lunes, 17 de marzo de 2014

Crimea y el derecho internacional

Bajo dominación del imperio romano en el mundo antiguo, cuando el imperio bizantino cayó a manos de los turcos otomanos en 1453, Crimea pasó a ser gobernada por estos entre el último cuarto del siglo XV y el último del siglo XVIII. El expansionismo del Ducado de Moscú, que luego ya se conocería como Rusia, hizo que a principios del siglo XIX (dentro de la política imperialista de la época que llevó también a Estados Unidos de Norteamérica a extenderse hacia el oeste y luego arrebatarle a México millones de kilómetros cuadrados) Crimea pasase a soberanía rusa. Es el momento en que el país empieza ser rusificado sobre la base del asentamiento de rusos en la península y áreas aledañas.

Cuando triunfó la revolución rusa en 1917 y como consecuencia de la guerra civil subsiguiente, Crimea se constituyó en un efímero estado independiente, hasta que el Ejército Rojo la incorporó a la Rusia bolchevique. Cuando se desintegró el imperio soviéitico entre 1989 y 1990, por acuerdo de las partes, pasó a estar bajo soberanía ucraniana, pero con mayoría de población rusa.

El tema de la soberanía de Crimea, por lo tanto, es de una gran complejidad y el derecho internacional no se encuentra tan desarrollado, ni sus instituciones (ONU y otras) como para hacer valer la legalidad en contra de los hechos consumados. Que una mayoría rusa decida en un referéndum ilegal declarar la integración de Crimea en Rusia es un hecho, pero no quiere decir que sea un derecho. Para que fuese un derecho tendrían que darse otras condiciones que no se dan, por ejemplo, revisar los acuerdos por los que Rusia y Ucrania acordaron separarse y seguir cooperando en el seno de la CEI (Confederación de Estados Indpendientes). 

Ni Estados Unidos ni la Unión Europea tienen fuerza diplomática suficiente para hacer cumplir la ley a un poderoso estado como Rusia; otra cosa es si fuese Togo o Birmania... Militarmente sí se puede intentar dar solución al conflicto planteado, pero quizá no sea aconsejable, por más que las autoridades rusas ya han hecho uso de la fuerza y en esas condiciones se ha celebrado el referéndum ilegal. Si la incorporación de Crimea a Rusia se confirma por la fuerza de los hechos, quedan por garantizar los derechos de las minorías no rusas en la península, la más numerosa la ucraniana. 

En realidad se repite la historia: es lo mismo que pasó con la minoría alemana en Checoslovaquia, Polonia y Rusia; la minoría polaca en el Imperio Austro-Húngaro, la minoría italiana en este mismo y así sucesivamente. Los estados del Este de Europa no son iguales en esta materia que los del Oeste, creados desde la baja Edad Media o desde el siglo XVI. Lo que está claro es que Crimea no se integra -por la fuerza de los hechos- en un país democrático, sino en un estado oligárquico, corrupto y dirigido por el populismo más temerario. En algunas de estas características no muy distinto de lo que ocurre en otros países del occidente de Europa, por ejemplo España. 

La ONU ni sabe ni contesta, entre otras cosas porque cualquier condena por parte de esta a Rusia no tendrá valor legal alguno, porque Rusia tiene derecho de veto (un anacronismo de todo punto inadmisible) en el Consejo de Seguridad de la organización supranacional. La política exterior de la Unión Europea se ha manisfestado una vez más inoperante y falta de vigor. Las autoridades rusas no quieren perder la hegemonía en Asia, parte del Este de Europa y el mar Negro como ya la tuvieron en las épocas de los zares y soviética: en esto no se distinguen nada los absolutismos de las dictaduras. 

Es pronto para decir que será de todo esto, pero lo cierto es que se abre un problema de largo recorrido en una zona a donde se asoma la Turquía de la OTAN, el Irán de los ayatolás y los grandes intereses estratégicos de todos los países europeos (incluida Rusia) en relación con los oleoductos y el gas ruso. Putin ya ha demostrado ser un criminal al que reciben jefes de Estado y de Gobierno (porque no hay más remedio). Lástima que Estados Unidos no sea un ejemplo a seguir en materia de anexionarse territorios por la fuerza y ocupar otros expeditivamente usando a un ejército a veces corrompido (el caso de Irak está muy reciente).

L. de Guereñu Polán.

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