domingo, 23 de marzo de 2014

Adolfo Suárez González

Ante la enorme cantidad de opiniones y versiones que se han dado sobre la figura de Adolfo Suárez, casi todas elogiosas, creo que es obligación de algunos que salgamos también a la palestra pública para poner el contrapunto a alguna palabrería huera, a cierto papanatismo y también -como no- a sentimientos sinceros y justos. Ante todo vaya por delante mi pesar, humanamente hablando, por el fallecimiento del hombre, más aún por el drama que su familia tuvo que vivir durante la última década por lo menos. 

Dicho esto conviene no olvidar -si queremos ser justos- que Adolfo Suárez fue, durante buena parte de su vida, servidor de un régimen criminal. Pudo haber elegido la oposición, el apartamiento, una actitud crítica ente los desmanes de una dictadura cruel y asesina, pero prefirió acomodarse a ella. Luego, ante la encrucijada de la historia, creo que sin ideología definida, eligió servir a los intereses de una monarquía que sabía solo se sostendría si abrazaba la causa democrática, pero Adolfo Suárez no se movió por ello de sus posiciones conservadoras bajo el paraguas del centrismo (para la época, la derecha civilizada).

Constituyó un partido que no lo era, sino una amalgama de intereses personales de entre los que destacaban franquistas convictos y confesos, antiguos gobernadores civiles que -como él- habían utilizado las fuerzas del orden para reprimir a los demócratas, sus manifestaciones y sus reuniones pacíficas. Escaló puestos en el franquismo hasta servirle manipulando la televisión pública; luego, como digo, fue llamado por el rey para que hiciese un trabajo especial y creo que esto le reconvirtió en demócrata de toga, más que en demócrata convencido, pues nunca había practicado tal doctrina, antes bien, la había combatido. Servir al rey y a sus colaboradores creo que fue la máxima de Adolfo Suárez, tanto si este le encargase lo que le encargó como si le hubiese encargado lo contrario (otra cosa es que no tendría sentido esto último). 

Luego se reveló como un político hábil, generoso incluso, falto de ambición llegado un momento. Creo que debe reconocérsele el mérito -a él y a los asesores del rey- de la Ley para la Reforma Política que la oposición democrática no votó (creo, yo con ella, equivocadamente) pero no así el mérito de la Constitución, que se debe sobre todo al Partido Socialista y a la minoría catalanista, aunque también pusieron lo suyo los representantes de aquel conglomerado de intereses que dio en llamarse UCD. 

Cuando dejó de ser Presidente del Gobierno y recibió el galardón de duque de Suárez, concedido por el rey, quedó demostrado que la derecha y la monarquía del país no habían pasado la página de rancias costumbres más propias de principios del siglo XX. Creo que el Gobierno de Adolfo Suárez, cuando se iba a producir el golpe de estado fracasado de 1981, no estuvo todo lo fuerte y agudo que debiera, no informó debidamente a la oposición, hasta el punto de que sorprendió a todo el Gobierno sentado en sus escaños sin, ni siquiera, estar informado de lo que pasaba el ministro del ramo, un ingenuo empresario de poca monta como Rodríguez Sahagún.

Todo lo que se dice sobre que Adolfo Suárez y el rey fueron los hacedores de la transición política a la democracia en España es una falsedad manifiesta; contribuyeron a ello sin duda, y desde puestos de privilegio, de manera que si no hubiesen colaborado probalemente las cosas hubiesen sido de otra manera, pero los verdaderos hacedores de la democracia española -con todos sus defectos- son una parte del pueblo español, aquella pate que se arriesgó, que militó, que luchó y salió a la calle; no la parte que se quedó en casa a ver que pasaba o que incluso recelaba de cualquier cambio.

Adolfo Suárez hizo un sucedáneo de partido político con los retales del franquismo, con algunos sectores del empresariado y del clericalismo, siempre bajo la atenta mirada del ejército; por eso creo que la transición española a la democracia no fue modélica (aunque no solo por esto). Al rey cabe reconocerle, de manera objetiva, que parase los pies al ejército, dado que era su jefe orgánico, aunque también ha de tenerse en cuenta que los asesores del rey sabían que la monarquía no sería viable en España si no estaba comprometida con la democracia. 

Adolfo Suárez descansa ya en paz, honor a él y condolencias sincieras a los suyos, pero no sirven mejor a la memoria del personaje los que le adulan, sino los que itentan acercarse a la verdad de su drama, en definitiva de su vida.

L. de Guereñu Polán.

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