domingo, 20 de abril de 2014

A 40 años de la revolución portuguesa

El "Estado Novo" había creado el mito de que Portugal solo contaría en la esfera internacional si mantenía, junto con la metrópoli, a sus colonias, que se extendían por África y Asia. Eran todo uno, no era concebible un Portugal sin sus posesiones ultramarinas. Pero esto se convirtió en un problema cuando la ONU empezó a exigir a la dictadura portuguesa que procediese a la descolonización, consecuencia de la política imperante tras la segunda guerra mundial. Todavía lo tuvo más difícil la dictadura portuguesa cuando Francia y España optaron por la descolonización de Marruecos y más tarde -España- Guinea y otras plazas. Había pues una grave contradicción entre una cosa y la otra. 

No pocos militares, sobre todo entre la oficialidad media, se fueron dando cuenta de que mantener las colonias en la década de los sesenta era una aberración, no solo por la sangría de dinero y hombres que sufría Portugal, sino porque se violaban derechos fundamentales. Los partidos de izquierda, en la clandestinidad, denunciaron aquella contradicción y trabajaron dentro del ejército ganándose apoyos, sobre todo el Partido Comunista Portugués. Así sería posible que en 1974, hace cuarenta años, una revolución pacífica -pero en la que la violencia pudo surgir en cualquier momento- llevase a Portugal a una democracia homologable a las restantes europeas. 

El origen y el proceso fue muy distinto al caso español, donde una oposición a la dictadura franquista se manifestó débil para imponer la democracia, además de que el ejército estaba en contra de ello. Pero a la postre la llegada fue la misma para ambos países: ahora se turnan partidos conservadores y socialistas en el poder y no se ha llegado a ninguna transformación económica que rompa con las lacerantes desigualdades entre la población. Esto se explica porque las fuerzas conservadoras y progresistas moderadas suelen llegar a pactos tácitos o expresos para renunciar a una verdadera transformación social a cambio de la democracia formal, mínimo exigible. 

La primera Constitución portuguesa tras la revolución de 1974 proclamaba que Portugal tenía como destino establecer el socialismo en el país: vana ilusión. Ni los socialistas consideraron posible que así fuese ni los partidos conservadores estuvieron dispuestos a consentirlo. Además la sociedad portuguesa tampoco quiso un salto tan arriesgado y fuera de toda protección por parte de la Europa del momento: dicha población lo demostró con sus votos elección tras elección. El Partido Comunista portugués, por su parte, nunca tuvo el apoyo suficiente, aquel que parecía tenía cuando ocupó el poder en los primeros años aliado a una pequeña parte del ejército. 

De todas formas la revolución portuguesa abrió muchas posibilidades al país: elecciones libres, libertad de prensa, de opinión, religiosa, partidos políticos, sindicatos, el asociacionismo afloró por doquier y, junto con la transición española, que siguió a la muerte del general Franco, la entrada en la Unión Europea (de forma efectiva el 1 de enero de 1986). A cambio Portugal (y España) debían dejarse de veleidades; debían aceptar la economía de mercado (cuando todavía no había caído el mundo comunista) y colaborar en los programas de defensa occidentales (Portugal era antiguo miembro de la OTAN).

Aquella revolución sirvió para apartar a unas cuantas familias del poder político cuando lo habían monopolizado durante décadas, pero no sirvió para apartarlas del poder económico; muy al contrario, se afianzaron como consecuencia de que la revolución no siguió por el camino de las que se habían producido en los países con régimen comunista, sino por el camino que "occidente" marcó. De otra forma Portugal no podría integrarse economicamente. Parece que la revolución "de los claveles" llegó tarde para que pudiese ser otra cosa que lo que fue: poco después el mundo comunista se desmoronaría, China consolidaría una dictadura que ya venía de antiguo, pero con el capitalismo como sistema económico indiscutible, por muy importante que sea la intervención del Estado en la economía. 

Hoy solo nos queda felicitar a aquellos que protagonizaron la revolución portuguesa hace cuarenta años. Queda perdir a las nuevas generaciones que no olviden aquel origen, pues de lo contrario es imposible seguir avanzando en logros sociales que todavía estan por conquistar. Desearlo por parte de todos los que nos reclamamos contrarios a un mundo injusto como el actual. 

L. de Guereñu Polán. 

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