos (Andreotti entre otros) y el desdibujamiento del Partido Comunista de Italia una vez que se derrumbó la "koiné" comunista y el eurocomunismo no dio más de sí. Se había llegado a la conclusión de que entre este y la socialdemocracia no había sino diferencias históricas, pero ni de programa ni en la práctica. 

El período de hegemonía de la derecha más corrupta (la democracia cristiana guardaba la formas) con el señor Belusconi al frente, ha dejado a Italia sin credibilidad alguna en el campo de la política (la imagen simbólica del Presidente de la República salva los trastos). La población italiana en su conjunto, idiotizada como la de otros países occidentales, ha contribuido a ello. En general la izquierda ha claudicado de sus ideales más irrenunciables y la derecha se ha mantenido como siempre, defendiendo intereses concretos, oligárquicos y, en ocasiones, espurios. 

La misma formación del Partido Democrático es una ficción: hace que Italia aparezca como un país latinoamericano en su peor versión, la del populismo, donde casi todos caben. Así están en este partido los antiguos democratas cristianos que no han apoyado a Berlusconi, los antiguos socialistas que no se han ido a su casa y los antiguos comunistas que aún creen en algo. Los tres líderes que ha tenido este partido en los últimos años son una muestra de ello. Ninguno tiene una ideología definida, sino que representan solo la oposición a las prácticas berlusconianas; demasiado poco para un país tan viejo y con tanta experiencia política. 

Bersani quizá hubiera sido la mejor solución desde una óptica de izquierdas, pero el Partido Democrático es todo menos un partido patriótico. Pone a las familias que subsisten en él y aún a los personajillos de poca monta por encima de los intereses de la población, de la gobernabilidad del país y del prestigio ante el exterior. No hay ahora un Romano Prodi, no hay un De Gasperi, no hay un Aldo Moro, no hay un Spadolini... El recientemente dimitido Letta procede de la democracia cristiana más burocrática, aunque no hay que negarle cierta visión de estado. Los afiliados al Partido Democrático pagarán, e Italia con ellos, el apoyo que han prestado a un niñato que no quiere otra cosa sino medrar, que no tiene ideología, que no tiene ni idea de lo que quiere hacer con el país: el alcalde Renzi.

Desestabilizar a un gobierno hasta hacerlo dimitir, prevaliéndose de que se controla caciquilmente un partido desde una de las regiones más prósperas de Italia (Toscana) es una muestra de antipatriotismo que raya en el suicidio. Por suerte hay un pueblo trabajador, anonadado a lo que parece, que hace funcionar la economía, una economía que ya nadie discute -salvo unos pocos desde el ostracismo- ha de ser la que se dicta por los oligopolios mundiales. Renzi es ahora un juguete en sus manos. Los italianos quizá lo sepan pero no saben como parar al pequeño monstruo que han engendrado. Lástima de Italia, porque parecía que iba a salir de la miseria en la que la sumió el berlusconismo. Creo que ahora empieza otra etapa también miserable pero desde el partido pretendidamente opuesto. 

Renzi, el ambicioso y pequeño monstruo, el ignorante, ha debido aprender no obstante de la inmoralidad de los antiguos Médici, de los Montefeltro, de los Moro, de los Sforza... pero sin su cultura, solo ha heredado sus excrecencias.

L. de Guereñu Polán.

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